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el callejero

El veterinario de lo imposible

Foto: KIKE TABERNER
28/02/2021 - 

VALÈNCIA. Cuando Jorge Llinás era un niño, acompañó un día a su padre a pasar la mañana con sus amigos cazadores. Aquellos hombres utilizaban una técnica, hoy prohibida, que consistía en capturar los pájaros untando de cola unas ramitas. De madrugada, hacían sonar un reclamo y cuando el ave llegaba y se posaba, se quedaba pegada y no podía huir. A Jorge le horrorizó aquello. En un momento dado, atraparon a uno que era diferente, de colores, y aquel niño reclamó su libertad. Cogió con ternura al pajarillo y, pluma a pluma, con paciencia y cuidado, comenzó a liberarlo. Se tiró un buen rato y, cuando ya lo tenía, llegó un cazador, se lo arrebató de las manos y lo mató.

Jorge se quedó paralizado. En cuanto reaccionó, aquel niño de nueve o diez años se fue a por aquel tipo cruel para intentar sacudirle con lo que había aprendido en sus clases de kárate. "Mi padre me separó e intentó tranquilizarme, pero aquello me creó un trauma. Le juré a mi padre que nunca más se le ocurriera llevarme con aquella gente, que no pensaba volver jamás".

Siempre amó a los animales. Y a las personas. Siendo un chaval de ocho años se hizo catequista en los Dominicos y comenzó a creer firmemente en aquello de veritas, el lema de esta orden religiosa desde el siglo XIV. Luego creció, conoció la historia de Torquemada, el gran inquisidor, y se desencantó. "Pero me quedé y defendí lo que era la esencia o el legado que en un principio a mí me marcaba tanto desde pequeño, ese escudo con Veritas y algunos referentes que tuve que, yo creo, no es porque fueran sacerdotes sino que eran grandes personas que habían elegido ese camino y me marcaron".

Además de aquel carácter bondadoso y ese amor innato por los animales, Llinás, un niño que creció entre películas de Bruce Lee y documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, siempre anduvo rodeado de bichos. "Hemos tenido de todo en casa. Mi abuelo era inspector jefe de la policía secreta y el tío incautaba muchísimos animales. Por eso tuvimos perros, gatos, pájaros y de todo. Hasta un chimpancé". 

El mono lo tenían en el chalet del abuelo en el Vedat. Allí también había cabras y cuando Jorge iba, cogía la bicicleta y salía al monte a pasear y a ver bichos. Luego volvía y aparecía con un perro o un gato que se había encontrado por ahí. "Tenía unos 'pifostios' en casa por esto... Pero yo seguía con el perro, lo lavaba, lo cuidaba. Otro día me iba a las acequias a ver si veía una rana herida. No sé, estaba tronadísimo con los animales".

Por eso dice que nunca eligió la profesión de veterinario sino que la veterinaria le eligió a él. Como en los viajes a África, donde terminó de enamorarse de la fauna salvaje. La primera vez viajó con 26 años. Desde entonces ha estado dos veces en Tanzania, tres en Kenia y seis en Etiopía.

Jorge Llinás cuenta su vida en su despacho de Anicura, el hospital donde trabaja junto a la pista de Silla. Ha llegado hasta allí con un compañero ametrallándole a preguntas y un perrito pegado a los tobillos. Corta al primero, coge en brazos al segundo y cierra con un pestillo. "Si no, no me van a dejar hacer la entrevista". Pero antes de contestar a la primera pregunta, escucha un audio del móvil. Una persona le cuenta el caso de un perro en apuros. Él contesta y deja el teléfono sobre le mesa. La tarde anterior concretó la hora mientras salía un momento a comer algo a las siete de la tarde. Así es su vida de ahora.

El Cavadas de los perros

Luego se relaja y se entrega. "¿Mi edad? Cuando doy conferencias digo que 34, a ver si cuela... Tengo que decir que la mayoría cuela, ¿eh? Cuando veo que la gente no se ríe, digo: 'Bien, voy motivado'".

