Todos tienen algo en común: un tesoro. Son coleccionistas, y no podrían poner precio a su repertorio sentimental. ¿Que si matarían por defenderlo? Hay una delgada línea entre la pasión y la compulsión, pagar la hipoteca o un cómic
VALÈNCIA.- Esto no va de sellos ni de cromos, sino de miscelánea. De personas que se niegan a deshacerse de su vieja Game Boy o su Sega Mega Drive, y todavía acumulan cartuchos de viejos juegos. Los hay que prefieren los clicks de Playmobil o las muñecas Barbie. Incluso acérrimos de movimientos históricos, con hits como el franquismo o el nazismo, que serían capaces de distinguir modelos de escopeta, cascos militares y hasta obuses de los diferentes bandos. Si hablamos de la Guerra de Secesión, tal vez incluso se disfracen. Pero no hace falta ser anónimo para vivir en la idolatría: dicen que el actor Tom Hanks siente debilidad por las máquinas de escribir, e incluso mantiene correspondencia amartillada con sus seguidores. Y mucho se ha discutido sobre la pila de revistas pornográficas que el escritor Franz Kafka guardaba en secreto debajo de la cama.
Atesorar cosas, por lo común de una misma clase y de especial valor, es coleccionarlas. Una acción que podría calificarse de afición, pero también tocante con la obsesión, e incluso con el 'frikismo'. ¿Quién no emitiría dicho juicio al entrar en una habitación repleta de cascos de Stormtrooper o de espadas de Gondor? Tildarlo de pulsión no es más descabellado que pagar 230.000 euros por un guante de Michael Jackson, el mismo que al cantante apenas le habría costado 20 euros. ¿Hasta qué punto se trata de una patología? A la hora de elegir entre los placeres y la hipoteca se abre el debate. «Es una cuestión de grado y de frecuencia, pero además, podríamos decir que es una conducta obsesiva socialmente aceptada y arropada por el mercado y el marketing», asegura Alberto Soler, psicólogo especialista en adicciones.
Si interfiere en la vida cotidiana, deja de ser sano. «No hay nada malo en coleccionar figuritas de Warhammer, discos o películas... siempre que ello no te arruine o haga que tu pareja se vaya a otra casa», añade. No apunta al aire: los hay que padecen ansiedad por no lograr una última (e imprescindible) pieza. Vamos a los ejemplos prácticos. Los siguientes testimonios nacen de la afición, de la pasión, del entusiasmo. Y sin embargo, como todos los amores, no son fáciles de entender desde fuera.
ÁNGEL BUENO (Cuenca, 1951),enciclopedia andante del cómic
A veces la afición surge de la necesidad. La salud de Ángel era delicada de pequeño, así que se pasaba los días en la cama rodeado de cuadernillos. Vivía en Zafrilla, un pueblo de Cuenca donde el transporte habitual era el burro y apenas existían carreteras. «Faltaba de todo, pero sí recuerdo que nos llegaban tebeos, todos los chavales teníamos», cuenta. Hoy es uno de los grandes coleccionistas de España. Jubilado de la fontanería, se pasa las horas catalogando en su almacén de Ruzafa, y lo hace a mano como manda la tradición. Sus álbumes de cromos y libros de vaqueros pisan el Rastro cada quince días, pero no lo hace por dinero, sino por ir quitándose cajas. «Yo no gano. Es más, me cuesta. Hay dos tipos de coleccionistas, el millonario que espera que le lleven las cosas en perfecto estado y los que, como yo, trapicheamos un poco», revela.
Por supuesto que le han llamado friki —«mientras sólo sea eso», bromea—, pero es una auténtica enciclopedia andante sobre la historia del cómic español. Para muchos un género menor, denostado, lo que hace todavía más importante su labor. Sin él, y sin la gente como él, se perdería una página importante de la cultura popular española. De hecho, más de una vez ha detectado fallos en el Gran Catálogo de la Historieta. Inventario 2012 (CyT Ediciones), un listado de 816 páginas que repasa todas las publicaciones existentes desde 1812. «Hace poco descubrí una colección de 16 números, Los muchachos, que no estaba incluida. Se publicó de junio a julio de 1936 y se perdió por la Guerra Civil», cuenta.
