Tornillos, pistolas... y hasta casas. Las expectativas de las impresoras 3D distan mucho de haberse cumplido. ¿Había algo más que una burbuja?
VALÈNCIA.- Cualquiera habría dicho hace cuatro años que en 2017 un porcentaje alto de la población tendría una impresora 3D para satisfacer todos sus deseos creativos y de consumo. Desde objetos de uso común llegando al extremo de la comida, la ilusión era que la impresión de objetos en tres dimensiones en el hogar sería el siguiente nivel de las impresoras en papel. Nada más lejos de la realidad. No se trata del precio del hardware, que cada día es más económico, sino del tiempo y los conocimientos necesarios para poder darle un uso provechoso.
No muchos saben que la creción de la impresión 3D no es cosa de los tiempos recientes. Se remonta a 1983, cuando el inventor Chuck Hull desarrolló el primer método de impresión 3D llamado estereolitografía. El movimiento actual nació en 2005 pero empezó a cobrar vida en 2008 con la construcción de la primera máquina. Adrian Bowyer, profesor de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Bath en Reino Unido, creó RepRap, una impresora 3D concebida para ser autorreplicable y promovida dentro del movimiento Open Source, de creación colaborativa.
RepRap nació con la idea de crear la primera máquina autorreplicante de uso general de la humanidad. Esta idea se materializó como una impresora 3D libre, capaz de imprimir objetos plásticos y que puede reproducirse a sí misma imprimiéndose. Luego, cualquier persona puede ensamblar las piezas si cuenta con el tiempo y los materiales necesarios.
Con la tercera iteración de la impresora se creó Prusa, cuyos código fuente y diseño fueron liberados, lo que permitió que las empresas se lanzasen a comercializar impresoras 3D. Es el caso de la empresa española BQ, que desde hace un tiempo comercializa el modelo Prusa i3 Hephestos, que resulta asequible para todos aquellos que quieran introducirse en este mundo.
«Lo que la gente no sabe es que lo primero que se debe hacer cuando se compra una impresora 3D es imprimir otra impresora», ríe Arturo Sapiña, miembro de Hacker Space Valencia junto con Ángel Andrés, quien ha sido formador para plantillas como la de Leroy Merlin con el fin de que pudieran explicar a los clientes las dudas acerca de este hardware. «Hemos pasado del bricomanía a cosas más técnicas como las impresoras porque ahora son más accesibles al público», asegura Ángel.
La mayor barrera para que este tipo de impresoras estén extendidas en los hogares es que todo lo que sea un proceso para sacarle rendimiento lleva muchas horas y no es una tarea simple. Por una lado, para diseñar las piezas es necesario tener un mínimo conocimiento de diseño 3D, ya sea para diseñar o escanear el objeto, y la impresión de una figura, dependiendo del tamaño, puede tardar más de un día.
Según explica Ángel, la demanda en superficies como Leroy Merlin suele ser de clientes que tienen impresora y compran filamento, el recambio. «Hay algún cliente habitual que compra pero entre todos los Leroy de València deben de haber vendido alrededor de diez o doce impresoras. En València, ahora mismo, no debe de haber más de 3.000 o 4.000 impresoras de usuario particular y la mayoría son técnicos o diseñadores».
Joan Carballo, socio en IOWA Dynamics, compró su primera impresora 3D en 2013. «Me parece que en un futuro no muy lejano habrá una en cada casa, pero aún queda para verlo», señala. Y es que tras un tiempo de uso dejó su impresora de lado. «Me compré una de las primeras y se rompe por todos lados. De cada dos cosas que puedo imprimir una sale medio mal porque algo se ha desajustado y es un pifostio arreglarlo. Así que se queda rota unos cuantos meses hasta que me da por arreglarla y volver a empezar», lamenta.
Su primera impresión fue un fake de las Google Glass pero también ha impreso elementos para casa como accesorios para el portátil, soportes para el móvil o los auriculares. «Si no sabes diseñar en 3D no sirve para arreglar lo que se te rompa porque normalmente no hay un modelo 3D de lo que sea que se haya roto. Monigotes sacados de videojuegos están por todos lados y puedes imprimir un soporte para iPhone para cada día pero la tapa de las pilas de tu mando de la TV no la vas a encontrar», destaca. «Olvídate de imprimirte un plastiquito del coche que se te ha roto como no se le haya pasado a un diseñador 3D antes que a ti y lo haya compartido».
