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'El triángulo de la tristeza', disfrute usted viendo a millonarios con diarrea

El director sueco Ruben Östlund considera que su obra es una mezcla de Larry David y Michael Haneke. Ciertamente, los puntos más fuertes, que son los más divertidos, de sus últimas y premiadas películas se encuentran en las escenas que más incomodidad provocan al espectador. En la última, gente obscenamente millonaria intoxicada por ostras en mitad de una marejada en un yate. Parece una idea de la editorial Brugera, pero con esas carcajadas ha ganado en Cannes y aspira a los Oscar

4/02/2023 - 

VALÈNCIA. La serie White Lotus dijimos en esta casa que era una comedia muy agradable. Sobre todo, porque mejoraba. La primera temporada estaba bastante domesticada, pero en la segunda, su autor, Mike White, se atrevió a tocar muchas más teclas del piano y la melodía era fastuosa. Si a esto le sumamos el reconocimiento que ha recibido Jennifer Coolidge, posiblemente la actriz más brillante de todo el reparto, y que Kim Kardashian ha fichado a Simona Tabasco y Beatrice Grannò, las dos prostitutas italianas de esta última temporada, Lucía y Mila, para vender su ropa interior y braga-fajas, pues ya no cabe duda alguna de que nos encontramos ante un bombazo audiovisual termonuclear. 

Sin embargo, últimamente yo no la he tenido presente por la consolidación de su éxito. A mí me ha venido a la mente después de ver El triángulo de la tristeza de Ruben Östlund, cinta nominada a los Oscar como mejor película y como mejor guión. Su director, sueco, ya sabe lo que es la entrega de egregios pisapapeles porque a su anterior película, The Square, le dieron la Palma de Oro en Cannes en 2017, y ha repetido con esta en 2022. 

En su día, hubo detalles que me gustaron de The Square, pero no tantos como para sumarme al entusiasmo general. Ahora, después de ver la última y la anterior, Fuerza mayor, de 2014, entiendo plenamente el humor de su director e incluso lo comparto. Su arma más empleada es la vergüenza ajena, aunque si se quiere puede denominarse incomodidad u otros términos más finos. La idea es hacer pasar un buen mal rato al espectador. 

En El triángulo de la tristeza no abandona la senda de sus anteriores películas, pero podríamos decir que es en la que más persevera. Puesto a criticar la superficialidad de nuestro tiempo, la impostura del dinero y todo lo que nos da asco de la vida a la mayoría, que luego somos bien superficiales y nos encanta el dinero en el bolsillo propio, ahora ha disparado al tentetieso: dos influencers se van a un crucero de máximo lujo donde conocerán a personajes obscenamente ricos. 

Es ahí donde, después de ver White Lotus, se observa una tendencia. Prácticamente un género. Porque venimos también de otro exitazo en el mismo campo de batalla, Succession. El objetivo es ridiculizar hasta la caricatura grotesca a la gente que tiene mucho dinero, al 1% obscenamente rico. De toda la vida a las clases populares les ha gustado ver en la pantalla a los ricos con sus cosas, era el género de amor y lujo, o el subgénero de los ricos también lloran. Cualquier cosa que permitiera soñar catódicamente hablando con sus riquezas y evadirse un poco de realidades más modestas. 

Eso me lleva a preguntarme si estos formatos están pensados para las clases populares, como venganza en un mundo cada vez más desigual, o si por el contrario han encontrado su filón en un público educado y con dinero que consigue expiar sus complejos de acomodado con estos groseros millonarios que le permiten pensar: "ah, yo no soy como estos". 

Sea como fuere, a mí sinceramente me da igual. Soy tan ordinario que solo valoro las obras que consumo por el talento que destilan y creo que este buen súbdito de Carl Gustaf Folke Hubertus Bernadotte, Su Majestad Carlos XVI Gustavo de Suecia, tiene bastante. Hay un momento en la película en el que no solo una marejada hace que los huéspedes del yate se mareen, sino que encima se intoxican con las otras, y todo deriva en una sucesión inclemente de planos y escenas con sus vómitos y diarreas, en algunas ocasiones simultáneos. Me descubrí a mí mismo riéndome como hacía muchos años y esa es solo la guinda del pastel de esta comedia, que no da puntada sin hilo y tiene un desenlace de veinte minutos en una isla que vale por las veinte temporadas de Perdidos o las que tuviera. 

Östlund no parece muy hipócrita ni ningún impostor. Deja claro que el tipo de gente del que se mofa en sus películas son las personas con las que se codea. Ha llegado incluso a decir que su cine es una forma de mirarse al espejo. No sé cómo sería de aceptable una actitud así en el cine español, que provoca reacciones neuróticas en cada movimiento y es un sector que tiene una relación muy mal digerida con la política. En su caso, el director sueco ha asegurado en entrevistas que pasa de la crítica, que su negociado es con las risas que se provocan en la sala. Me parece una relación muy sana y sincera con el público. La que más, diría. 

En esta ocasión, el humor más descarnado estaba en una de las parejas que ocupaba el barco. Dos ancianos que se quieren profundamente después de tantos años, una pareja entrañable, pero que se ha ganado toda la vida con la venta de minas antipersona. Son detalles de verdadero cabrón, no en vano, Östlund califica su obra de una mezcla entre Larry David y Haneke. Así que solo podemos decir una cosa: queremos más.

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