«Los que coleccionamos lo hacemos por los recuerdos de nuestra infancia, de la felicidad que sentíamos»
¿Qué parte de afición y qué parte de obsesión hay en la ‘caza’ de tebeos? «Es verdad que le dedico mucho tiempo y dinero, y que me da vidilla, pero no creo que sea una obsesión. Para mí hay cosas mucho más importantes, como la ciencia o mi ideología. A los tebeos podría renunciar», responde Ángel. Si se dedica a esto es por una sola razón: la nostalgia. «Todos los que coleccionamos estas cosas lo hacemos por los recuerdos que nos trae de nuestra infancia, de la felicidad que sentíamos», admite, justo antes de volverse de nuevo a ordenar los anaqueles. ¿Su sueño? Que alguna institución herede su legado y no se pierda, algo que no es descabellado teniendo en cuenta la importante labor que hace en este sentido la Biblioteca de San Miguel de los Reyes.
JORGE GRESA (Valencia, 1969), genuino sabor americano
Cuando el imperialismo estadounidense amenazaba con conquistar el mundo, Jorge levantó las manos bien arriba. Si no puedes con el enemigo, únete a él. Desde principios de los 80 ha ido recolectando objetos de Coca-Cola, hasta llegar a cerca de 10.000 y aparecer en el libro Guinness de los Récords. «Al empezar una colección tiendes a acumular. Quieres cantidad, no siempre ligada a calidad. Con el tiempo se limita tu espacio, te haces más selectivo y vas centrando la temática», explica. A él, particularmente, le gustan los letreros metálicos de principios del siglo XX, las neveras americanas de monedas y las botellas de vidrio anteriores a 1915. Y sí, algunas piezas superan los miles de euros. «No podría cuantificar la inversión, pero ha sido mucha, porque la mayoría de objetos vienen de subastas y de tiendas de otros países», apunta.
«Cuando empiezas tienes tendencia a acumular. Quieres cantidad, no siempre ligada a calidad»
Afortunadamente, Gresa ha sabido sacar rentabilidad de la afición que le acompaña desde pequeño. Gran parte de su colección está en Retroriginal, la tienda de objetos vintage que regenta junto a su socio en Valencia, desde donde también abordan proyectos de escenografía e interiorismo. «Nunca vendería piezas salvo que alguna la tuviera repetida», se apresura a afirmar. No tiene ningún reparo en exhibirlas, eso sí, como ya hiciera a finales de los 90 en Pemberton, el café museo de Coca-Cola que creó en la calle del Mar. «Ahora me han vuelto a proponer montar otra exposición y también se me ha abierto la posibilidad de organizar un espacio gastronómico temático. Ya veremos...», medita.
La Coca-Cola siempre ha estado presente en su vida; primero como objeto de deseo; luego como empresa para la que acabó trabajando. «Siempre me ha apasionado la publicidad en general, y los objetos de diseño y estética peculiar en particular», relata. Gracias a su afición ha desarrollado una carrera sólida vinculada a la multinacional, por lo que no entiende la connotación negativa asociada al coleccionismo. «A mí me ha servido para conocer a gente maravillosa y aprender mucho de marketing», precisa, y añade: «Habrá coleccionistas frikis y otros no. Sí es cierto que somos personas un tanto especiales, pero particularmente no me gusta el significado peyorativo». Por cierto, tiene una Space Cam: una de las pocas unidades de latas que se fabricaron con un sistema complejo para ser testadas por los astronautas del Challenger en 1985.
