Federico Félix es un claro ejemplo del empresario que trabaja para sí mismo y para su tierra. Por ese orden. Es un enorme ego, es la vanidad sin matices, pero al servicio de una buena causa como es el progreso de Valencia. Por eso es de los poquísimos dirigentes patronales por los que he sentido respeto y curiosidad como periodista
Hay dos Federicos que me han dejado huella: uno es Federico García Lorca, de quien aprendí a leer poesía, y el otro es Federico Félix, de quien he aprendido a manejarme en la vida con astucia.
Hablaré del segundo Federico.
La semana pasada, leyendo una de las crónicas sobre la visita de la ministra Ana Pastor a Valencia, comprobé que Federico Félix no había faltado a la cita. No podía ser de otra manera. Entre sus virtudes, el protagonista de este artículo tiene el don de la oportunidad. Tened por seguro que él siempre aparecerá junto a un representante del poder que haya venido a visitarnos. A Federico, como a Carmen Sevilla o a Francisco Umbral, le importa más salir bien en la foto que destacar en el texto en el que se le cita y que casi nadie lee, por otra parte. Es un hombre coqueto y vanidoso como lo soy yo, aunque cada vez menos.
Esa imagen en la que se le veía hablando con Salvador Navarro, el presidente de la patronal valenciana, me ha traído muchos recuerdos, de cuando conocí a Federico hace casi veinte años. Trabajaba yo en un diario local a las órdenes de María Consuelo Reyna —a la que le debo tanto en este oficio—. Un día ella, conociendo mis debilidades por la prensa rosa, me pidió (ordenó) que fuese a cubrir la boda de una hija de Félix en el centro de la capital. Fue una tarde de septiembre de 1997. Apostado en la puerta de la iglesia, iba apuntando los nombres de los invitados en mi moleskine. Todos llegaban impecables, relajados tras las vacaciones, bronceados, inaccesibles. Ni una verruga en sus caras. Olía a perfume francés. La novia era una joven hermosa y delicada. Supongo que la crónica de la boda —entonces aún no se hablaba de eventos— le gustó a Federico porque empezamos a hablar con asiduidad.
Siguiendo también las instrucciones de María Consuelo, entrevisté luego a este empresario sobre un asunto menor que ya no recuerdo. De lo que sí puedo dar fe es de la forma en que le hice esa entrevista. Fue en su coche, creo que un BMW, durante el trayecto entre Valencia y Nàquera, adonde habíamos ido un viernes por la mañana porque, según se excusó, tenía que encender la calefacción del chalet. “Mi mujer quiere tener la casa caldeada cuando lleguemos este fin de semana”, me dijo. Regresamos a Valencia a una velocidad muy superior a la permitida. Al llegar a la ciudad, con la entrevista ya concluida, me despedí de Federico y, al doblar la primera esquina, me arrodillé y besé el suelo como el Papa polaco. Lo hacía en agradecimiento a Dios por haberme conservado la vida.
El tercer episodio que compartí con Federico —que espero no se moleste por revelarlo— fue una comida a la que me invitó en la taberna Alkázar una tarde de verano. Federico llegó vestido de manera informal, sin la corbata y el traje que suelen encorsetar a los empresarios maduros. A lo largo de dos horas de conversación descubrió su lado más amable y encantador. El hombre que tenía enfrente era agudo, locuaz, astuto, bien informado y un tanto zalamero para ganarse al interlocutor. Mi impresión sobre él mejoró. Me imagino que no era el primer periodista en ser invitado en ese restaurante, donde Federico —que en el fondo es un anarquista de derechas— se fumó un puro en el reservado aunque estuviera prohibido. Después abandoné las trincheras del periodismo y dejé de verle.
Cuento estas anécdotas vividas con Federico porque él ha sido uno de los poquísimos empresarios valencianos por los que he sentido respeto y curiosidad. Mientras que casi todos los compañeros de su generación han desaparecido; unos por estar muertos, otros por jubilarse y algunos por caer en manos de la Justicia, Federico sigue ahí, ahora defendiendo eso tan necesario y aburrido como es el Corredor Mediterráneo. Antes lo hizo con el AVE, que llegó tarde, pero llegó, gracias, entre otras razones, al tesón que demostró al frente de la Fundación Pro-AVE.
"MIENTRAS LA MAYORÍA DE SUS COMPAÑEROS DE GENERACIÓN HAN DESAPARECIDO, ÉL SIGUE AHÍ, AHORA DEFENDIENDO ESO TAN NECESARIO Y ABURRIDO COMO ES EL CORREDOR MEDITERRÁNEO "
Federico es un claro ejemplo del empresario que trabaja para sí mismo y para su tierra. Por ese orden. La mayoría de los dirigentes empresariales sólo piensan en sus intereses personales o en los de sus organizaciones, no en los de la sociedad. Por eso se les olvida pronto. Federico es distinto: es un enorme ego, es la vanidad sin matices, pero al servicio de una buena causa como es el progreso de Valencia.
Yo quiero que no desaparezca de los papeles, a los que siempre ha sido tan aficionado, porque aporta estabilidad emocional a nuestras vidas de hombres veleta. Es como Raphael, que envejece sin que su público lo abandone, o como Julio Iglesias, que no se deja fotografiar el lado malo de su cara. Cómo no recordar ahora aquellas llamadas en las que Federico nos pedía que le sacaremos tal foto para ilustrar uno de sus artículos porque salía más favorecido…
Federico, amor, choto mío, gallo máximo del corral empresarial, lince para los negocios humanos y divinos, aquí tienes a un humilde servidor que te rinde un homenaje sui generis y que te echa de menos. Créetelo porque es verdad.
Cuídate, disfruta de tus vacaciones en Dénia con los tuyos y no abuses del sol, que te conozco, truhán, porque a nuestras edades todo exceso es caro y por tanto desaconsejable.