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HISTORIAS DE CINE

‘El renacido’ consagra a Leonardo DiCaprio

La nueva película de Iñárritu se convierte en un recital del actor, quien protagoniza una de las secuencias más impactantes de los últimos años 

5/02/2016 - 

VALENCIA. No había término medio: O triunfaba o fracasaba. Y él, por ego, por fe, siempre tuvo claro que estaba más cerca de lo primero que de lo segundo. Él es Alejandro G. Iñárritu y El renacido su locura. Su nuevo trabajo llega este viernes a las carteleras españolas y está llamado a ser uno de los largometrajes del año. Aspira a doce Oscars y podría suponer el primer eunuco dorado para Leonardo DiCaprio, seis veces nominado, cinco como actor si incluimos este film. Asimismo, ha consagrado al mexicano en el Olimpo de Hollwyood, donde la Academia le ha vuelto a designar como candidato a mejor director tras ganar el año pasado el Oscar por Birdman, en una situación que evidencia su consideración dentro de la industria norteamericana.

Ambientada en 1823, El renacido narra la odisea en los bosques del noroeste de Estados Unidos de un grupo de tramperos contratados por el capitán Andrew Henry, entre los que se encuentran Hugh Glass y su hijo mestizo. En un entorno tan bello como hostil, los tramperos recolectan pieles si bien con el peligro siempre presente de los indios norteamericanos, que viven en esos bosques que ellos han invadido. Tras sufrir un ataque por parte de una tribu india, los tramperos bajarán río abajo y se perderán después por el interior del bosque a la busca de vías seguras, pero allí deberán enfrentarse a la Naturaleza en una aventura en la que Glass, el personaje de DiCaprio, se lleva la peor parte. Suya será al final la gloria, pero también suyo el sufrimiento. Las raíces cristianas de la historia son más que evidentes, con ese héroe resucitado tras sufrir los más horrendos dolores.

El inicio de El renacido, premioso, contemplativo, es engañoso. Pronto se percibe que esa aparente calma, esa serenidad, es falsa. La secuencia del ataque indio, con largos planos coreografiados como un baile, lleva al espectador a la acción casi sin respiro. Los indios acuden no por maldad implícita sino por mera supervivencia, para robar las pieles y vendérselas después a los franceses a cambio de caballos, e Iñárritu lo refleja con una secuencia brutal, llena de golpes de efecto, muertes y gritos. Lo que vemos es una escena que resume la condición humana, las raíces manchadas de sangre del sueño estadounidense. 

A este primer conflicto humano le sucede el conflicto con la Naturaleza, con el ataque del oso como secuencia clave, de un verismo atenazador, que conduce al espectador a una situación casi prehistórica. Inevitablemente, la película decae. Las dos horas siguientes no están a la altura de su prodigioso arranque y si bien contienen momentos de gran calidad, también algunos en los que Iñárritu se pierde, en especial cuando intenta ser transcendente. Ya le ocurre al inicio del filme pero se hace más patente en las ensoñaciones que se suceden durante la película, todas tan parecidas entre sí. 

La ambientación y una sentida interpretación de DiCaprio sostienen esta segunda parte del film, que arranca con el tortuoso traslado del personaje de Glass herido y su posterior abandono. A partir de ese momento El renacido más que un film de aventuras convencional es una sesión concentrada de programas en la Naturaleza de Discovery Max, en especial los de Bear Grylls, ambientado todo en el paraíso de Henry David Thoureau. Y si no cae en la parodia, si consigue caminar por el fino hilo de la sensibilidad es gracias a la puesta en escena y a la enorme y admirable luz de Emmanuel Lubezki. Unida a la música de Ryuchi Sakamoto y Alva Noto que aporta texturas y ambientes, la labor del director de fotografía permite que el filme se sobreponga a sus defectos, a sus inconsistencias, a algunos fallos de guión, para convertirse en una experiencia, en un viaje. 

Y es que en los retales del libreto hay parches sorprendentes, por burdos o simplones. Por ejemplo, el personaje de Tom Hardy es poco menos que un cliché, sólo falta una flecha en la cabeza que nos señale que es el malvado de la función, y la resolución de una de las huidas de DiCaprio es tosca y parece talmente tomada de Acorralado, el clásico de serie B de Ted Kotcheff de 1982 protagonizado por Sylvester Stallone que dio pie a la por otro lado infame serie Rambo. Todo queda solapado por el espectáculo visual y sonoro, que incluye efectos de sonido que transmiten al espectador a ese entorno natural, casi mitológico. 


