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el callejero

El veterinario de lo imposible

  • Foto: KIKE TABERNER
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VALÈNCIA. Cuando Jorge Llinás era un niño, acompañó un día a su padre a pasar la mañana con sus amigos cazadores. Aquellos hombres utilizaban una técnica, hoy prohibida, que consistía en capturar los pájaros untando de cola unas ramitas. De madrugada, hacían sonar un reclamo y cuando el ave llegaba y se posaba, se quedaba pegada y no podía huir. A Jorge le horrorizó aquello. En un momento dado, atraparon a uno que era diferente, de colores, y aquel niño reclamó su libertad. Cogió con ternura al pajarillo y, pluma a pluma, con paciencia y cuidado, comenzó a liberarlo. Se tiró un buen rato y, cuando ya lo tenía, llegó un cazador, se lo arrebató de las manos y lo mató.

Jorge se quedó paralizado. En cuanto reaccionó, aquel niño de nueve o diez años se fue a por aquel tipo cruel para intentar sacudirle con lo que había aprendido en sus clases de kárate. "Mi padre me separó e intentó tranquilizarme, pero aquello me creó un trauma. Le juré a mi padre que nunca más se le ocurriera llevarme con aquella gente, que no pensaba volver jamás".

Siempre amó a los animales. Y a las personas. Siendo un chaval de ocho años se hizo catequista en los Dominicos y comenzó a creer firmemente en aquello de veritas, el lema de esta orden religiosa desde el siglo XIV. Luego creció, conoció la historia de Torquemada, el gran inquisidor, y se desencantó. "Pero me quedé y defendí lo que era la esencia o el legado que en un principio a mí me marcaba tanto desde pequeño, ese escudo con Veritas y algunos referentes que tuve que, yo creo, no es porque fueran sacerdotes sino que eran grandes personas que habían elegido ese camino y me marcaron".

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