EL TRASTORNO DEL SIBARITA

El síndrome del gourmand

Si piensa que puede padecerlo, simplemente disfrute

| 18/10/2019 | 3 min, 50 seg

Resulta que hay un síndrome llamado del gourmand, que vuelve sibarita a quien lo padece, una pequeña lesión cerebral que impulsa a comer alimentos gourmet y cocinar platos sofisticados.

Podríamos pensar que el síndrome simplemente se llama Instagram. O Guía Hedonista.

Pero no, el síndrome del gourmand fue acuñado en 1997 por los neurólogos Marianne Regard y  Theodor Landis en una investigación publicada en la revista Neurology.

Observaron que algunos pacientes, tras sufrir una lesión cerebral, un tumor, un foco epiléptico o un ictus mostraban un interés repentino por la gastronomía, se pasaban gran parte del día pensando en comida, hablando de comida, escribiendo sobre comida, opinando sobre comida, sintiendo deseos  de comer y cocinar exquisiteces.

Antes de la lesión, el tema les importaba un pimiento, o para ser más exactos, un pito. Después pasó a convertirse en el asunto central de sus vidas. 

Algunos pacientes, tras sufrir una lesión cerebral, un tumor, un foco epiléptico o un ictus mostraban un interés repentino por la gastronomía

Hay varios casos documentados: el de un periodista suizo especializado en noticias políticas que, tras sufrir un derrame cerebral, empezó a mostrar un inusitado interés por los placeres culinarios. Acabó dejando la información política para reconvertirse en un prestigioso crítico gastronómico.

El segundo caso es el de un empresario que, después de un ictus, también desarrolló una pasión por la comida de calidad. Eso sí, en su caso vino acompañada de una pulsión sexual desaforada. Acosó a todas las enfermeras del hospital donde estaba ingresado.

Otro caso documentado es el de un niño de diez años que tras padecer una epilepsia a los ocho, advirtió que su paladar se había refinado de forma drástica. Se pasaba el día cocinando complejos platos, sus padres aseguraban que detestaba las patatas fritas y todo lo que normalmente les gusta a los niños de su edad. Cuando sus compañeros iban al burger, él se negaba a probar nada, abominando de la calidad de la comida. Un electroencefalograma reveló un foco epiléptico en el hemisferio derecho.

Puede que en el fondo estemos todos un poco enfermos. Que el tiempo acumulado nos indisponga, nos desgaste, que ese sea su cometido natural.

Sin embargo, en este mundo binario, nos empeñamos en que todo sea enfermedad o terapia. Si te pones, seguro que encuentras un síndrome que se adapte a ti, el de Estocolmo (que mira que te trata mal y tú ahí) la nomofobia (que pares ya de mirar el móvil a todas horas), el síndrome del restaurante chino (si te duele la cabeza, es por el glutamato), el de Peter Pan (crece ya y vete de casa de tus padres), el del nido vacío (por qué has crecido, mi peterpán).

Afortunadamente, disponemos de una gama aún más amplia de terapias que de síndromes.

Tenemos terapia de abrazos, terapia de shock, terapia de pareja, reiki para la energía del universo, mindfullness para aprender a pronunciarlo, risoterapia, vinoterapia, aromaterapia, ludoterapia.

Podemos ir al gimnasio como terapia, y hasta caminar como terapia, no para llegar a los sitios o ejercitar las piernas, qué vulgaridad del siglo XX, sino como terapia. Tirarnos pedos como terapia, respirar como terapia.

Tal vez la palabra terapia sea en sí misma terapéutica.

Juan José Millás contaba que una amiga suya no se curaba porque pronunciaba mal la palabra penicilina. Decía pelicilina. En cuanto aprendió a decirla correctamente, se curó. Y él mismo durante años estuvo tomando ansiolíticos para dormir hasta que se dio cuenta de que bastaba con meterse en la cama y pronunciar Trankimazin, Valium, Transilium para dormir como un bendito.

Si todo es terapia, nada es terapia.

Yo creo que la culpa la tiene esta insidiosa moda de felicidad que nos asola.

Sea usted feliz. Está en su mano ser feliz. Usted puede ser feliz. Usted debe ser feliz. Le conmino a que sea feliz. ¿Está usted enfermo? Sea feliz. Repito: SEA FELIZ, so mierda.

A diferencia de trastornos graves como la anorexia o la bulimia, el síndrome del gourmand está considerado benigno. Si usted ha detectado algún síntoma y cree que pudiera padecerlo, no consulte con su farmacéutico, no vaya al médico, simplemente sea feliz.

 

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