En otros países, incluso con problemas de gestión comparables a los de España, los gobiernos han subido en popularidad. España ha sido la excepción. Estos son algunos de los motivos
VALÈNCIA. La crisis de la Covid-19 ha irrumpido en nuestras vidas como un tsunami: de improviso y con efectos devastadores. Pero un tsunami, además, que amenaza con volver una y otra vez. Es una situación insólita para la mayoría de los gobiernos del mundo, que claramente les ha cogido desprevenidos. Sin embargo, no se está evaluando de igual manera la labor de todos los gobiernos, ni es cierto que más o menos estén haciendo todos lo mismo ni cometiendo los mismos errores; aunque tampoco sería justo decir que unos lo hacen todo bien siempre y otros siempre mal.
En este hipotético ranking, llaman la atención las dificultades que ha tenido el Gobierno español, desde los primeros compases de la crisis, para hacerse acreedor del apoyo de una mayoría clara de ciudadanos, así como de las fuerzas políticas, económicas y sociales. No en vano, la valoración del gobierno de Pedro Sánchez ha perdido enteros, mientras que la de otros gobiernos del mundo (la mayoría, al menos en un principio) tiende a subir.
En la duda, en la incertidumbre, la gente se agrupa en torno a sus líderes, buscando seguridad y protección. Si no es así, probablemente se deba a que los líderes están fallando en su labor. La cuestión que abordamos aquí es en qué ha fallado o está fallando el Gobierno:
1. Reacciona tarde: constituye el principal fallo, el factor más importante, que por sí solo explica la gravedad con que la enfermedad ha afectado a España: el pecado original del Gobierno. Hasta que se aplicó el estado de alarma, a mediados de marzo, fueron escasas o inexistentes las medidas adoptadas para dificultar la propagación del virus. Y este es, precisamente, el factor más importante, a la vista de la experiencia de los demás países (y de España): este es un virus que se difunde exponencialmente mientras no se haga nada para evitarlo (o lo que se haga sea insuficiente), porque es muy contagioso y nadie es inmune al contagio. Así que cada día de retraso para aplicar medidas de contención se paga muy caro después. En España, por las razones que fueran (exceso de confianza, desconocimiento, frivolidad, miedo a las consecuencias...), la reacción fue tardía.
2. Lentitud: en general, el Gobierno está actuando con mucha lentitud en muchos aspectos relacionados con la crisis del coronavirus, o así lo percibe la ciudadanía: en conseguir suficiente material de protección, suficientes test, en aportar medidas económicas para paliar el terrible efecto de la crisis... En la mayoría de los casos es un problema comprensible y compartido con casi todos los gobiernos. Pero es tal la ansiedad y el estado de fragilidad de buena parte de la población española que la evaluación de cada retraso es muy negativa.
3. Improvisación: ante la naturaleza de esta crisis, y con un gobierno desbordado por los acontecimientos y que intenta tapar agujeros desesperadamente, la improvisación es habitual. La compra de material en el mercado persa de China, pero también las propias medidas del Gobierno, nos han dado abundantes ejemplos al respecto. El más notable, en el momento en que escribo estas líneas, ha sido el cambio de posición exprés (seguido por una rectificación también a toda velocidad) con los paseos de los niños: tras anunciar que podrían pasear, se dijo que podrían pasear... pero hasta el supermercado o la entidad bancaria. Fue tal el follón que se montó, que el Gobierno volvió rápidamente a la posición de partida.
4. Falta de transparencia: a pesar de que el Gobierno desde el principio ha rendido cuentas ante la opinión pública, con comparecencias diarias del comité de emergencias, de varios ministros, y semanales del presidente Pedro Sánchez, persiste la oscuridad sobre muchos aspectos de su gestión. De hecho, amparándose en que el estado de alarma les permitía ignorar la Ley de Transparencia, durante semanas el Gobierno se negó a ofrecer información sobre sus proveedores en el mercado chino (sobre todo los causantes de los pufos más significados, como los test rápidos y las mascarillas de pega). Tampoco puede decirse que las cifras de fallecidos, contagiados y recuperados sean un portento de transparencia, aunque aquí la responsabilidad es, al menos, compartida con las comunidades.
5. Centralización ineficaz: desde el principio de la crisis, el ministerio de Sanidad ha pasado a centralizar todas las decisiones, al igual que el Gobierno central asume el control del estado de alarma. Sin embargo, España es un país muy descentralizado, sobre todo en cuestiones como la Sanidad, que es competencia autonómica. Por eso, el ministerio de Sanidad es como una cáscara vacía: no dispone de los recursos ni de la capacidad para hacer cumplir sus medidas, que tienen que aplicar las comunidades autónomas. Pero con esta pretensión centralizadora, el Gobierno sí que ha conseguido aparecer como corresponsable, e incluso responsable único, del desastre en algunas comunidades autónomas, sin por ello llevarse ningún rédito por la gestión en aquellas en que la percepción pública es positiva. Así, los méritos de los aviones de China y otras medidas acertadas son de Ximo Puig (justificadamente), pero los problemas de administraciones como la madrileña o la catalana son siempre del Gobierno central, a menudo contra toda evidencia.
6. Desunión con la oposición y las administraciones autonómicas: este tipo de actuaciones, además, han propiciado que el Gobierno reciba ataques, casi desde el principio, por parte de los presidentes de las comunidades autónomas, así como de la oposición. Algo que tampoco está sucediendo en otros países (salvo en los que también están teniendo problemas en la crisis, como Estados Unidos o Italia). Estos dirigentes entran al trapo de la crítica en esta situación, en parte, porque perciben la debilidad del Gobierno e intentan aprovecharse de ello; pero también porque el propio Gobierno se ha enajenado de su apoyo, bien ignorándolos durante semanas en las que parecía creer que tenía mayoría absoluta en el Congreso, o bien apropiándose de sus competencias para luego permitirles ejercerlas igualmente.
7. Las cifras: finalmente, y volvemos al principio, la raíz del problema es que las cifras de fallecidos y contagiados en España son terribles; y lo son, además, por comparación con cualquier país de nuestro entorno. Es difícil encontrar países con peores cifras que el nuestro, y no es difícil, en cambio, observar lo que ha sucedido en otros países de nuestro entorno (Portugal o Grecia) en los que se actuó con prontitud y donde el impacto de la pandemia, por ahora, es mucho menor que en España.
No todo es negativo, por supuesto. La aplicación del estado de alarma está siendo rigurosa, tanto por parte de las autoridades como —sobre todo— de los ciudadanos. Las medidas de protección y los test, aunque lentamente, se han incrementado. El Ejecutivo ha sabido rectificar rápidamente sus peores decisiones, lo cual no es síntoma de debilidad sino de un mínimo sentido común. Lo peor de la pandemia ya ha pasado. Tal vez, lo peor de la gestión del Gobierno también. Más nos vale a todos que sea así.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 67 de la revista Plaza
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