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¿Y TÚ QUÉ MIRAS?  

El tiempo del cine español

9/02/2024 - 

VALÈNCIA. Si leen esta columna de vez en cuando, ya sabrán que aquí relativizamos mucho eso de los premios, que no nos gusta que se clasifiquen y puntúen en listas las obras culturales y que defendemos que “la mejor película” no existe. Ahora bien, dado que este tipo de eventos se celebran y movilizan al sector cultural, a los medios y a una parte importante del público resulta casi inevitable decir algo al respecto si te dedicas a esto. 

Eso sí, no vamos a revisar las nominaciones ni a establecer lo mejor y lo peor de cada candidatura y por qué debería ganar esta o aquella. No vamos a jugar las comparaciones, que no sé si siempre, pero desde luego aquí son odiosas. La celebración de los Premios Goya es un buen momento para hablar del cine español y de cómo están las cosas. Aviso a navegantes: lo vamos a hacer contra quienes lo atacan por subvencionado, rojo, progre, mantenido, malo y no sé cuántas cosas más. No por un prurito nacionalista, que de eso tampoco tenemos mucho por acá, sino porque es una injusticia tremenda y esas consideraciones proceden de un sesgo ideológico clarísimo, uno que quisiera que no hubiéramos salido de las comedias de Ozores y el casticismo paternalista y rancio de Paco Martínez Soria. 

Viendo las películas nominadas a los premios Goya de este año cuesta entender cómo todavía hay quien sostiene que el cine español siempre hace lo mismo y que todas sus películas son iguales. Otros años también ha pasado, pero quizá este es uno de los que más evidente se hace la variedad de propuestas, géneros, estilos, estéticas y miradas. De Víctor Erice a Elena Martín, del cine de cámara al cine espectáculo, del biopic a la revisión de la historia, de lo rural a lo urbano, del testimonio a la animación

Un cine que nos habla de las contradicciones de la vida familiar, del deseo y la sexualidad, de inmigración, de memoria histórica y de memoria personal, del amor, de ser madre, de ser hijo, de la identidad de género o de clase, del instinto de supervivencia, del cuerpo femenino, del humor y su relación con la vida real, del éxito, de amistad, de control social, de envejecer, de represión y de libertad, de la creación artística, de las fronteras, de la mentira, del propio cine.

Y eso solo teniendo en cuenta las nominadas en varias categorías. Los Goya, como cualquier certamen, dejan fuera muchos títulos, cosa que, bien sabemos, no necesariamente tiene una relación directa con la calidad, siendo la moda, la oportunidad, la visibilidad o el poder dentro de la industria factores que entran en juego. El caso es que hay que elegir y eso supone, por su propia definición, que unas entran y muchas no.
 

En fin, a lo que íbamos. Que menos superhéroes con mallas y capa y naves espaciales hay de todo. Ante la selección que nos ofrecen los Goya y el cine español que ha quedado fuera siempre pienso en lo bien que nos vendría un poquito del chovinismo francés, esa defensa contra viento y marea de su cultura y de las gentes que la hacen. La cuota de pantalla del cine francés está en torno al 40%, a veces por debajo y a veces por arriba. Traducción: cuatro de cada diez espectadores eligieron una película francesa al ir a una sala. La del cine español está siempre cerca, tirando hacia abajo, del 20%, aunque, todo hay que decirlo, en 2022 fue del 22%, la segunda más alta de su historia.

Por supuesto que en el conjunto de nuestra cinematografía hay películas malas, regulares, buenas y muy buenas, como en todas partes, no pretendo decir lo contrario. Solo afirmo que, si los llamados a sí mismo patriotas, los de la banderita en la pulsera y sus aliados quizá menos ostentosos, pero igual de dañinos por sostenerlos, dejaran de insultar a creadores, artistas y técnicos, de menospreciar las películas que hacen y se molestaran en verlas y en entender que cuanto más diversa es una cultura, más rica y más fuerte es otro gallo nos cantara.

Porque el discurso cala. Por repetitivo y machacón, porque cuando agarran una presa no la sueltan y porque controlan demasiados medios como para que no cale el mensaje. Menos mal que nuestros artistas siguen empeñados en contar historias y en hacer cine a pesar de toda la mierda ultra que les cae cada vez que lo hacen. Si para algo sirven los Goya, sea como sea la ceremonia y el resultado final, es para visibilizar el talento, las ganas de hacer cosas, la necesidad de contar el mundo y el presente. Es una fiesta para disfrutar y como tal deberíamos tomárnosla. 

Celebremos la vuelta del gran e imprescindible Víctor Erice, la mirada nueva y sabia de Elena Martín, la audacia de Juan Antonio Bayona y de Pablo Berger, la sensibilidad de Estibaliz Urresola Solaguren, David Trueba e Isabel Coixet, la frescura de Itsaso Arana, el compromiso de Alejandro Rojas, Juan Sebastián Vásquez, Alejandro Marín o Álvaro Gago. Celebremos que haya tantas mujeres cineastas nominadas, que convivan varias generaciones de creadores y tantas formas de ver el mundo. Celebremos, en fin, todos los oficios del cine y el talento de los actores y actrices que ponen su rostro, su cuerpo y su voz para que nuestra vida y nuestro tiempo sea más feliz. Mil gracias.

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