La banda valenciana inicia este viernes en la Sala Russafa la que será su gira más importante hasta la fecha para presentar sus nuevas canciones
VALÈNCIA. Una de las múltiples interpretaciones que emanan del espartano planteamiento teatral de Samuel Beckett en Esperando a Godot bebe principalmente del existencialismo y de esa carencia de significado ulterior en la vida. Los dos actos de la obra del irlandés emulan a la perfección el deambular constante que a veces parece ser la vida, y el pacto tácito con la nada a cambio de la paz. El reverso tenebroso de aquello que más tarde dijo John Lennon para abanderar la cultura de los cuñados y la literatura exprés de los sobres de azúcar; la vida no sólo no es eso que pasa mientras estás ocupado en hacer planes, sino que, más bien, la vida es eso que pasa. Sin más. En esto no hay reverso.
En la pieza de Beckett, Estragon y Vladimir esperan (en vano) a un tal Godot que, inevitablemente, jamás aparecerá; a pesar de la reiteración del joven que aparece en cada acto para asegurar que Godot “aparentemente venía el miércoles, pero vendrá este viernes por la tarde”. El planteamiento irónico de la obra y su desarrollo -hasta la misma conclusión en la que los dos protagonistas insisten en su objetivo- se podría trasladar, partícula a partícula, a la realidad del siglo XXI; y, con igual verosimilitud, a alguna de las bandas que, en València, asoman con la fulgurante energía del que aún cree que se puede cambiar algo del sistema.
En ese grupo de nombres, escueto y siempre activo en las puertas giratorias de salida y entrada, sobresalen de manera natural Badlands. El grupo que lidera la voz de May Ibáñez lleva tanto tiempo con el cartel de promesa colgado que existe ya peligro de úlcera. Si bien cuentan, en apariencia, con todo lo necesario para ocupar una posición más privilegiada que la de JASPs -jóvenes, aunque sobradamente preparados- y, además, no parecen haber dado un sólo en falso, seguimos esperando a Godot. Al menos hasta ahora. El viernes habrá otra oportunidad de comprobar los avances en la carrera de un grupo del que se esperan tantas cosas que, como los virus dentro del cuerpo del señor Burns en aquel capitulo de Los Simpson, cuesta siquiera que vean la luz.
La Sala Russafa de València acoge este viernes, en doble ración (a las 20 horas y las 23 horas), la representación física más actual de Badlands. La sesión doble llega, por primera vez, porque la inicial agotó las entradas al ritmo que se le presupone a a un grupo que alberga en su núcleo las esperanzas de tanta gente. La de este viernes será el peculiar inicio de la serie de conciertos con los que presentarán su próximo trabajo, que ya ha asomado una pata con el sureñado single ‘Call Me Fire’. Siempre pertrechados en ese aroma a clásico instantáneo, los conciertos se desarrollarán a partir de la interpretación valenciana de aquellas giras que, como la de la Rolling Thunder Revue de Bob Dylan en los 70, tratan de demoler el existencialismo a partir de la magia del colectivo y su escenificación.
Será la primera vez que un concierto de Badlands se desarrolla en el marco de un espectáculo tan teatral como musical. Las dos sesiones en Russafa contarán con la escenografía de la diseñadora holandesa Jessica Bataille; con más de 20 años de experiencia, Bataille regenta su propio estudio de diseño e interiorismo en Xàbia. La escenografía y la lista de invitados que pasarán por el escenario -Femme Fractal, Ángel Vera- serán, junto al estreno de alguna de las canciones que formarán parte de su próxima colección, los atractivos de un inicio de gira que a continuación les llevará a salas de referencia nacional como la Joy Eslava de Madrid.
En su año “más ambicioso”, tal y como rezaba su propia comunicación con motivo del inicio del tour, Badlands habrá de superar el mal del eterno aspirante. En ese año, el “más ambicioso”, la banda tendrá que reescribir el final de la obra para que, esta vez sí, Godot sí haga acto de presencia. Las herramientas las tienen: lápiz, papel, canciones y una combinación de veteranía y juventud lo suficientemente equilibrada como para sacarle partido a cada uno de los extremos. Una discografía con tres EPs y un disco antes de que se cumpla el primer lustro de vida de Badlands necesita ya una nueva colección de canciones que plasmen todo lo que han insinuado durante estos años.
Para conseguir tan difícil empresa, la formación al completo -con sus modificaciones en la formación- se trasladó a finales del año pasado a Madrid; allí, junto a algunos de los miembros de Aurora & The Betrayers, grabaron las canciones que han de ayudarles a abandonar un perpetuo estado de expectación cuya prolongación artificial sólo puede terminar finiquitando cualquier tipo de clímax. A tenor de lo que se ha podido escuchar en la canción que han adelantado esta misma semana -‘Call Me Fire’- las manos de Aurora García, Martín García y Jose Funko parecen haber traspasado impetuosidad y músculo al amable sonido de la banda.
Así, sin más referencia que el adelanto, lo nuevo de Badlands parece apuntar en la dirección correcta. Su difícil ubicación en un territorio, el del bluegrass y el americana, que disfruta de tanto predicamento en València como lo hace en el resto de España -es decir: menos que cero, que diría Bret Easton Ellis-, es un arma de doble filo: lo que no te mata, reduce ostensiblemente tu esperanza de vida. Liderar la inexistente escena local del folk de rotunda raíz norteamericana es un escenario tan propicio que puede distraer del que ha de ser el objetivo real: trascender y ejercer de mecha, de detonante, de llamada a la acción. Liderar. Lo de Badlands con el folk-rock, ha de ser, a la fuerza, lo de Toundra con el post-rock y el rock instrumental o lo de Vetusta Morla con el indie en el resto de España.
La pregunta, pues, es si el objetivo de la misión tiene la misma entidad que la obra de Samuel Beckett; es decir, ¿y si estamos esperando de Badlands algo que no puede suceder en el enjuto y depauperado tejido discográfico español? En un momento en el que el mercado de tendencias en la música no mira más atrás de los 80, se hace complicado pedirle a Badlands, con honestidad, que lideren una supuesta ola de rock de profundas raíces americanas; el folk o el americana carecen de una base social joven y militante de la que sí se nutren corrientes como las del trap, y ni siquiera son capaces de adueñarse de sus referentes estéticos en las calles. Por lo tanto, lo único que cabe pedirle a Badlands es, como en Esperando a Godot, no tanto que lleguen y exploten como que, simplemente, lleguen.
La Sala Russafa programa Búho, de la atípica compañía catalana, que estrena obra cada dos o tres años