Es indudable que la gestión de los barrios céntricos e históricos de las grandes urbes supone un reto de primer orden para todo gestor político, y ello por los riesgos y desafíos que suele plantear su planificación y ejecución (degradación, problemas de tráfico enquistados, falta de servicios, masificación, presión turística desbordada y abusiva, decadencia del pequeño comercio tradicional, etc.). Tenemos ejemplos cercanos con los que podemos compararnos, como serían las situaciones experimentadas en Madrid (con su pionera experiencia del proyecto “Madrid Centro”, que ha recibido tanto elogios como severas críticas) o Barcelona (con el siempre problemático barrio gótico, destacando su masificación turística e inseguridad ciudadana).
Lógicamente Valencia no podía ser una excepción a este respecto, aunque con su propia y singular historia e idiosincrasia. Pero hay que reconocer que, aunque la situación ha mejorado ostensiblemente desde los complicados años setenta y ochenta del siglo pasado, verdaderos “años de plomo” en los que la situación de muchas zonas del centro histórico de la ciudad se podía considerar crítica (sobre todo por los problemas derivados de la inseguridad ciudadana), lo cierto es que a día de hoy aún queda mucho por hacer, siendo múltiples y diversos los frentes con los que debe lidiarse para aspirar a que los barrios céntricos se conviertan en una zona de referencia de la urbe que atraiga nuevos vecinos e inversiones. De hecho, esta parcela de la gestión municipal va a suponer uno de los principales desafíos para el nuevo equipo de gobierno que salga de las urnas este próximo 26 de mayo.
No en vano el centro de Valencia, Ciutat Vella, y singularmente el barrio del Carme, fueron en buena medida el talón de Aquiles de la gestión política de Rita Barberá, unos barrios con los que nunca pudo hacerse del todo y en los que no llegó a dejar su peculiar y característica impronta personal y huella política, a diferencia de lo acontecido en otros barrios y distritos de la ciudad. Fue, en buena medida, el “Stalingrado” de su desempeño como alcaldesa (junto al Cabañal, su “Leningrado”), constituyendo uno de los puntos más cuestionables en su extensa hoja de servicios al “Cap i casal”. Como en aquella célebre batalla de la II guerra mundial, la gestión del PP durante tantos años fue un eterno querer y no poder, un intentar poner en valor una zona esencial e indispensable para entender lo que es Valencia, para comprenderla en su plenitud, en lo más profundo de su alma urbana.
Las causas de ese fracaso son múltiples, pero lo cierto es que no logró revitalizar la zona pese a los esfuerzos desplegados, como el conocido plan RIVA y otras iniciativas similares, ya que siempre quedaban pendientes muchos flecos y actuaciones, como por ejemplo la declaración del Barrio del Carme como Zona Acústica Saturada (ZAS), proceso que solo ha culminado en fechas recientes. Pero, sobre todo, su actuación no logró revertir la imagen de cierta decadencia, de degradación, que ha acompañado tradicionalmente a muchos barrios y distritos del centro, no solo Velluters, con sus pintadas, la suciedad crónica, la falta de cuidado y de soluciones sostenibles e incluso con problemas de inseguridad ciudadana.
Y así, instalados en esa situación permanente de impotencia política, de incapacidad de lo público para cambiar de forma efectiva la realidad, que fue la época de Rita en lo que respecta al centro histórico de Valencia, llegamos al advenimiento del actual tripartito, con el alcalde Joan Ribó a la cabeza. Este nuevo equipo consistorial generó muchas expectativas para el futuro de Ciutat Vella, pero lo cierto es que muchas iniciativas se han quedado en meros proyectos, encerradas en los cajones del Consistorio, dando lugar una vez más a un ejercicio de querer y no poder. Pongamos un ejemplo simbólico: la rehabilitación y puesta en valor de los restos históricos del centro de Valencia, y singularmente su muralla árabe. Se anunciaron a principio de legislatura iniciativas de profundo impacto y calado pero que han quedado en nada, pues las torres y lienzos de muralla que presenciaron la caída de Zeyd Abú Zayd, el último gobernador almohade de Valencia (el moro Zeit, como reza una conocida calle del centro histórico) aún siguen olvidadas entre descampados, esperando que alguien les devuelva su viejo esplendor.
