Fin de año. Momento de balances. Momento de reflexión. Momento de nuevos propósitos. Momento de nostalgia, ilusiones y sueños. Un año que termina y otro que empieza.
Para algunos y algunas habrá sido el año de su vida. Para otros y otras habrá sido un año para olvidar. Para mí ha sido un año dividido. Un año entre dos tierras. Un año entre aquí y allí. Un año con muchas luces y pocas sombras. Un año para volver a vivir. Pero un año duro.
Un año a caballo entre Kenia y España, entre Lamu y Valencia. Un año tranquilo e intenso al mismo tiempo. Un año que me ha agotado y llenado de energía. Un año con alegrías y sinsabores. Un año diferente.
Un año donde he vivido dos realidades tan diferente y radicalmente opuestas que me han llevado de un extremo a otro. Un año rodeado de miserias y de excesos. Un año de adaptaciones continuas. Un año de estar en continuo movimiento. Un año que a veces repetiría por igual y otras veces algo cambiaría.
Un año que no ha sido fácil aunque haya sido elegido. Porque parece que cuando eliges algo no hay derecho a la queja, al agotamiento, al hastío y a las penas. Pero sí que lo hay. Aunque sea un año elegido, ha sido un año duro e intenso. Un año cargado de vivencias y de experiencias de todo tipo. Más y menos positivas.
Y es que cuando sales de una rutina y te enfrentas a contextos diferentes y nuevos retos en momentos vitales distintos no suele ser fácil. Al final puede que sea gratificante, yo al menos estoy encantada, pero es duro y supone un desgaste físico y psicológico importante.
No lo haré muy largo pero vivir a caballo de dos realidades tan diferentes siendo mamá primeriza ha sido maravilloso pero nada fácil.
Superar todos los miedos que entran, miedos nuevos, miedos que nunca han existido y miedos que no reconocemos… superarlos o vivir con ellos no es nada fácil. Desde volar sola hasta tan lejos, los tres trasbordos, las maletas, el carro, la niña… con toda la logística que ello implica y que solo saben quienes viven situaciones parecidas, no es fácil. La adaptación de la mamá y de la niña a otro escenario. La continua lucha interna que vivimos. El agotamiento de la crianza lejos de los tuyos. Y un largo etcétera … hace que este haya sido un año intenso por todos los lados.
Y es que la adaptación por mucho que conozcas ambos entornos es una constante cuando decides vivir a caballo entre dos mundos. Cuando empiezas a asentarte en una parte, tienes que empezar a pensar en moverte hacia el otro lado. Y así una y otra vez. Esta circunstancia hace que desarrollemos una capacidad camaleónica que nunca hubiéramos imaginado, una capacidad de adaptación rápida y total.
Llegar allí, a Lamu. Aclimatarse de nuevo. Superar un dengue. Entender las diferencias culturales y las barreras que separan dos mundos tan diferentes no es fácil. Es apasionante pero nada fácil. Es enriquecedor pero nada fácil. Es una experiencia que te cambia para siempre y no es nada fácil.
Y una vez llegas allí, a la maravilla de la tranquilidad, del tiempo, poder disfrutar de la calma, de la libertad, de la vida en estado puro, de otro estilo de vida, tenemos que lidiar con otros miedos e inseguridades, sobre todo, relacionadas con la pequeña Leo-Khadija. Una vez superados esos miedos o aprendemos a vivir con ellos y llega el momento de volver aquí. Momento de despedidas, lloros, nostalgia, fin de determinadas rutinas y vuelta a casa.
Y una vez vuelves aquí, a lo de siempre, se necesita también periodo de adaptación. La alegría de la familia que espera, los amigos y amigas que se mantienen a pesar de la distancia, un trabajo que te llena, una radio que me apasiona… pero llega el estrés, la falta de tiempo, las prisas, las guarderías, la no conciliación… Aún con todo, no suele ser tan complicado porque al final es volver a casa, a los referentes de siempre y a convivir con los míos.
El problema radica cuando mis referentes no son los mismos que los de mi hija. Cuando ella que ha pasado más tiempo allí que aquí, aterriza en un estilo de vida que no reconoce y al que ha de adaptarse. Pues así vamos. Después de 5 meses, seguimos intentando adaptarnos y seguimos intentando construir juntas los mismos referentes y habitar en el mismo mundo: entre aquí y allí.
El resumen del año cuando releo los artículos que he estado escribiendo durante 2017 muestra este año a caballo entre aquí y allí. Un año de reflexiones de todo tipo.
Desde enero y hasta ahora han sido varios temas los que han llamado mi atención. Todos relacionados con causas sociales. Con la maternidad como telón de fondo he reflexionado sobre realidades, historias africanas, vidas de allí… y desde que me asenté de nuevo en mi vida de aquí hablo de realidades sociales de aquí. Lamentablemente son los casos de violencia que vivimos de manera casi diaria, la violencia de género, violencia contra la mujer… y las secuelas que crea esta violencia en los niños y niñas han sido una de las realidades que más me duelen.
Vivir entre dos mundos nos lleva a la necesidad de adaptarse cuando cambias de contexto, la necesidad de dejar de juzgar, te lleva al “ver, oír y callar” como modo de vida. Nos lleva a desarrollar una capacidad camaleónica de adaptación brutal.
Pero vivir entre dos mundos nos lleva a poder contar historias de allá, historias y vidas diferentes a las que nos rodean, historias que nos ponen en nuestro sitio y nos llevan a nuestro centro. Poder vivir entre aquí y allí, nos crea otros referentes distintos cuando volvemos a vivir aquí. Nos hace ver la vida de otra manera. Y nos hace pensar en diferentes propósitos para el año que empieza 2018. Un año que deseo sigamos cumpliendo nuestros sueños.
La semana que viene más. ¡Feliz 2018!
Tomorrowland, La Salà, Primavera Sound y Picadilly lanzan sus iniciativas por streaming