EDUARDO CASANOVA (Valencia, 1966), centrocampista de cartón
La pieza más valiosa de la colección es un juego de hockey sobre hielo, vendido en Bélgica en los años 50, cuando los modelos aún eran de cartón. También una edición con naves espaciales que orbitan alrededor de Saturno. «Todo el mundo conoce el Subbuteo como un juego de fútbol de mesa, pero la marca ha fabricado modelos de rugby, cricket, motos... que son los más buscados», desvela Edu. Sobre el césped presume de los futbolistas de cartón de 1949, todavía sin troquelar, y guarda con cariño la primera caja que le regalaron sus padres en 1980, de la marca Borrás. «Fue amor a primera vista, me enganchó muy rápido. Jugaba con mi hermano durante horas, y, si mis padres viajaban, les pedía que me trajeran algún equipo», recuerda. Luego llegó el Mundial del 82 y la publicidad hizo el resto.
Aunque el Subbuteo ha atravesado unos años de letargo, actualmente es posible acceder a infinidad de colecciones antiguas por Internet. También hay sets renovados de la propietaria de la patente, Hasbro, y el Valencia CF es uno de los que ha cedido la licencia. A Edu no le obsesiona tenerlos todos. «Me parece que ya son demasiados a tenor del espacio que ocupan, así que cada vez soy más selectivo y compro lo más singular», dice. Si aparece alguna joya, el argumento se va al traste. «Reconozco ese toque obsesivo en mí, pero de forma controlada. Durante la semana echo un vistazo por si veo algo en las webs y a veces encargo algún equipo a personas que los pintan con detalle y les pegan calcas. Aunque sea poco valioso, el resultado es asombroso», explica.
«Reconozco ese toque obsesivo en mí, pero de forma controlada. No pretendo tenerlo todo»
Es más fácil llamar friki a un coleccionista de figuras futbolísticas que de coches antiguos. «A nadie se le ocurriría hacer lo mismo con un marchante de arte, porque son artículos de mayor reconocimiento, aparejados a un estatus elevado», reflexiona. El tipo de objetos atesorados también hace difícil calcular el valor económico de la colección. «Esto no es como los cuadros o los sellos, que más o menos están tasados, porque aquí todo depende del interés de otros coleccionistas, de la oferta y demanda», matiza. En cualquier caso, ni tan siquiera se plantea la venta: «No me gustaría llegar a esa situación nunca, sería muy mala señal y casi preferiría donarla a una fundación». Dejarlo en manos de los familiares es otra posibilidad, si es que comparten la pasión.
Como por el momento no ha sonado el silbato, todavía disfruta saltando al terreno de juego, la otra vertiente del Subbuteo. Quedar para jugar partidos. «Algunos fines de semana me junto con amigos de Valencia que lo dominan, formo parte del Club FT Turia 1981», desvela. El equipo valenciano, varias veces campeón nacional, entrena los domingos en los locales de la calle Brasil, en el interior de la tienda La Roca.
MANOLO VALENCIA (Valencia, 1970), Übercoleccionista
Aclaración para los jóvenes: fanzine es una publicación periódica hecha con pocos medios y de tirada reducida que trata de temas culturales. Hecha la introducción, hablemos de Manolo, el valenciano que dirige desde 1989 2000 Maníacos, el fanzine fantástico y de terror más veterano del mundo. También es periodista en general y guionista de series en particular. Pero seamos claros, él le da a todo. «Tengo colecciones muy valiosas escondidas debajo de los ladrillos de la cocina: dispensadores de caramelos Pez, fanzines de todo el mundo, juguetes de los años 60, los muñequitos Dunkin...», va enumerando del tirón. ¿Podrías contabilizar el número de piezas? «Imposible», responde.
