Caja Negra Editora publica esta antología de trabajos del polifacético pensador brasileño, que mediante el uso del humor y de una gran cantidad de drogas, nos habla de quiénes somos hoy
VALÈNCIA. Y ahora qué. La noche ha empezado cuando todavía había luz, unos rayos escasos de la tarde que desaparecían en el horizonte mientras pedías la primera cerveza en la terraza de un bar, el que te gusta, el de siempre. Ahí ha caído la gente poco a poco, no has escrito a nadie, no hace falta: todos los días hay homilía en el templo. El momento es al salir de trabajar. Salir de trabajar implica ambivalencia: cansancio y euforia, derrota y renacimiento. Evasión y planes. Quienes han tenido un buen día y quienes no lo han celebrado o arreglado con lo mismo. Cervezas, copas, chupitos, ganas de ir al baño. Estaba claro que hoy nadie iba a cenar, fuera del chiste del cenar en vaso. Habéis hecho comunidad allí unas horas, y después habéis seguido la ruta, la del barrio. Otra terraza, en el cruce de caminos de una plaza: para saludar. Los animales sociales gustan de ver y dejarse ver. Para eso estamos. Nadie se ha ido, pero sí se han sumado algunos. El tiempo ha comenzado a acelerarse perceptiblemente. La luz del Sol ha desaparecido: habéis entrado en el reino de las farolas y las estridencias de las luces de neón ajenas a cualquier sentido de lo estético, o a cualquier pudor por la armonía del vecindario. No todas, claro. Conviven neones históricos y discretos, con reclamos luminosos para turistas. No tenéis nada en contra de los turistas, salvo alguna cosa. No es contra los turistas, es contra la turistificación de las masas. Bueno, que nos despistamos. En el mismo lapso de tiempo antes habrían pasado cuarenta y cinco minutos, pero ahora han pasado dos horas.
Entráis en un pub para seguir. Aquí transcurrirán tres horas que parecerán media. Idas y venidas a la barra, al baño, a la calle. Alguien propone cambiar de lugar. Llegáis justo para pedir un par de rondas últimas en la barra de madera de un bar de madera. Es pronto todavía y coexisten dos sensibilidades (parecidas). La toma de decisiones es muy sencilla: la comunidad se divide, y siguiendo un ritual aprendido y practicado en tantas ocasiones, se emprenden caminos diferentes, hacia un club y hacia un piso. Los del piso compráis unas cervezas ambulantes, ocupáis los sofás y os sentáis a la mesa. Los del club os contarán mañana sus aventuras. La vuestra termina con el Sol instalado en la constelación del almuerzo. No es mala hora. La gente se va, y decides, entre que te duermes y no, leer la Historial universal del after de Leo Felipe. Tiene muy buena pinta porque el tema no puede ser más adecuado, por la referencia a Borges del título, y por la cita escogida para la portada: “Comenzamos a considerar nuestros afters como espacios para la concreción de algún tipo de proceso de cura psicosocial. Una terapia de grupo experimental sostenida por una pandilla de diletantes narcotizados”. Sin duda es una buena forma de explicarlo. Hay que reconocer que Caja Negra Editora ha sabido llamar tu atención. En la solapa se nos informa de que el autor —gafas de sol, sonrisa y camiseta de tirantes negra—, es brasileño de Porto Alegre y trabaja en el mercado del arte, pero previamente ha sido dueño de un bar, cantante de una banda punk, DJ, productor de fiestas, locutor, presentador de televisión, investigador académico y curador. Lo que se suele decir un hombre del Renacimiento, y creo que en aplicado a él, el concepto tiene más dimensiones de las habituales. Traducidos por Alejo Ponce de León, los textos que configuran el libro —desde cartas a testimonios de una mente al límite de su capacidad ketamínica en el mismo momento de la escritura— evocan fiestas en la calle y también en cobertizos inundables, incluyen confesiones, dibujan disensiones, denuncian la represión, el racismo y el clasismo, sirven de crítica de arte alucinada, señalan la forma en que vivimos y lo que aceptamos que sea la vida:
“Observaba la repetición compulsiva de gestos y movimientos de la gente en la pista, los veía sincronizarse en una coreografía que imitaba las diversas formas de interacción con la mercancía, que replicaba las relaciones sociales productivas bajo el amparo del sistema capitalista: comprar, usar, romper, reparar, descartar, cambiar, actualizar, expandir, imprimir, registrar, trabajar, rápido, apagar, tragar, beber, esnifar, fumar, inhalar, repetir, de nuevo, comprar, usar, tragar, beber, inhalar, fumar... El cuerpo como una zona donde se encarnan las ideologías y donde se libra una guerra por el control de la materia”. Felipe es un autor academipunk. Raverdémico. No lo sabía, pero buscaba esta explicación, esta idea: “Sobre nuestra última aventura: cada vez estoy más seguro de que toda esta cháchara sobre la «fiesta política» es solo una forma sencilla de comunicar lo que hemos estado haciendo, un modo de simplificar una experiencia más bien compleja para que más gente pueda entender y compartirla de alguna manera con nosotros. El placer es poder. La fiesta ocupa la calle porque vivimos en una ciudad, es uno de los lugares para la experiencia, es parte de su composición”. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Las razones no caben en un titular. Ni siquiera en un libro. Lo que es cierto es que nosotros, los seres humanos, no cabemos en las veinticuatro horas del día si ocho las pasamos trabajando y siete durmiendo. Eso suman quince. Veinticuatro menos quince deja nueve horas para otras obligaciones, los deberes y el ocio. Tratar de expandir la jornada, o levantar puentes entre días es una reacción muy lógica. La ingeniería de puentes y caminos entre días es una profesión de futuro, pero sobre todo, de presente. No hay más que ver los baños de cualquier bar, en la ciudad o en un pueblo. Lo único que importa es lo que viene después. [Es, en efecto, universal].
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