La escuela de paellas de los hermanos Montero se reconvierte tras el covid para dar paso a un refugio a orillas de la Albufera donde disfrutar de un paseo en barca, de un buen plato de arroz y de una pedida de mano
Si eres de los que salivas cada vez que Ricepaella sube una foto a su cuenta de Instagram, estás en el sitio adecuado. Arroces alejados de los cánones que le hacen un corte de mangas a los que se creen guardianes de lo que debe ser una paella. En este perfil que siguen más de 40.000 personas destacan las recetas propias, como el arroz de pez mantequilla con alcachofas de la terreta, el arroz de chivito (coronado con bacon y huevos fritos), el arroz de limón con menta, cúrcuma y jengibre o el arroz vegano con granada. Arroces que él inventa, prepara en casa y fotografía para Ricepaella, la marca que creó hace algunos unos años David Montero cuando se dio cuenta de que aquel mundo al que llegó por casualidad le gustaba.
David era camarero del bar Los Escalones de la Lonja cuando un día tuvo que echar una mano en la cocina. Antes había hecho un poco de todo, siempre ajeno a la hostelería. Su dedicación durante diez años fue como ebanista al lado de su padre. En aquel bar junto al Mercado Central empezó a hacer paellas, al principio pidiendo consejo a sus amigos, hasta que poco a poco le fue cogiendo el punto a aquello de preparar arroces. Pronto se dio cuenta que allí no podía poner en práctica todo lo que se le pasaba por la cabeza. A los extranjeros que comían en el restaurante no les podías sacar de la paella valenciana o de marisco, así que decidió que las haría en casa. Era 2012 y David ni siquiera tenía redes sociales. Primero se abrió Facebook y vio como sus recetas tenían aceptación. Luego llegó Instagram y empezó a cuidar más la imagen de sus paellas. Creaba bodegones con los ingredientes que había utilizado y él mismo hacía las fotos con su móvil y una escalera (lo sigue haciendo). Muchos arroces después, consiguió reunir a una comunidad de 15.000 fans que celebraban cada paella creativa que subía. Su desembarco en las redes lo simultaneaba con otros proyectos como Clandestine paella, una cita para que unos pocos elegidos disfrutaran de alguno de sus arroces en un lugar que los afortunados solo conocían unas pocas horas antes del encuentro. "La idea era buena y a la gente le encantaba, pero no era rentable", explica.
David empezó a ser conocido entre cocinillas y fans del arroz sin prejuicios. Entonces Instagram eligió una de sus fotos para celebrar su sexto aniversario y de la noche a la mañana, los 15.000 seguidores que tenía se convirtieron en 30.000. "Fue alucinante. Lo que yo llevaba años currándome, ellos lo consiguieron en un día, porque parece que no, pero detrás de Ricepaella hay mucho trabajo", afirma. A partir de ahí, David empezó a impartir talleres de arroz por España y a viajar por el mundo como abanderado de la paella. También sacó un libro de recetas, Paella lovers, unos 70 arroces creativos con sus fondos y su paso a paso. Ya va por la cuarta edición. Fue entonces cuando su hermano gemelo José Montero entró en escena para ayudarle en todo aquello que no era estrictamente el arroz. "Él se encarga de todo lo que envuelve a Ricepaella, de hablar con las marcas y las colaboraciones, de la web y el diseño, de los dossieres... ". Junto a su hermano decidió poner en marcha hace un par de años Paella School Montero, "el centro oficial de formación de la verdadera paella valenciana" como reza su web.
Al principio de arrancar, la escuela se ubicó en Castellar pero hace algo más de un año dieron el salto a un bonito paraje a los pies de la Albufera. "Lo que hacíamos era juntar a la gente en equipos. Estaba el equipo Garrofó, el equipo Tomate, el equipo Paella... yo les explicaba paso a paso como hacer la paella y luego iba equipo por equipo para que aquello al menos se pudiera comer. La gente se lo pasaba bien y al mismo tiempo aprendía", cuenta David. Esta primavera, habían cerrado un acuerdo con una empresa potente que les iba a llevar muchos colegios entre semana. El proyecto empezaba a despegar. Entonces llegó el covid y hubo que repensar la escuela.