Es éste otro acierto de Iñarritu, la compensación que le salva de su megalomanía y la que le da la razón y justifica los sobrecostes, los gastos inesperados, los errores de rodaje que obligaron a duplicar el presupuesto. Al igual que Steven Spielberg acertó en Tiburón, al obsesionarse con rodar en el Atlántico, la decisión de Iñárritu de grabar con luz natural en reservas salvajes es un hallazgo, ya que le da al film una textura única, real. 

Su rodaje infernal, que acabó en Argentina, la convierte en otro ejemplo más que unir a la larga lista de películas memorables que han debido mucho al azar y que han tenido más en común con expediciones aventureras que con producciones audiovisuales al uso. Esas condiciones, esas incomodidades se trasladaron de alguna manera a la pantalla, a lo que vemos, subyacen como una melodía de fondo y de forma imperceptible se plasman en los pequeños gestos, en las miradas, en la forma misma de respirar de los actores.

La historia real, la de Hugh Glass (1780-1833), era un mito del Oeste potenciado en su día por la escasa prensa de la época y, como el duelo de OK Corral o los hermanos James, se instaló en el imaginario estadounidense. No es tampoco nuevo. La iconografía que todas las naciones tienen en su seno alberga una historia de un enfrentamiento entre hombre y Naturaleza; en España mismo tenemos la del rey astur Favila, hijo de Don Pelayo, muerto despedazado también por un oso según la tradición. Es algo que está en nuestro adn y nace en las pinturas rupestres. En el caso de Hugh Glass, su vivencia adquirió rango audiovisual cuando formó parte de la serie estadounidense de los años cincuenta La llamada del Oeste, y después fue llevada a la pantalla grande en 1971 en la película El hombre de una tierra salvaje. El film de Richard C. Sarafian tenía a otro Richard de protagonista, Harris, y contaba en su reparto con John Huston. La historia estaba un poco alterada con respecto al original y varía mucho de El renacido.

La película que protagoniza DiCaprio también modifica la historia original de Glass. De hecho ya parte de una revisión realizada por el novelista Michael Punke, en la que éste se tomaba algunas licencias. Tantas que el mismo autor al final de su novela incluía un apéndice en el que explicaba cuál había sido el destino real de los personajes. Así, el de DiCaprio, el cazador que sobrevivió al oso, fue muy distinto: no se vengó finalmente y moriría diez años después, cuando cruzaba el río Yellowstone, en una emboscada de guerreros arikara. No tenía hijos adolescentes muertos. Mientras, el de su némesis, el malvado John Fitzgerald que encarna Hardy, fue más incierto y se sabe bien poco: que fue uno de los dos hombres que abandonó a Glass y que después se enroló en el ejército. 

Iñárritu, con criterio, se apropia de una de las virtudes de la novela, su retrato de la vida en la época, y convierte el argumento en un film bastante diferente al de Sarafian. En su caso, siguiendo las enseñanzas de Terrence Malick El renacido deja de lado cualquier rigor que no sea estético y ahonda en una vena espiritual que, a ratos alcanza y a ratos no, para hablarnos de miedos ancestrales, para recordarnos cómo la capacidad de sobrevivir a todos los impedimentos nos ha hecho llegar hasta aquí. Es, en cierto modo, una historia muy parecida en el fondo a la reciente En el corazón del mar (2015), de Ron Howard, si bien Iñárritu opta más por la lírica que por la épica. Si uno acepta las reglas del juego, aunque para ello a veces deba transigir con determinados excesos, la partida no puede ser más especial; es casi como pasear entre esos altos árboles, en esos espacios salvajes, puros, exentos de huella humana, donde el hombre es sólo otro animal. 

Poética, mística, religiosa, la obra de Iñárritu es también un viaje en el tiempo a nivel estético, algo a lo que contribuye su cuidada dirección artística que hace que desde la primera imagen el espectador se sienta transportado. Como film, El renacido incide en el valor del cine como memoria y entronca así con las raíces de este arte industrial que atraviesa siglos.Por todo ello, sin ser perfecta, con sus peros, El renacido resulta al final una película impactante, de las que dejan huella. Cierto es que no deja de mentirnos, ya que envuelve con ropajes de verdad un mensaje de esperanza ilusorio, pero se trata de un dulce engaño, un regalo que es casi imposible rechazar. 

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