Sufriendo los valencianos el centralismo de Madrid, sorprende la reproducción por València de rasgos similares con el resto de la Comunidad Valenciana
No es la mayor incoherencia pero sí una de las más llamativas: España combina, al mismo tiempo, el ser el país europeo más descentralizado y, al mismo tiempo, más centralista. La distribución de competencias entre la administración central y autonómica, otorga a ésta segunda (al margen del sistema Foral) un papel muy destacado tanto en la prestación de servicios a los ciudadanos como en la regulación de la economía. Los servicios competencia de las comunidades autónomas son similares, sino superiores, al de algunas sociedades articuladas federalmente.
Pero en un ejercicio portentoso de avance hacia la cuadratura del círculo, España es un Estado fuertemente centralizado en donde Madrid lo es todo. Lo es en las concepciones de la gestión colectiva de las elites políticas, judiciales o administrativas, residentes en la capital, como en las vinculadas a los medios de comunicación, con los de titularidad pública a la cabeza. Y lo es como monopolio a la hora de ubicar la sede de los organismos desde empresas a museos “nacionales”. Un rasgo que ningún gobierno desde 1978 se ha planteado matizar. Todo un contrapunto respecto a la UE que, al menos, sí ha procedido, como muestra el mapa, a distribuir sus agencias en el territorio de sus miembros.
La queja, el pasado agosto, de la diputada del PSPV Mercedes Caballero sobre la sistemática identificación entre la Comunidad Valenciana y el Levante español o la confusión habitual a la hora de nombrar sus ciudades, comarcas y eventos en los medios de comunicación “nacionales” no es una anécdota. Representa la punta de un gigantesco iceberg de madrileñismo político, ese ya mencionado por Ortega y Gasset hace más de un siglo, el cual, todavía hoy, y a pesar de muchos madrileños, arrasa de Doñana a Donostia y de Els Ports a la Costa da Morte.
Una concepción centralista de España cuyo mejor exponente cotidiano es la información deportiva y meteorológica. En la primera, al Real Madrid nunca le gana nadie. Si gana un partido, gana, y abre informativos y portadas con independencia de la orientación del grupo de comunicación y de su puesto en la clasificación. Pero si gana el contrincante, es el Real Madrid el que pierde; no el rival el que gana. Y, por supuesto, abre también la información deportiva para explicar por qué ha perdido; no por qué ha ganado el rival. En la segunda, existe además del Levante, el Cantábrico, el Norte, el Este, el Oeste, el centro peninsular etc. y Madrid. ¡Madrid es Madrid!
Pero este centralismo no es el único. La organización administrativa de la Generalitat Valenciana no está menos concentrada en València que la central del Estado en Madrid. En el cap i casal se ubican la práctica totalidad de los órganos de la administración autonómica a modo de una reproducción autóctona del centralismo de Madrid. Ello tiene su traslación literal sobre cuánto sucede en la esfera pública. Ya se vio, hasta la náusea, por mencionar sólo un caso, cuando las Fallas se incorporaron a la extensa lista de patrimonios inmateriales de la UNESCO. Las declaraciones de algunos políticos autonómicos, al margen de los municipales, hacían pensar que, en el mejor de los casos, ignoraban que ya había otros seis –uno de ellos compartido- entre nosotros. En el peor, que los despreciaban.
El último ejemplo ha sido la artificial solución dada a la sede de la Agencia Valenciana de la Innovación (AVI). El president Puig se comprometió reiteradamente a localizarla en Alicante. O al menos así lo recogieron los medios de comunicación. Pero la sede real –la operativa– se ha quedado en València. En Alicante queda la sede legal y la promesa de crear en la Ciudad de la Luz un distrito digital. En sus formas, las quejas patronales de Alicante ante esa solución entroncan con el bronco alicantinismo de larga tradición y tan negativas consecuencias. Pero en su fondo, la irritación patronal está cargada de razón: Puig ha incumplido su compromiso. Y, una vez más, en la dirección de siempre: València gana.
La concentración de organismos en ella se defiende por la eficiencia y el ahorro de recursos cuando en gran medida es mera comodidad. En la época de la revolución de las comunicaciones, de la que queda fuera el ferrocarril entre Alicante, Castellón y Valencia, un insulto no inferior al maltrato en la financiación; cuando el trabajo en remoto es no sólo posible sino que empieza a ser habitual y existen sistemas gratuitos de videoconferencia, este argumento es irrisorio. Como lo es, la pretensión de justificarlo por el papel de cap i casal de la ciudad de València en la estela de Barcelona en Cataluña. Ni la historia ni la distribución de la población en el territorio, son similares.
Dejo de lado la historia, tan maltratada por quienes la pretenden amoldar a sus convicciones lo cual nos han conducido a la invisibilidad en la que estamos. Pero la diferente distribución territorial de la población debería llevar también a repensar esa pretensión de València de ser cap i casal al modo de Barcelona. La diversidad de aproximaciones al borroso concepto de área de influencia no impide constatar que no hay comparación posible en el peso de ambas ciudades dentro de sus territorios. Lo muestra el cuadro siguiente, resumen de un cálculo rápido sobre las cifras disponibles, por otro lado bien conocidas.
Frente al peso demográfico de Barcelona y su área de influencia dentro de Cataluña, la importancia de València, y su hinterland dentro de la Comunidad Valenciana es mucho más modesta. No hay comparación posible en cifras absolutas (cerca de 4 millones frente a 1,5) ni la hay en % sobre la población de cada comunidad autónoma (más de la mitad frente a menos de un tercio). Una situación que, en ambos territorios, tiene un origen remoto, de siglos.
Lo anterior tiene implicaciones diversas sobre la viabilidad de una vertebración de los valencianos como pueblo diferenciado tal y como se viene abordando. Y más en un nacionalismo backward looking como el que domina. Pero tiene también otra indiscutible: hay otras áreas en la Comunidad de importancia demográfica, y económica, cuyo peso dentro de la administración autonómica es nulo. Lo cual en forma alguna se corrige, más bien se alienta, con esa perversión tal usual de distribuir los cargos por cuotas geográficas como si la función del nombrado fuera otra que la defensa de los intereses colectivos.
Entre estas áreas, la más evidente es la del triángulo Elche-Alcoi-Alicante en donde no es seguro que Alcoi o Elche acepten sin discusión la capitalidad de Alicante. Pero también La Plana, y en general las comarcas litorales del norte, cuyo menor peso demográfico, y una opacidad empresarial de siglos pasados, no justifica su irrelevancia. A las puertas de una nueva conmemoración del 9 d’Octubre, y cuando se acaba de anunciar una Ley de capitalidad para València, quizá su centralismo merecería ser repensado. En especial, si se desea plantear nuestro futuro como pueblo y no simplemente rememorar un pasado repleto de derrotas.