Detrás del parque de bomberos de El Saler, un camino escondido que parece que salga de la nada conecta con el espacio que desemboca en uno de los embarcaderos del Parque Natural de la Albufera. Estamos a solo 10 kilómetros de Valencia, pero la paz que se respira bajo los eucaliptos, con el verde de los arrozales de fondo, la brisa marina riéndose de los 35 grados que marcaba hoy el termómetro y las barcas de madera que esperan a los visitantes, te transporta a otro mundo y a otro siglo. Aquel al que pertencen el Tío Paloma, el padre Toni y el nieto Tonet de Cañas y barro. Villa Favorita, es la pequeña construcción donde se han ubicado los paelleros. Era una antigua casa de labradores y pescadores, que se convirtió con el tiempo en un almacén para que los trabajadores de la zona guardaran las herramientas del campo. El entorno cuando llegaron allí David y Jose era un jungla, la maleza les llegaba por el pecho. Del camping que acogió el espacio hace años solo queda la sombra de los eucaliptos.
Todo lo que hay allí se lo han currado ellos. Hasta la construcción de las mesas de madera para los que se acercan los fines de semana a la escuela. Hoy somos unos pocos más, pero con el covid, decidieron que como mucho serían 40 personas en cada comida. También se han extremado las medidas higiénicas. Toman la temperatura en la entrada, hay gel hidroalcohólico en cada mesa y avisos para que se mantenga la distancia. Exploramos la zona cerveza en mano antes de embarcar. Los niños alucinan con los dos hoteles de insectos que ahí allí, un proyecto en el que han participado los alumnos de un centro de formación que enseña a personas con necesidades especiales un oficio. La sostenibilidad es otro de los pilares de la escuela. Todo lo que gastamos desde los platos hasta los cubiertos es reciclable.
Alrededor de las 12, nos subimos los primeros a la barca de Ximo "no es por ponerme medallitas, pero soy el ganador de los tres últimos años de vela latina de la Albufera". Con esos credenciales, estamos en buenas manos. Además, es calafate, el responsable oficial de construir las barcas que surcan el lago. Ximo nos habla de la Albufera y cuando llegamos a la parte más amplia del lago, detiene la barca. Somos unas 20 personas, no nos conocemos entre nosotras, y de pronto un espontáneo se pone en pie y nos pide un minuto de atención. Yo pienso que quiere vendernos algo. "Quiero aprovechar este día para agradecer a mi mujer que ayer cumplió 40 años lo bien que se porta con nosotros (refiriéndose a la prole de tres que les acompañan)"... Mmm, aquí pasa algo raro, pienso para mis adentros. De pronto veo que saca una cajita y le chillo a la fotógrafa que dispare. Se arrodilla y le pide matrimonio. Todos gritamos y aplaudimos y unos cuantos también lloramos, para qué negarlo. Se llaman Eva y Jesús, llevan juntos toda la vida y cuando iban a casarse hace diez u onces años, Eva se quedó embarazada y decidieron aplazarlo. Luego llegó otro hijo y otro más, y casarte, cuando tienes familia numerosa a la que atender, es la menor de tus preocupaciones. Él llevaba pensándolo tiempo y se quedó prendado con el paisaje, a pesar de ser de Jaén y vivir en Castellón, cuando conoció la escuela de los Montero. Iban a venir hace 15 días, pero se anuló y Jose le avisó el día de antes para que hoy fuese el día. Jesús tuvo que irse corriendo al Corte Inglés a por el anillo.
Con ese subidón de romanticismo volvemos a tierra firme. David se afana en el paellero, hoy el menú es paella valenciana; fideuà de agua de coco y bacalao y una paella de aguacate, cebolla caramelizada y calamarcitos. Cada día hace una paella valenciana y uno de sus arroces que parecen imposibles, pero que están de miedo. Son paellas que te ponen contento, que te hacen estar sintonía con el grito de guerra (mejor de paz) que utiliza siempre David. "A tope con la vida es una expresión que empecé a utilizar hace mucho. Yo soy una persona super optimista, y me di cuenta de que esa frase hacía que transmitiera energía positiva. Uno recibe lo que da, y esa postividad me la devuelve la gente que me rodea", afirma.
Con ese afán que tenemos los periodistas de etiquetarlo todo le pregunto en cuál de ellas encaja. ¿Cocinero? ¿Influencer? ¿Arrocero? "Yo soy un currante, una persona a la que le gusta hacer cosas y que trabaja duro por conseguirlas·, añade. Y un restaurante propio, ¿nunca te lo has planteado? "Sí, claro que sí. Antes no quería porque mis dos hijos (también gemelos) eran muy pequeños y quería estar con ellos, pero ahora que ya son más mayores, no lo descarto. Si encuentro a algún socio que quiera invertir...", señala David con esa actitud que le caracteriza. Seguro que si se lo propone, acabará por conseguirlo.