En 1992 fundó la 97.7 Radio, con la que se convirtió en líder absoluto de la radio valenciana y revolucionó el panorama comunicativo de la ciudad. Tres décadas después, con su emisora ya desaparecida, sigue creyendo en el futuro de la radio
VALÈNCIA. «Tengo la suerte de tener muchos amigos. No digo demasiados porque, en amigos, nunca es demasiado». Así nos recibe Enrique Ginés (Castellar, 16 de agosto de 1938) en el soleado despacho de su casa, donde se suelen acumular las visitas.
A sus ochenta y cuatro años y con los problemas de movilidad que le dejó la poliomielitis de su infancia, limita al máximo sus desplazamientos, pero su vida social no se detiene. Esta mañana ha pedido que nos dejen tiempo para poder hablar en calma y de manera relajada.
— ¿Tiene futuro la radio?
— La radio siempre tendrá futuro por muchas razones, pero en este momento está pasando muchas dificultades.
La radio política sigue teniendo vigencia porque no deja de interesar a un sector. Durante muchos años fue el medio más fiable para los españoles. Cuando apareció la televisión se pensaba que ello supondría la desaparición de la radio, pero posiblemente ahora, internet, le está haciendo más daño. porque la gente joven se surte para todo de internet. Esto está retirando de la audiencia de la radio a la juventud.
Ahora, cualquiera puede ponerse en un pendrive la música que sonaría en la radio en un mes. Sin embargo hay un sector del público que difícilmente abandonará la radio musical. Por eso, aún tiene años de vigencia, aunque no tendrá aquel esplendor de otras épocas, en la que el dinero fluía.
En la radio musical se ha perdido, por ejemplo, el poder que teníamos ante la industria discográfica, que era nuestro mejor cliente publicitario. Las discográficas ya no están en las mismas condiciones.
— En octubre se cumplieron treinta años desde que usted, junto a un grupo de socios, puso en marcha de la 97.7 Radio. Años después la vendieron a Prensa Ibérica y la emisora siguió funcionando. Pero hace un año Radio María compró la licencia para difundir la señal de su radio religiosa, ¿se podía imaginar un final así?
—No, porque cuando vendimos la emisora a Prensa Ibérica creía en la sinergia. No la vendía a un particular sino a un grupo que disponía de la televisión, un periódico generalista, un periódico deportivo, una distribuidora… Era un conjunto de medios que podía aprovechar la sinergia.
Pero lo que hubo fue competencia entre unos y otros. Y se multiplicaron los cargos. Llegó un momento que la emisora tenía cinco empleados y siete jefes. Eso no puede funcionar. Empezaron a perder dinero hasta que se dieron cuenta.
- Cuando se trabaja por y para Valencia, se nota. Era el eslogan más famoso de su radio, que pro- nunciaba usted mismo en una grabación, que se repetía a lo largo de la programación. ¿Se sigue notando el trabajo local?
—Sí, se nota. Seguro. La frase cayó tan bien que incluso algunos políticos la utilizaban en sus discursos. Ha tenido mucho gancho esa frase. Ahora hay una emisora local, Play Radio, que la repite con mi misma voz. La da como un eslogan que considera oportuno, para tener mayor aceptación por parte del oyente valenciano.
— ¿Los valencianos valoramos lo que hacen nuestros paisanos?
— Valorar lo de casa cuesta mucho. Yo creo que la 97.7 tuvo esa suerte. Yo no inventé nada para atraer a los valencianos. Ya lo había hecho Radio Popular y, como los directivos de allí tiraron al contenedor aquella programación, yo fui a recogerla. El éxito estaba probado.
«YO SÉ CÓMO ME TRATABA LA INDUSTRIA DISCOGRÁFICA. HE RECORRIDO EL MUNDO, SIEMPRE INVITADO POR ELLOS Y, TODOS LOS MESES, LLEGABAN MILLONES EN PUBLICIDAD»
— ¿Cuando se escriba el gran libro de la comunicación valenciana qué le gustaría que dijera de usted?
— Que siempre creí en lo que quería el público. Tal vez no tuve criterio propio. Siempre me basé en lo que el oyente deseaba. Tuve muchas críticas de compañeros. La directora comercial de Popular de Castellón me decía que no se explicaba cómo se podía poner en el mismo programa a Pink Floyd y a Manolo Escobar. Pues sí, porque al que no le guste Pink Floyd, son tres minutos, pasan y llega lo que le gusta. Y al revés. Yo siempre pensé que en un programa de canciones no hay nada mejor. Yo dediqué a dos personas a leer, cada día, las cartas de los oyentes, para darles lo que les apetecía.
— Las grandes cadenas contratan ahora a consultoras para establecer qué quiere el oyente. ¿Qué le parece?
— A mí la mejor encuesta me la hizo El Corte Inglés. Cuando empecé la radio, les pedí publicidad. Me dijeron que no hacían publicidad local, pero si demostraba que había audiencia, invertirían. A los tres meses me llamaron ellos y me sacaron un estudio en el que me daban detalles de dónde se oía más y dónde menos. Me dejaron alucinado. Yo creo en los estudios que hace quien va a invertir luego. Hubo un momento en que tenía publicidad de El Corte Inglés, de Coca-Cola, del Banco Santander…
Tengo guardadas las audiencias que determinaba el Estudio General de Medios. No digo el EGM, porque ese era Enrique Ginés Martínez [ríe]. El Estudio General de Medios me lo enviaba la SER de Madrid, y la 97.7 era la más escuchada con ciento setenta y dos mil oyentes en València. Era algo tremendo lo que sucedió con la 97.7
— ¿Qué hubiera sido Enrique Ginés si no se hubiera dedicado a la radio?
