La empresa que gestiona los autobuses, ese clásico transporte público que recorre la ciudad y la tiñe de rojo, como en Madrid lo hace de azul, porque esos son los colores de los buses, acaba de vivir una estafa de gran magnitud
Si usted, querido lector, es usuario del transporte público, seguro que tiene un abono, siempre se llamaba bonobús aunque cada vez la misma tarjeta sirve para otros tipos de transporte como el metro, y sus denominaciones varían para definir los usos de esas tarjetas que muchos ciudadanos llevan en su cartera. En cualquier caso, seguro que paga religiosamente las tarifas, siempre crecientes, y están atentos a no subirse al bus por la patilla, es decir, sin abonar el coste del viaje, y eso está muy bien.
Los españoles, cada vez más europeos, vamos camino de que no hagan falta ni tornos de paso ni controladores porque parece que hemos asumido, al más puro estilo germánico que para tener un transporte público de calidad, hay que pagar religiosamente cada pasaje y hemos ido abandonando la tradicional pillería de intentar colarse en el bus. Costumbre esta que los más jóvenes suelen practicar a veces en sus estancias estudiantiles en otros países europeos, bien sea en la caótica y maravillosa Italia o en la ordenada y aburrida Alemania. Como detalle, cuanto más responsable es la ciudadanía de un país en el cumplimiento de sus pagos, más bajas suelen ser las sanciones y viceversa.
Sigo sin acabar de entender lo sucedido en la EMT, hasta ahora Empresa Municipal de Transportes y desde esta noticia la podemos llamar Empresa Municipal de Transferencias. Cómo una empresa pública que se presume sometida a principios de legalidad, seguridad, control, auditorías, etc. puede caer en la conocida como estafa del CEO, es decir, un mail fraudulento que se dirige al máximo responsable o a los encargados de las finanzas de una empresa solicitando el pago de una cantidad. Este tipo de estafa que parece muy básica, el mandar mails falsos como muchos recibimos a diario de falsas compañías de teléfono, luz o bancos, tiene la peculiaridad que se dirige a los jefes o responsables para que, si ellos caen en la trampa, al dar la orden un superior, el fraude logre su éxito.
La cuestión con la que nos encontramos los valencianos, los usuarios diarios de la EMT y quienes la disfrutan y la sufren es que después de cumplir hasta el último céntimo para utilizar el autobús y por supuesto cumplir con sus múltiples obligaciones fiscales, una persona o varias personas en pleno siglo XXI no han tenido la suficiente perspicacia, inteligencia, madurez o capacidad de sospecha para pensar que una solicitud con un monto total de cuatro millones de euros, en cuatro pagos, no parecía algo muy lógico o cotidiano. ¿Cómo puede haber ocurrido? ¿Hay alguna posibilidad de recuperar el dinero?
Ahora mismo los expertos consideran que la segunda pregunta tiene un ‘no’ por respuesta, así que, de perdidos al río, pero en cuanto a la primera, habrá que buscar responsables, con comisiones de investigación para dirimir la responsabilidad política, con investigación de la policía, que ya está en ello y con la acción de la justicia. No pasa nada si tiene que haber dimisiones tras una explicación y asunción de responsabilidades, estamos acostumbrados. Pero es una de las mayores estafas por la cuantía con este método electrónico, es una cantidad de dinero que nos roban a todos los valencianos y hay una causa que bien por error, desconocimiento o negligencia ha provocado este escándalo, no puede quedar en agua de borrajas.
Los años de gobiernos de izquierda y/o nacionalistas me están enseñando otra de las artes que tiene este tipo de partidos y colectivos. Ellos que en la oposición eran los mejores personificando y criminalizando al oponente político (imaginen esta estafa con la alcaldesa Barberá y a una Oltra o Grezzi en la oposición); ahora que está ya en su segunda legislatura se han convertido en especialistas en socializar o colectivizar los problemas, sean las inundaciones de la Vega Baja o sea la estafa de la EMT, lo malo es algo casi inevitable o donde la última responsabilidad se difumina, mientras que los éxitos (si los hay) son obra de su buen hacer.