Pero es que, además, Ribó ha dejado campar a sus anchas y por sus fueros en el centro histórico a su edecán, el incomprendido Grezzi, que no conoce de aliados ni enemigos en su pertinaz empeño por someter la circulación en la ciudad a su desmedido ego, con sus bucles irracionales, sus mil barreras y obstáculos para los vehículos, y demás medidas que solo contribuyen a echar más leña al fuego, soliviantando en gran medida a unos vecinos y comerciantes que constatan impotentes cómo se les dificulta habitar y vivir en sus barrios. Con aliados así, para qué buscar enemigos, hubiera pensado Napoleón en Waterloo ante el avance de las tropas inglesas. Y si no, que se lo digan a la alcaldable Sandra Gómez, quien ha tenido más de un conflicto con su compañero de equipo de gobierno. Y la lista en el “debe” político del tripartito podría extenderse a otros proyectos, como la falta de toda acción determinante en el reciclaje de residuos urbanos o la suciedad crónica que presentan muchos de los barrios de Ciutat Vella. La gestión de esta última legislatura puede resumirse con las inspiradas palabras que escribió en esta misma cabecera en 2013 Andrés Boix, que vuelven ahora cual “bucle grezziano”, cuando afirmaba aquello de que “un breve repaso a los ejes en torno a los que los poderes públicos han actuado para tratar de poner en valor ese tejido urbano y a las medidas adoptadas revela muchas cosas sobre la triste ausencia de conocimientos técnicos de quienes las han diseñado, así como un absoluto desprecio por los vecinos del barrio, que las más de las veces no han sido ni tenidos en cuenta, cuando no tratados directamente como una molesta presencia con la que lidiar.” Amén.
Pues bien, este panorama sobre la situación de la gestión política del centro histórico de Valencia, en el que ningún proyecto ha logrado imponerse de forma clara y contundente, puede permitir una reflexión de más largo alcance sobre lo que podría acontecer en las próximas elecciones municipales del 26 de mayo. Y ello porque, siendo claro que ninguno de los barrios del centro histórico constituye el icónico “Ohio” de las elecciones locales en la ciudad de Valencia, sin embargo, sí puede ofrecer una referencia sobre cómo ha evolucionado el voto en los últimos comicios. Y así, si tomamos como referencia el emblemático barrio del Carme, las estadísticas del Ayuntamiento de Valencia nos indican que con un censo estable (4807 habitantes en 2011 frente a los 4857 de 2015) el PP pasó de los 1378 votos de 2011 (un 42,6 %) a 782 (21,9 %) en 2015, mientras que Compromís experimentó una espectacular subida, pasando de 544 votos en 2011 (un 16,8 %) a los 1183 de 2015 (un 33,1 % ). Por su parte, el PSOE perdió casi la mitad de sus votos, al pasar de los 650 de 2011 a 352 en los comicios de 2015. Y finalmente Ciudadanos irrumpió con 425 votos.
¿Qué nos dicen estas cifras, similares por lo demás en los demás barrios de Ciutat Vella? Pues que la clave de las próximas elecciones radicará en el desgaste que haya podido experimentar el Gobierno de la Nau por su gestión durante estos últimos cuatro años, si conllevará un retroceso suficiente para que el centro-derecha ocupe su lugar y logre el poder, o si, por el contrario, como en las elecciones autonómicas, lograrán retener el poder in extremis. Para ello será clave constatar cómo fluctúa el porcentaje de abstención, si se mantiene como en 2015 o se reduce ante la movilización de la izquierda por el temor a la llegada de la extrema derecha de Vox, siendo significativo que, en el barrio analizado, el Carme, dicho porcentaje se mantuvo idéntico en un 30,4%, tanto en 2011 como en 2015.
En definitiva, lo que suceda el próximo domingo electoral en el centro histórico de Valencia puede determinar de forma sustancial la configuración del nuevo Gobierno municipal. Y, sin duda, los riesgos de volver a fracasar en la gestión política de este escenario urbano tan complejo son elevados. El centro histórico de Valencia es como el mítico Afganistán, que ha visto pasar a los mejores ejércitos de la historia (ingleses, rusos, americanos…) sin que ninguno lograra una victoria concluyente, decisiva, siempre pagando cualquier avance a un altísimo precio. Misterios de una ciudad que no se acaba nunca, como reza la inspirada canción de Julio Bustamante.
Lo que en todo caso resulta indispensable es que el nuevo Consistorio que se constituya trate de darle al centro histórico un nuevo impulso, que se vuelva a racionalizar el tráfico deshaciendo los entuertos cometidos, que se pongan en valor de una vez por todas sus vestigios históricos, que se fomenten las inversiones privadas que aporten dinamismo y riqueza y, sobre todo, que se supere de una vez por todas esa sombra de decadencia que siempre lo ha atenazado cual espada de Damocles, proyectando hacia el futuro unos barrios cómodos, confortables y atractivos para su vecinos. Y para ello, tal vez, y digo solo tal vez, la mejor fórmula podría pasar por dar al centro histórico, y por ende a toda la ciudad, una nueva luz, una pátina anaranjada que aporte nuevas formas de hacer las cosas como una brisa de aire fresco y renovador. Y el que quiera entender, que entienda…
Jaime Font de Mora es jurista