CARTAS DESDE BOLONIA

Esa España que moría. Las fotografías que contienen el siglo XIX

El Centro del Carmen acoge hasta el 21 de febrero la exposición El rostro de las letras, un recorrido fotográfico y literario desde el Romanticismo hasta las postrimerías de la I Guerra Mundial

4/01/2016 - 

VALENCIA. Presiden la ceremonia tres fotografías enormes de Ramón María del Valle-Inclán, con la barba de perfil y la manga al aire, Pío Baroja, con la boina calada y papel en la mano, y don Miguel de Unamuno, mirando severo al espectador tras sus lentes de concha. Las firma Vicente Moreno y dan paso a esta exposición de un tiempo trágico, decadente y al mismo tiempo elegante. 

El Centro del Carmen acoge hasta el 21 de febrero la exposición “El rostro de las letras”, un recorrido fotográfico y literario desde el Romanticismo tardío hasta la postrimerías de la Primera Guerra Mundial, un tránsito por la Modernidad que preparaba a España para una encrucijada decisiva: el camino del progreso o el camino del oscurantismo. La Generación del 27 y la Segunda República cambiaron las cosas; luego vino esa necesidad de sangre que barrió todo y los cuarenta años que dejaron a Pío Baroja con manta y boina como imagen de la desolación. “Entre una España que muere / y otra España que bosteza”, diría Machado antes de morirse de pena y de viejo al otro lado de los Pirineos. Esa España que moría nunca dio paso, sino brevemente, a esa nueva España.

La exposición que acoge el Centro del Carmen, itinerante por varias ciudades españolas, es exquisita. La muestra arranca desde los primeros retratos a los escritores románticos: Eugenio de Hartzenbusch, Gustavo Adolfo Bécquer, Carolina Coronado o José Zorrilla posando en la Alhambra en 1889 durante su “coronación”, ceremonia destinada a consagrar a los poetas que mejor representaban la ideología (hay quien le llama historia) de la nación. 

Rarezas de otro tiempo. La fotografía era entonces el sello o la marca para contener los nombres inmortales de las artes y oficios del país: gestos solemnes, miradas de perfil, escenarios de papel... el cuño de una moneda más que documento histórico. De la inmortalidad habríamos de pasar en poco tiempo al análisis social. 

La fecunda relación entre fotografía y literatura

José Martínez Ruiz “Azorín” llegaría a decir de Benito Pérez Galdós que su literatura estaba dedicada a “revelar España a los españoles”. Quien dice “revelar” podría decir “explicar” o incluso “construir”. Construir España a los españoles: no otro objetivo es el de la historia o el de la literatura nacional

Lo cierto es que, conforme avanzaban los postulados galdosianos de la sociedad presente como materia novelable, la fotografía pasaba a considerarse un modo de representación “natural” de ese presente. Adiós medallitas románticas. Pura teoría del realismo estético. Y entonces Emilia Pardo Bazán posaba en su salón de palacete burgués, el Nobel José Echegaray era retratado a la entrada del Palacio Real donde el rey Alfonso XIII (aficionado, además, tanto a la fotografía erótica como al cine porno) lo había llamado a consultas en 1905 o Marcelino Menéndez Pelayo caminaba absorto hacia las puertas de su casa de Santander. Estos cambios de temas y de técnicas trazan las transformaciones estéticas que fotografía y literatura (y aun ciencia o disciplinas humanísticas) estaban operando de forma simbiótica como un proceso de reflexión artística y de cambio cultural.

Si ese primer paso se dio del retrato a la explicación, el segundo habría de ser hacia la publicidad y al acontecimiento. Aunque uno no sabe dónde empiezan y dónde acaban sus límites, al menos con demasiada precisión. Las imágenes se suceden: de los bustos de Ramón Pérez de Ayala, Carmen de Burgos, Antonio de Hoyos y Vinent o Eduardo Zamacois para ilustrar las portadas del semanario “La novela española” a Miguel de Unamuno posando en las estepas castellanas, en una imagen que serviría para una estampa de saludo y despedida de la Universidad de Salamanca, o saliendo entre gritos y brazos en alto del Paraninfo de esa misma universidad el día en que se enfrentó al fascista Millán Astray

Esa idea de “acontecimiento” será el germen del fotoperiodismo, que irrumpirá con fuerza durante la guerra civil, pero eso vendrá más tarde. Antes habremos visto los funerales de Vicente Blasco Ibáñez bajo el lema “los muertos mandan” en una tumba diseñada por Mariano Benlliure, o al escritor asomado al mar en su chalet de la Malvarrosa; a Santiago Ramón y Cajal posando para el escultor Agustín Querol; los carteles por las avenidas de Barcelona anunciando las obras completas de Jacint Verdaguer en oferta; a Alejandro Sawa desaliñado como en una resaca interminable; o a Jacinto Benavente vestido de Crispín en la función de Los intereses creados del Teatro Principal de Valencia; o a Ramón Gómez de la Serna sonriente y burlón subido a un columpio del Circo Price en 1923, en una imagen impagable de Luis R. Marín.

Multiplicación de significados

“Tengo la soberbia de ser, a mi modo, ardientemente sectario; y en un país como este, enseñado a huir de la verdad, a transigir con la injusticia, a refrenar el libre examen, y a soportar la opresión, ¡qué mejor sectarismo que el de seguir la secta de la verdad!”, así se describía el propio Manuel Azaña y así lo recoge la inscripción que acompaña a su retrato con semblante serio y sereno. El país del que hablaba no era proclive a entusiasmarse ni ante la verdad ni ante la serenidad, de modo que todos aquellos modernizadores ilustrados acabarían (de nuevo) arrasados por otro tipo de sectarismo menos fecundo. 


Textos de María Zambrano, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez. Fotografías de Santos Yubero, Campúa, Tatai, Ramón Masats, Jaime Pacheco, Francisco de Goñi o Vicente Moreno. Imágenes de todo un universo perdido entre las mesas de los cafés donde las tertulias literarias hacían olvidar un país miserable, salones de casa pequeño-burguesa donde se muestran alfombras y cojines estampados y portadas de revista semanal. Tanto realismo y tanto decadentismo concentrado en esas preciosas instantáneas. 

“El rostro de las letras” se asoma a lo que hemos leído en Clarín, Galdós, Pereda, Pardo Bazán o el mismísimo Valle Inclán. La España reformista y la España conservadora: las Españas de turno y de alternancia previas a la Segunda República (y su Generación del 27), previas a su vez a esa guerra civil. Ese mundo desaparecerá en esa convulsión de la historia, y será reemplazado por otro más Pascual Duarte

Por primera vez habremos contenido un mundo extinguido en unas fotografías emblemáticas que multiplican los significados de los libros de historia, de las novelas decimonónicas, de los llantos esperpénticos de Divinas palabras