La prensa madrileña de orden insiste: o Rajoy o terceras elecciones y (más) caos. Pero existe una tercera opción: la duda sigue siendo -igual que seis meses atrás- si Pedro Sánchez y el PSOE se decidirán a transitar la vía de intentar la investidura
Fue que no. Por segunda vez en menos de un año el Reino de España ha afrontado algo que hasta la pasada primavera había sido inédito en su historia, una investidura fallida; con el agravante de que en ambas ocasiones -también rabiosa novedad- que no había lugar para la sorpresa, toda vez que se sabían tentativas abortivas ya de antemano; simples piezas en una estrategia más amplia de presión mediática y desgaste cortoplacista al adversario político. Las portadas clónicas de la prensa de Madrid ya el jueves tenían claro pronóstico y único responsable: “El portazo de Sánchez aboca a nuevas elecciones”; El País y El Mundo hasta coincidían literalmente en la metáfora y el redactado de la frase. Desde su mítico “Masacre de ETA en Madrid” del 12 de marzo de 2004 no habíamos visto tan contundente y descentralizada coincidencia con las tesis gubernamentales.
El PSOE ha salvado dos bolas de sorpasso en apenas seis meses y está siendo capaz de resistir el tipo de presiones salvajes desde medios y establishment a las que han sucumbido buena parte de sus partidos hermanos en el resto del continente. Sea por convicción sincera, por simple instinto de perpetuación de PDRO Sánchez o porque los y las militantes socialistas no tienen vocación de lemmings la sombra de una Grosse Koalition explícita a la española está más lejos de lo que algunos profetizaban. Las intervenciones de Pedro Sánchez en los debates de investidura tras su largo descanso estival sin ser brillantes han dejado atrás a un Pablo Iglesias que parece deslucido y apagado. Parafraseando a Otegi, ha quedado claro que el PSOE está preparado para resistir incluso para responder… ¿Pero lo está para ganar?
De hecho, aunque los grandes medios de comunicación y buena parte de los llamados Barones sólo dibujen dos escenarios posibles para el PSOE y por tanto para el Gobierno de España, sigue estando sobre la mesa la posibilidad de una alternativa, aunque resulte compleja. Sin embargo, aunque nadie se ha atrevido a negarla de forma tajante, sólo el PNV -de forma sarcástica pero dejando una puerta abierta a la negociación tras el no a Rajoy- y ERC -en una apelación directa- se han dirigido directamente a Pedro Sánchez esta última semana para recordarle que existe una tercera opción que. Y los dos lo hacían encadenando reflexiones muy similares: el bloqueo provocado por la cuestión territorial es el gran elefante en la habitación de la política española actual. De hecho Joan Tardà lo recordó explícitamente: con una solución pactada a la cuestión catalana, Pedro Sánchez sería Presidente del Gobierno desde el pasado abril, sin haber pasado por unas segundas elecciones.
Si excluimos las posiciones estrictamente nacionalistas sobre la importancia de la unidad de destino en lo universal, la indivisible unidad de la nación española y otros artificios redactados podría ser hasta comprensible que el Partido Socialista rechace la posibilidad de un referéndum de independencia en Catalunya por no ajustarse a la legalidad constitucional vigente; si se les pone el ejemplo escocés siempre se puede decir que Gran Bretaña no dispone de constitución escrita y que el sistema de common law es más adaptable que el continental para estos menesteres. La cuestión de fondo es bien otra, y trata de si existe alguna voluntad de solución más allá de prohibir genéricamente pactar con independentistas esperando a que se disuelvan por sí solos: he aquí la rocambolesca teoría del suflé independentista, que no sólo no acaba de bajar sino que, con altibajos, se mantiene i incluso sube desaparecido del mapa su teórico artífice Artur Mas. A corto y medio plazo no volverán las mayorías absolutas, y en buena parte de las nacionalidades históricas y grandes ayuntamientos el PSOE y PSC gobiernan ya de la mano de partidos con un componente nacionalista. Pensar en volver a la Moncloa sin contar al menos con su aquiesciencia en forma de abstención se antoja algo complicado.