Jorge va vestido de faena. Con la bata y el pantalón de la clínica que contrastan con sus New Balance naranjas. También llama la atención un aparatoso vendaje en la muñeca. La venda esconde una pulsera que le regaló un chamán en el Amazonas. Cuando le invitan a dar una conferencia en Latinoamérica, no quiere un sueldo. Solo pide que le paguen el viaje y la estancia, pero, a cambio, suele preguntarles por alguna experiencia chula. En uno de esos viajes, le llevaron con ese hombre que le permitió conocer de verdad las profundidades de la selva, un lugar entre Colombia y Ecuador donde no llega cualquiera y donde no es difícil toparse con una anaconda de quince metros. El chamán le regaló la pulsera haciendo un ritual y por eso, como le tiene fe y está prohibido llevarla en el quirófano, la tapa con la venda.

El veterinario, que no tiene 34 sino 43 años, se ha hecho un nombre con intervenciones que nadie más ha querido abordar. Con pacientes sentenciados a muerte a los que él les ha dado unos meses más de vida. Virguerías que han acabado por colocarle la etiqueta del 'Cavadas de los perros'. 

Porque a él lo que le llena es la cirugía. Ya hace un par de años que se desprendió de toda la parte burocrática y de gestión. Eso le permite seguir practicando las artes marciales. Aunque ahora está con el boxeo. Le han enganchado para una singular velada benéfica con empresarios en mayo y, como no quiere que le toquen la carita, está entrenando en un gimnasio especializado en Paiporta.

No fue difícil reclutarle para esta jornada solidaria. Jorge, seguidor obsesivo de Silvester Stallone, sueña con ser como Rocky. Su casa, un loft en el centro de València, junto a la plaza de toros, tiene una pared entera dedicada al púgil de ficción. De otra cuelga un cartel de la película con firma y dedicatoria del propio Stallone. Es el obsequio de un cliente agradecido. El fotógrafo oficial del actor logró que Llinás curara a su perrita, que tenía un tumor. Al cabo de un año volvió a València y le llamó. El veterinario le invitó a su casa y este apareció con el cartel y una edición limitada del reloj que llevaba Stallone en Rambo

"Solo hay cinco y uno se había subastado por 70.000 dólares. El fotógrafo tenía uno que le había regalado Stallone. Me lo quería dar junto a un póster de la película y había grabado un vídeo en el que salía el actor firmándolo. Me hizo tanta ilusión que le dije que el reloj no me lo podía quedar. Sentía que era algo que no me correspondía, pero el póster sí".

Jorge muestra un brazo para demostrar que se le pone la piel de gallina recordando lo de Stallone. Está fuerte, como le gusta mostrar en la foto de WhatsApp donde aparece marcando bíceps mientras se anuda el gorro del quirófano. En casa, en la esquina de Rocky, tiene un gimnasio montado con un saco de boxeo.

Es un hombre que, como buen fajador, ha aprendido a base de golpes. "Toda la madurez que tengo es, por suerte o por desgracia, porque soy una persona que me he equivocado muchísimo y he fracasado mogollón". Pero sigue en pie, convertido en un veterinario de éxito. Aunque ya se le fueron las ínfulas de cuando tenía 28 años y conducía un Mercedes 350 biplaza. Ahora se ha asilvestrado y comenta que le sobra con el Jeep Wrangler que tiene aparcado en la puerta de la clínica. Lo dice convencido de que es un coche cualquiera. 

Le va lo salvaje. Las artes marciales que comenzó a practicar con siete años. Y cuando su madre -médica y directora de la Escuela de Enfermería del Hospital General- le apuntaba a natación, él se iba de escalada o, con 15 años, se tiraba de un puente en Montanejos atado a una cuerda.

