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El islamismo moderado se impone en Indonesia por la reelección de Jokowi

Foto: EFE
26/05/2019 - 

Indonesia se extiende a través de un enorme archipiélago integrado por 13.500 islas. Esta peculiaridad geográfica es un condicionante relevante de las características de su vida política, económica y social. No es fácil gestionar un país así. Por otro lado, Indonesia es conocido por ser el país con mayor población musulmana del mundo (realmente alcanzó este primer puesto en 1971 cuando Bangladesh se escindió de Pakistán). En efecto, alrededor del 88% de sus 265 millones de habitantes son musulmanes. Las otras religiones minoritarias del país asiático son el cristianismo en sus diferentes vertientes (con un prácticamente el 10% de la población) y el hinduismo y el budismo ya muy residuales. Pero además, Indonesia, ya desde el inicio de su andadura como país independiente de Holanda en 1945, se ha considerado como un ejemplo, no exento de ciertas tensiones periódicas, de tolerancia y respeto entre las naciones musulmanas. Así, Sukarno, primer presidente indonesio, desde su reconocimiento de que Indonesia era un estado multiétnico, basó su  sistema político en la democracia, la justicia social y el pluralismo religioso. El dictador Suharto que le sucedió años después mantuvo estos principios del sistema político de Indonesia evitando en todo momento que la influencia de los musulmanes radicales pudiese llegar a ser dominante. No obstante precisamente desde la implantación de la democracia en 1998 esa separación entre estado y religión se ha visto asediada por el activismo social y religioso de los islamistas radicales. Un elemento crucial para este cambio de tendencia actual está, como siempre en la educación. En el caso de Indonesia, resulta incluso más relevante por la impresionante juventud de su población ya que el 30% de su población tiene menos de 14 años. El adoctrinamiento es la clave para ganar adeptos a largo plazo (y tenemos ejemplos tristemente cercanos). El wahadismo propio de los países del Golfo ha penetrado eficazmente en la educación pública. En este sentido se otorgan numerosas becas a estudiantes para desplazarse a Arabia Saudí. Luego regresan a Indonesia y se encargan de difundir una versión más ortodoxa del Islam.

Ante esta realidad, el Presidente actual y recientemente reelegido Joko Widodi (conocido popularmente como Jokowi por la ingeniosa combinación de su nombre y apellido) ha tenido que adaptarse. No se debe olvidar lo que representa Jokowi. Fue denominado como el Obama indonesio por su carisma y su talante liberal, llegó al poder en 2014 con un potente mensaje de cambio y de transformación. De hecho ha sido el primer presidente de Indonesia que no pertenecía a la elite política del país y un ejemplo de meritocracia y de promoción social ejemplificador. Sus orígenes son humildes. Fue primero alcalde en una ciudad del centro de la Isla de Java llamada Solo y luego gobernador de la megalópolis Yakarta culminando su ascensión política alcanzando la Presidencia del país. Le apoyaron en esta ascensión los sectores más liberales del electorado indonesio junto con determinadas minorías como el colectivo LGTB hasta las comunidades cristiana y amadí (colectivo musulmán que rechaza los planteamientos fundamentalistas). Pero el incremento de la influencia del islamismo radical (como ha sucedido en Malasia) le ha forzado durante su mandato a determinadas decisiones no exentas de controversia. Por ejemplo en 2018, se debatió en el Parlamento una nueva reforma del Código Penal encaminada a tipificar la homosexualidad como delictiva. También el posicionamiento quietista, por llamarlo de alguna forma, del Presidente Jokowi frente al proceso contra su antiguo amigo Basuki Tjahaja Purnama (Ahok), ex-gobernador de Yakarta, por más que cuestionables acusaciones de haber criticado el Corán que ha concluido con una pena de prisión de 21 meses evidencia ese fortalecimiento del Islamismo radical en la política Indonesia. Esta tendencia ha culminado, para contribuir a asegurarse su reelección (limitada constitucionalmente a dos mandatos),  con el nombramiento como su vicepresidente a Maruf Amin, presidente del Consejo de Ulemas y clérigo islamista radicalmente conservador.  Y sin duda la estrategia le ha resultado exitosa frente a su viejo contrincante, el ex-general nacionalista Prabowo Subianto (sí, ha sido el mismo contrincante al que venció en las elecciones de 2014, como si fuese un partido de vuelta) que se había escorado, probablemente de forma más que interesada, a posiciones fundamentalistas. Por lo tanto, las circunstancias no parecen indicar que se vayan a producir avances en la defensa de las minorías y los derechos humanos. La tendencia clara es la consolidación de la influencia del islamismo más radical.

Foto: EFE

Con algo más de optimismo cabe contemplarse los aspectos de política económica. Es cierto que los resultados económicos no han verificado las expectativas de crecimiento que anunció Jokowi: frente a un esperado incremento hasta el 7% de crecimiento anual del PIB, la economía se ha quedad0, por el momento, en un insuficiente 5%. Tampoco se ha levantado con la contundencia que se esperaba las medidas proteccionistas que se instauraron tras las crisis financiera asiática de 1997. Ni se han desterrado prácticas clientelistas y corruptas de determinados empresas. Pero sí que se percibe que el Gobierno está poniendo las bases para un modelo económico más abierto, transparente y eficiente. Así resulta ilustrativo la pujanza de Go Jek, que se podría calificar como el primer unicornio (empresa con un alto componente de tecnología cuyo valor bursátil supera los mil millones de dólares) de Indonesia. Además el gobierno ha puesto en marcha en ambicioso plan de infraestructuras con cerca de 250 proyectos desarrollándose dirigidos a la construcción de carreteras, puertos, refinerías, plantas de energía. Si este plan se ejecuta satisfactoriamente el crecimiento del 7% del PIB podría ser alcanzable. Por otro lado, proceder a un progresivo aperturismo de la economía es también esencial para fomentar su dinamismo. Además hay que reconocer que la inflación está controlada y la rupia se ha revalorizado.

Cabe esperar que el hecho de ya no estar sometido a una reelección pueda ser determinante para la valentía y contundencia de la acción de gobierno. En todo caso se va a necesitar todo lo anterior y mucho más para que se cumpla el ambicioso objetivo indonesio de convertirse en 2050 en la cuarta economía del mundo.

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