VALÈNCIA. Pasado el día de rigor para que todo el mundo opine en redes, cabe preguntarse qué trascendencia va a tener el experimento del pasado sábado en el Palau Sant Jordi de Barcelona, en el que se celebró el primer concierto masivo y sin distancia de seguridad, aunque bajo un estricto control epidemiológico y la obligatoriedad de la mascarilla. Love of Lesbian reunió a 5.000 personas, que pudieron bailar, saltar y corear. Las imágenes han dado la vuelta al mundo e impresionan, aunque cabe señalar que se trata en realidad de un experimento que escala otra experiencia, la de la sala Apolo con 500 personas, con condiciones calcadas, y en la que cuyos resultados fueron contundentes: cero personas contagiadas.
Jordi Herreruela, director del Cruïlla y uno de los principales impulsores de la experiencia del pasado sábado, explicó a las delegaciones de otras comunidades autónomas que acudieron allí que su objetivo es “presentar hechos científicos y rigor” en vez de quejarse sin más por no poder realizar sus festivales. Más allá de cualquier imagen, lo importante llegará en unos días, cuando se compare, después de que el público al salir haga vida normal, la incidencia del grupo de 5.000 personas comparada con la de la población general de 18 a 65 años en Cataluña. Si la incidencia es similar o menor, se pretende validar el hecho de que la concentración de gente puede no ser un acto de riesgo si se criba a través de la prueba de antígenos; si la incidencia es mucho mayor, se demostraría que el protocolo que se llevó a cabo en el Apolo no es escalable.
¿De qué manera influirá esto en los festivales valencianos? ¿Insufla una nueva esperanza para la celebración de los eventos masivos anunciados para este mismo verano, que empieza en tres meses? La respuesta es complicada, e igual de justo es decir que el experimento del sábado es un paso determinante como que limita claramente sus propias posibilidades. La primera es, por ejemplo, la creación de una burbuja segura que se rompe al salir del recinto (ya sea al aire libre o cerrado). La prueba de antígenos y el posterior protocolo buscan reducir al mínimo cualquier otro riesgo que no sea el de la falta de distancia de seguridad, pero un festival al uso dura más de un día y la gente entra y sale con libertad. En el caso de validar este protocolo, no sería aplicable a la mayoría de propuestas porque solo se podrá hacer un festival por días.
Por otra parte, el protocolo de control sanitario es, ahora mismo, inmensamente costoso: se necesita adquirir pruebas, pero también mascarillas FPP2 nuevas para cada participante, un equipo médico, la adopción de una aplicación para garantizar ese “pasaporte sanitario”, y otras muchas más medidas de control de masas. Herreruela proyectó sin miedo que, si el experimento sale bien, el entendía que “se podrá hacer el Cruïlla con 20.000 personas este verano en el Parc del Fórum”. Algo que da muchas esperanzas pero que obedece también a un contexto sectorial tan concreto como el de los festivales catalanes, que superan mayoritariamente en público pero también en precio medio de las entradas a los valencianos.
Copiar este protocolo significaría, indispensablemente, una subida en el precio de las entradas en un público que desde hace años está acostumbrado a ver carteles populares con precios muy ajustados. Por otra parte, la prohibición de consumición en la pista de baile que establece el protocolo sería un palo para una (sino la principal) fuente de ingresos de los macroeventos musicales: las barras.
Con todo esto, algunas de las voces valencianas presentes en el evento del sábado se mostraron gratamente sorprendidas y sin duda tomaron nota de la experiencia, según las declaraciones que ha podido recoger Culturplaza. Falta, eso sí, aterrizar los hechos y ver de qué manera se pueden adaptar a los grandes eventos actuales. En todo caso, esto afectará más a las citas que se diseñen a partir de ahora que a las que ya hay previstos y con entradas vendidas. Es decir, no supone una solución a corto plazo para destacar las ediciones normales de los festivales, sino para construir alternativas que puedas sustituirles mientras la situación epidemiológica no acompañe.
Además, el sector pedía que la estrategia de qué ocurre este verano no sea diseñada por cada comunidad autónoma sino por el Gobierno de España. Cabe recordar que es la administración central la que fija mínimos y máximos en cuanto a la concentración de la gente, y que bajo esa horquilla es sobre la que se debe mover cada región. En definitiva, no se puede hacer nada si no se desbloquea el horizonte del 9 de mayo, día en el que está previsto el fin del Estado de Alarma y a partir del cual se espera una desescalada.
En el contexto valenciano, este diario ha podido saber que Turisme CV, festivales y Sanitat tienen prevista una reunión de trabajo conjunto para empezar a diseñar las diferentes posibilidades de este protocolo de desescalada. Para los festivales fue especialmente importante que en la comitiva estuviera Isaura Navarro, Secretaria Autonómica de Salud Pública, que acudió con ellos al Palau Sant Jordi en unas gradas dedicadas a los profesionales de la música. Aunque se estuvo gestionando la invitación hasta el final, desde el departamento de Cultura no pudo acudir nadie.
A pesar de las limitaciones de cómo adaptar la experiencia del sábado al contexto valenciano, la esperanza está ahí: se posicionan como un sector dinámico que busca de qué manera poder trabajar desde la ciencia, un gesto muy simbólico a la hora de negociar con las administraciones, y los festivales se han sabido -especialmente en la Comunitat- un sector dinámico que se han ido adaptando a las circunstancias pandémicas para que la música en directo no pare. Este es un gran paso más, no se sabe hasta qué punto concreto o simbólico, pero en todo caso, determinante para mirar al futuro con la esperanza de poder reactivarse.