Y es que existen páginas web como Thingiverse o Thinkercad donde se encuentran miles de objetos, figuras, moldes de galletas o fundas para el teléfono que es posible imprimir sin necesidad de ponerse a diseñar. Sin embargo, hay más problemas. «Las impresoras 3D se desajustan cada dos por tres, los acabados no molan tanto como deberían y realmente puedes imprimir en tres materiales».
Mejor suerte ha corrido la impresora 3D en manos de Ricardo Pérez, quien estudió Ingeniería Industrial y trabaja de técnico de laboratorio en la UPV. Entre su porfolio de impresiones se encuentra todo lo que podríamos haber necesitado un día cualquiera en casa, desde una pinza para la ropa o para cerrar las bolsas de comida a la rueda rota del coche del Scalextric. Un estudio de 2013 de la Michigan Technical University indicaba que en un hogar se pueden ahorrar unos 2.000 dólares al año imprimiendo objetos de uso común con estos dispositivos. De hecho, el análisis tomó en cuenta tanto el coste de envío como el porcentaje de error que alcanza el 20% en la impresión, lo que implica tener que volver a empezar. «Puede que después de treinta horas de impresión se te acabe el rollo y te quedes con la pieza a mitad», reconoce Ángel de Hacker Space, además de señalar que al contrario de lo que pasa con las impresoras de tinta, lo caro es el hardware, no el repuesto. Y es que por 20 euros es posible comprar una bobina de un kilo de PLA, el material utilizado más común y que se vende en varios colores, mientras que en el caso de las impresoras de tinta un carturcho puede costar 60 euros.
El hábito de imprimir lo necesario para el hogar podría incluso llegar a cambiar por completo la forma en la que se compran y se consumen los objetos habituales del día a día, desde un molde para galletas a una tapa para el mando del garaje. Ricardo se fue a hacer un curso a Zaragoza hace cuatro años y desde entonces le ha dado bastante uso a la impresión 3D, sobre todo por temas de bricolaje, pero también para hacer juguetes, llaveros, moldes de cocina o trofeos para una peña ciclista.
Carballo: «Las impresoras 3D se desajustan cada dos por tres y los acabados no molan tanto como deberían»
«Las piezas básicas se pueden diseñar en cinco o diez minutos, pero el tiempo de impresión depende del volumen y en ocasiones puede superar las 24 horas. A lo mejor estás a punto de terminar la pieza y se acaba el material, o hay un atasco o la pieza se despega y sale volando. En ese sentido es más delicada que la impresión en papel», reconoce.
Ricardo usa el ABS como material, que describe como el plástico de las fichas de Lego, que aguanta más la temperatura y luego se puede suavizar con vapor de acetona para que quede lisa y brillante, pero reconoce que un material que da menos problemas en la impresión es el PLA, y además es biodegradable.
Ricardo recomienda visitar Clone Wars, un foro fundado por el español Juan González Goméz, más conocido como Obijuan y que aúna a más de 5.000 personas interesadas en la clonación de impresoras 3D libres. Este madrileño ganó recientemente el O’Really Open Source Award, el premio más importante de código abierto. La comunidad dona piezas a los nuevos integrantes para que construyan su primera impresora, con el compromiso de que ellos hagan lo mismo cuando tengan su impresora en funcionamiento. Para Ángel, de Hacker Space, las impresoras 3D tienen futuro porque los programas de diseño son cada día más sencillos. «Los niños cada vez estudian más en las escuelas la parte tecnológica», reconoce y creen que acabará estabilizándose en los hogares y se utilizará como un periférico más.
«Cuando salgan productos más baratos y sea más fácil escanear se venderán más». Actualmente existen programas en València como Fab Lab, que se desarrolla desde las instalaciones de la Universitat Politècnica de València y enseña a los niños a utilizar estos elementos tecnológicos. Iniciativas como Chiquiemprendedores estimulan a los niños en el ámbito maker o la escuela Droide. ¿Serán los más pequeños quienes acaben introduciendo las impresoras 3D en casa de sus padres?
*Este artículo se publicó originalmente en el número 32 de la revista Plaza