El cambio de actitud de Pablo Iglesias y en general Unidos Podemos, espantados por los resultados y la demoledora abstención de un millón de votos el 26-J, apunta hacia rebajar aún más el tono y el discurso. Si queda claro que una parte de los abstencionistas teóricamente afines a Unidos Podemos fueron jóvenes, la lectura de las encuestas postelectorales de Metroscopia y CIS comparadas con las preelectorales apuntan a que la mitad o más de los votos desaparecidos corresponden a personas de edad avanzada, obreros cualificados, pensionistas y parados y más o menos encuadrados en el centro izquierda -véase el interesante análisis al respecto del sociólogo Jorge Galindo a partir de los datos del CIS. Es decir, el tipo de votante de más edad que se disputa con el PSOE y más propenso a la abstención en el caso de unas terceras elecciones en las que no se haya intentado un pacto de carácter progresista. Su situación interna, además, es harto compleja, con liderazgos territoriales cuestionados, problemas de articulación con las confluencias y entre partidos, además el runrún de la lucha faccional como telón de fondo. Sin llegar a estar cautivo y desarmado como algunos medios afirman, Unidos Podemos está mucho más receptivo a ceder que en marzo. Pero hay algunos obstáculos.
Además de los previsibles desencuentros en la agenda económica, fiscal y presupuestaria, el PSOE necesita aportar una propuesta o hipótesis de reforma constitucional y territorial creíble. Aún sin ERC y PDC, En Comú Podem sigue siendo una fuerza catalana y necesita poder vender alguna solución al nudo gordiano. El PSOE debería dotarse al menos de una apuesta procedimental que permita en apariencia que los catalanes se expresen y participen en la reforma del sistema, en definitiva, una posición diferente en algún punto a la del PP. Quizá el compromiso de convocar un referéndum previo a cualquier reforma constitucional multipregunta sobre las preferencias de los ciudadanos del Estado en materia de reforma permitiría salvar la legalidad constitucional según la interpretación restrictiva en boga al mismo tiempo que a los catalanes expresar su opinión en las urnas. Sería un punto de partida para intentar arrancar al menos una abstención de los partidos catalanes.
El segundo aspecto clave es el necesario apoyo por parte del PNV. Además de la actualización del concierto y el cupo y las clásicas demandas sobre clarificación competencial -enterrando o al menos enmendando a fondo cuestiones como la Ley 25 de Podemos que invadía competencias autonómicas de todas las formas posibles- emergerá sin duda la cuestión de la culminación del proceso de paz y la política penitenciaria. Tanto Podemos como en menor medida el PSOE han cuestionado la dudosa inhabilitación de Otegi para las listas electorales en Euskadi situando el tema en un marco de derechos civiles y políticos, lejos de la tradicional apelación al estómago e instrumentalización de las víctimas del terrorismo del PP, un estilo que comparten en C’s y la extinta UPyD. Es difícil que alguien niegue al PSE y al PSOE -con la nefasta herencia de los GAL pero también muchos muertos a manos de ETA en sus filas- la legitimidad para pasar página e intentar resolver el conflicto. De culminar lo que Rodríguez Zapatero empezó dependerán y mucho las opciones que tenga el PSOE de lograr aliados en Euskadi y Navarra en el futuro.
El tercero tiene que ver con la agenda estricta: el congreso del PSOE previsto para noviembre y, sobre todo, las elecciones autonómicas en Galicia y Euskadi que van a tener lugar en apenas tres semanas. Si bien parece claro que el PSE seguirá en su papel de muleta del PNV en Vitoria-Gasteiz, los nuevos socios que puedan necesitar los próceres del Euskadi Buru Batzar para sobrevivir otra legislatura más en el gobierno marcarán y mucho el devenir en la compleja relación triangular que se prevé entre Podemos, EH Bildu y el propio PNV. Más aún en Galicia, en donde el PP puede verse reforzado o el PSdG-PSOE obligado a apoyar in extremis -y/o gobernar con- a un presidente de En Marea. Una situación inédita que podría reforzar los lazos PSOE-Podemos o arruinarlos definitivamente, pero que en todo caso marca la agenda y aplaza cualquier tema relevante hasta octubre.
Finalmente, queda la duda de cuál sea el papel de Ciudadanos en todo esto: si hay un intento de investidura socialista después del 25 de septiembre que posición seguirá: si enroque al lado del PP de forma incondicional, si imponer sus propias condiciones -todo tipo de vetos a la agenda de los diferentes grupos nacionalistas o impedir la propia presencia de Podemos en el hipotético gobierno que se conformara. En todo caso, y aunque la propia Begoña Villacís reconociera en una entrevista que la función primordial de Ciudadanos es evitar que Podemos gobierne -¿recuerdan aquello del “Podemos de derechas”?- puede resultarles difícil explicar por qué un sí a Mariano Rajoy y ni tan siquiera una abstención a un gobierno de Sánchez. Ni que sea para acabar votando con el putxero, el cocido o l’escudella aún en la boca del estómago, está claro que Pedro Sánchez iría a su tercera cita con la sonrisa del destino con un as extra en la manga para luchar otro día. Si se decide, claro.