Ajeno a la conversación, el perrito que se ha colado en la sala busca cariño de pierna en pierna. Es un Yorkshire muy nervioso que te chupetea la mano en cuanto te descuidas. Hace meses lo llevaron al hospital con un cuadro epiléptico compulsivo. La familia optó por la eutanasia. No tenía más de dos meses y los compañeros, conociéndole, llamaron a Jorge. Este le propuso un trato a la familia: se lo daban y ellos se hacían cargo de él. Ahora vive con el responsable de la ambulancia y se llama 'Ares', como el dios de la guerra. "Ya tiene cuatro meses y, fíjate, ya no tiene convulsiones".

Este valenciano, con los años, se especializó en cirugía reconstructiva. En la facultad de Zaragoza aprendió de José Rodríguez Gómez, a quien considera su maestro. Desde hace una década ya se dedica únicamente a los casos extremos y asegura que, por eso, es, de los 70 cirujanos que hay en la clínica, el que atesora el mayor número de fracasos. "Y tengo un equipo de cirugía buenísimo: son todos unas máquinas y hay gente que es mejor que yo".

Busca una prórroga de meses

Pero lo que se lleva consigo a casa no es el éxito sino el fracaso. Esas vidas que se pierden y le siguen durante días. Esas muertes dejan dolor, familias tristes. Otras no logra curarlos pero, al menos, les da  una prórroga. Un mal menor. "El 80% de mi trabajo, por desgracia, es conseguir que tengan calidad de vida durante el máximo tiempo posible, pero muchas cosas que hago no son curativas. La gente decide venir a estar aquí una semana, a desgastarse emocional y económicamente, a veces con un 50% de posibilidades de éxito o menos, y eso es duro. Yo me involucro mucho con las familias".

No puede contener el impulso de intentar ayudar a un animal. Como aquel niño con el pajarillo de colores. Por eso en su casa hay cuatro gatos que rescató de la calle. Una perrita se la dejó a su madre, que vive sola desde que su padre murió de cáncer en 2015. Y tiene muy en cuenta que vivir un poco más vale mucho más que morir. "Unos meses en un perro son como varios años en un hombre. Mi padre murió con 74 y hubiera dado una mano por poder tenerle diez años más".

Pero no solo le apasiona la cirugía. Porque si no fuera veterinario a él le gustaría ser Jesús Calleja y vivir de aventura en aventura. "Ahora estoy más por dejar un legado en la veterinaria; siento, con 43 años, que lo que más me gusta es ayudar a las nuevas generaciones, a los estudiantes, a los compañeros; ayudo mogollón a todos, viene mogollón de gente aquí de estancias, de prácticas e intento darles mensajes de optimismo, de lo bonita que es la profesión, de que ha crecido mucho... Son mejores que nosotros. Vienen más preparados, van a tope y van a hacer una veterinaria mucho mejor que la que hemos hecho nosotros...".

En cuanto puede arranca el jeep y se escapa a la sierra de Alcaraz, donde se compró una casa con 400 años de antigüedad. La está reformando con su pareja. "Es la propiedad que más me gusta", comenta. Y hace rutas por la sierra de Cazorla. O se va a cualquier lugar en medio de la naturaleza donde ver animales: corzos, jabalíes, gamos, ciervos, muflones, zorros, linces... "A veces me voy tres días a Doñana o me voy a Andújar solo por buscar yo por mi cuenta linces. Me encanta eso. Me voy a Asturias a ver osos, y a veces se consigue y otras no. O a ver lobos. Y en África he montado también siempre las aventuras, pero intentando no molestar. Solamente a verlos".

Cuando acaba la entrevista, sale a una zona común. Allí parece un tarro de miel abierto de par en par. Todo el mundo se acerca y le pregunta algo. Una chica pasa con un perro con unas vías enganchadas a las patas. Otro lleva un cachorro con las pezuñas vendadas. Uno más cruza tirando de la correa de un perro asustado. Un cliente sale llorando de un box. Y un gatito bebe de un biberón envuelto en una manta. Vidas que van y vienen.

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