Lo que sí sabe es lo que más le gusta: «Las piezas que más quiero son los álbumes de cromos de los años 70 y 80». De hecho, su afición nació en el patio del colegio de Salesianos, a finales de los 70, cuando apenas tenía nueve años y cambiaba cromos con los compañeros de clase. «Era una gozada. Te despertaba el espíritu chamarilero y hacías amigos. En España había joyas del pop, la fantasía y lo bizarro, como Mazinger Z, La Pantera Rosa de los pastelitos Bimbo, La Pandilla Basura, Historia-Ficción, Monstruos Diabólicos y cientos más. Esos cromos deberían enseñarse a los niños en los colegios. Crecerían mucho más alegres y con más imaginación», afirma con un deje de nostalgia.
«¿Donarla? ¿A quién? Creo que me sacaré un dinero para pagarme unas felices vacaciones en Benidorm»
Al contrario que el resto, a Manolo no le importan las etiquetas. «Coleccionista y friki son palabras que van de la mano. Los hay compulsivos, por afición, por delirio, por completismo... En el fondo, todos los coleccionistas tenemos algo de friki». Todo y que no lo considera enfermizo —«prefiero pagar la hipoteca a comprarme un álbum de cromos de los años 40»—, habla de diversión y de adrenalina cada vez que adquiere un objeto. «Lo más importante es el valor sentimental», afirma, pero al mismo tiempo tiene claro que no va a sacrificar nada.
De hecho, preguntado por qué le gustaría que pasara con la colección cuando él no esté, no se anda con chiquitas: «¿Donarla? ¿A quién? Creo que me sacaré un dinero para pagarme unas vacaciones felices y octogenarias en Benidorm», concluye.
Preguntamos sobre el asunto al psicólogo Alberto Soler. ¿Estamos ante una patología? ¿Una obsesión? «Si comienza a tener repercusiones negativas, como falta de espacio, problemas económicos, dificultad para controlar los impulsos, ansiedad... ya nos acercamos a un ámbito patológico», decía. ¿Entonces? ¿Sí o no? Es difícil culpar a alguien de querer poseer bienes materiales en una sociedad tan materialista, en la que prácticamente todo tiene un mercado. «Acabamos utilizando el consumo como una forma de reducir tensión o frustración, irse de tiendas o darse un caprichito en Amazon, pero sería más interesante aprender a dar valor a las experiencias que a las cosas», reflexiona.
Y si llegamos a esa conclusión, lo cierto es que en todo coleccionista hay mucho de vivencia. Si alguien disfruta, si ama, se divierte, le apasiona... ¿es malo? ¿Es friki? Y de hecho, cabe atribuirles a estos aficionados una labor impagable, muy poco reconocida: sin ellos se habría perdido parte de nuestra cultura. Ángel Bueno tiene en su casa un museo que incluye, sólo de material clásico (anterior a 1965), más de mil series completas. El coleccionismo de tebeos antiguos es una especie en extinción. «Los que llevamos ya un tiempo lo tenemos casi todo y a las nuevas generaciones no les interesa. De hecho, hace siete u ocho años los precios llegaron a sus máximos, pero ahora no hacen más que caer», termina.
— ¿Por qué hablamos de obsesión y no de adicción?
—Son cosas diferentes. La obsesión se refiere a tener pensamientos intensos y frecuentes, que cuestan controlar, y que llevan a determinadas conductas de manera compulsiva. En el caso de la adicción, y especialmente en sustancias, se producen dos fenómenos adicionales: la tolerancia y la abstinencia.
—¿Tiene alguna relación con el síndrome de Diógenes?
—Hay relación, pero con diferencias sustanciales. El coleccionismo es algo socialmente aceptado y se centra en objetos de cierto valor, mientras que en Diógenes son objetos de poco o nulo valor.
—¿Y con el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC)?
—La diferencia estaría en la intensidad y la frecuencia. Hay una línea muy clara que separa una conducta socialmente adaptada de la patología, y es el grado de interferencia en la vida cotidiana.
—¿Se establece algún tipo de dependencia?
—No necesariamente, aunque quizá sí desde un punto de vista emocional. Todos tenemos algún objeto al que le damos un valor especial, pero no tiene por qué generarse tal gran dependencia.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 28 de la revista Plaza