— Lo tenía mal. Yo tenía un quiosco. Probablemente, hubiese seguido siendo quiosquero. No me disgustaba estar allí, porque siempre estaba rodeado de gente. Era un centro de reunión para la gente joven. Allí fundé el equipo de fútbol y el de baloncesto de chicas. Así que tenía una actividad considerable que acompañaba a la caja diaria de lo que era esa pequeña empresa. No sé si hubiese terminado allí.
Cuando se inauguró la oficina del Banco Santander en Castellar, el director vino a preguntarme si quería ingresar en el banco como comercial, porque era la persona que más contactos tenía en el pueblo. Pero le dije que no, porque ya estaba muy ilusionado con la radio. Tal vez habría sido empleado de banca.
— En sus años en la radio, tuvo contacto con muchos políticos que después han acabado defenestrados por corrupción. ¿Le ha sorprendido?
— Me ha sorprendido, pero no por el hecho de que hayan sido corruptos algunos de ellos, sino por su avaricia. Cuando alguien tiene tanto como algunos de estos políticos, ¿qué necesidad tiene de poner la mano en cajas ajenas? No lo entiendo. Esa ha sido la sorpresa.
— Ha tenido usted contacto con cientos de personajes famosos. ¿A quién tiene en un pedestal?
— A Juan Antonio Vallejo Nájera, médico, profesor universitario, pintor, escritor, encuadernador… un musicólogo excepcional y, sobre todo, un buen hombre. Conservo una carta que me escribió y la tengo enmarcada. Un avión se retrasó una hora y media y tuve la oportunidad de hablar con él durante todo ese tiempo. En la carta me daba las gracias por dedicarle parte de mi tiempo, cuando el que disfruté fui yo.
En cuanto a los artistas, nadie que yo conozca ha demostrado tanto a la profesión como Ramón Arcusa, del Dúo Dinámico. Es un ejemplo en donde quieras catalogarlo.
— ¿Se puede ser buen profesional sin ser buena persona?
— Yo creo que no, porque la imagen que te queda al final es su comportamiento humano.
«La vida consiste en no darse nunca por vencido. Seguir jugando y después, los jueces, cuando ya no estés, serán los que digan si perdiste o ganaste»
— Ha escrito trece libros, la mayoría de ellos desde que dejó la radio. ¿Qué le ha movido a escribir tanto?
— Me divierte. Y me estoy planteando si no será un vicio. Cada libro me cuesta un pastón. No es que no gane dinero como escritor. Es que pierdo. Todos los libros que he escrito están basados en mi memoria. ¿Y puedes creer que apenas recuerdo algo de lo malo que me ha ocurrido? Mi último libro lo he titulado La trabeta —la zancadilla, en castellano—. Hablo de las zancadillas que cada uno puede recibir, pero lo más importante es cómo te levantas. Por ejemplo, de la COPE me despidieron con cincuenta y cuatro años, después de llevar allí más de treinta, minusválido… Me levanté porque hubo manos muy generosas que me ayudaron a levantarme. Metieron cien millones de su bolsillo para iniciar el proyecto de la 97.7.
— Dicen que la vida es un juego. ¿Cuál es el objetivo?
— La vida consiste en no darte nunca por vencido. Perder en un momento dado no significa que hayas perdido. Has perdido el set, pero no el partido. Hay que seguir jugando y después los jueces, cuando ya no estés, serán los que digan si perdiste o ganaste.
— ¿Qué dirán de usted?
— Si tengo que hacer caso a lo que me dicen ahora, he ganado. El otro día vino a verme un amigo de la infancia y me dijo que no conocía a nadie que, con las dificultades que yo he tenido en la vida, haya llegado a donde yo estoy. Aunque también hubo otro, en otro sentido, que me dijo que no sabía cómo había llegado a donde estoy «si no tienes ni idea de música». Le respondí que es verdad, porque soy consciente de que los que saben de música son los músicos. Yo de lo que sé mucho es del negocio de la música.
— Ese negocio también ha cambiado mucho. ¿Hacia dónde se dirige?
— Hacia la élite y poco más. La industria discográfica está perdida. De las compañías que había, hoy solo quedan tres: Sony, Warner y Universal. Todas apoyadas por la gran industria. Eso, la radio musical lo acusa mucho. Por ejemplo, la SER ha perdido el negocio de los 40 Principales. Ellos, que siempre negaron que existiera la famosa payola —el pago de las discográficas a las emisoras para situar sus discos en los mejores puestos de las listas de éxitos—. Yo sé cómo me trataban a mí, que he recorrido el mundo, siempre invitado por la industria del disco… y, todos los meses, llegaban millones en publicidad para la emisora. Imagínate ellos. Yo soy muy amigo de Rafael Revert, que era el capo de los 40 Principales. Tiene coches, chalet…, todo regalado por la industria del disco.
— Hace unos años compró la casa en la que nació, en Castellar, para reunir allí todos sus recuerdos y habilitarla como museo. ¿Sigue visitándolo?
— Conservo el piso, pero ya no podía subir. Por eso he cambiado el museo. Compré una planta baja en Castellar, en la esquina de la calle Ruiz y Comes con Leonor Perales. Ruiz y Comes fue mi padrino de boda y Leonor Perales, su mujer. Atravesando la calle Leonor Perales está la calle Enrique Ginés. Allí tengo mi planta baja.
* El artículo se publicó originalmente en el número 97 (noviembre 2022) de la revista Plaza