El realizador pasa por DocsValència para hablar, a través de su Caminantes, de la realidad como materia prima de la ficción
VALÈNCIA. Fernando León de Aranoa pasó por el festival DocsValència para hablar de la realidad como materia prima para la ficción. Lo hizo a través de uno de sus documentales más laureados, Caminantes, que retrata ala marcha zapatista hasta México D.F. para reclamar derechos y respeto para el pueblo indígena. En realidad, prácticamente cualquier film firmado por León de Aranoa podría ser ejemplo de cómo un autor se empapa de aquella realidad que le rodea para que el cine sirva para algo más que entretener. Cuando se le da al play al documental en la sala de proyecciones del Colegio Mayor Rector Pesset, el realizador se escapa para atender unos minutos las preguntas de Culturplaza.
- Presentas en DocsValència un documental que hiciste en 2001, Caminantes, que recuerda un poco a lo que está pasando ahora mismo en Bolivia. La autoproclamada nueva presidenta del Congreso de Bolivia entraba en él con una Biblia y haciendo un alegato en favor de las tradiciones cristianas y en contra de los indígenas que protestaban. Da la sensación de que, no sé en América Latina en particular o en el mundo en general, no hemos aprendido ciertas lecciones de respeto a las identidades, tal y como reinvindicas en este Caminantes.
- Es verdad que ha coincidido en el tiempo. Para mí 'Caminantes' hoy, sobre todo, es un trabajo que me permite hablar un poco de los del uso de herramientas en la ficción en el documental. Pero es verdad que coincide con este momento en Bolivia. Cuando nace 'Caminantes' había un movimiento zapatista con mucha fuerza, y empezamos el documental creyendo que hablaría de eso, hasta que nos dimos cuenta de que hablaba de las condiciones de vida de las comunidades indígenas, lo cual tiene mucho sentido, porque eso es lo que da lugar al zapatismo, esta es la verdadera causa que lo motiva.
El zapatismo es un síntoma y el punto de vista y la estructura que elegimos nos permitió contar en realidades como una comunidad indígena media en Michoacán; y de esa manera, entender lo que estaba pasando. Nos permitió asistir también a un Congreso Nacional Indígena, donde todas esas comunidades, siendo los habitantes primeros de México, eran considerados sujetos de interés cultural, casi como si fueran una extravagancia o un elemento turístico. Supongo que desoir eso o no entender que eso va contra cualquier principio de humanidades, y a su vez es un error. Es reincidir en un error histórico. Sobre los últimos acontecimientos de Bolivia, creo que es una equivocación. Cuando veo que se repiten los símbolos de la Biblia y la cruz para instaurar el orden... No sé qué sentido tienen esos símbolos.
- En un mundo que cada vez es más globalizado y plural, se está perdiendo ciert o sentido de la otredad. Parece que vamos más en contra del otro que a favor. ¿Es más hostil ahora que hace 20 años, por ejemplo?
- Yo sí siento que en la sociedad que mejor conozco, que es la nuestra, hay un individualismo mayor. Y yo creo que eso es un empobrecimiento y algo muy peligroso, porque la gente que ahora es pequeña es en lo que va a crecer, va a ser su medio, su hábitat natural de vida. Contra eso, siempre ha habido un mecanismo fantástico, que es la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Es algo que todos tenemos, lo que pasa es que hay unos que la cultivan más y otro que la cultivan menos. El músculo lo tenemos todos, la cuestión es cuánto y quiénes quieran desarrollarlo. Personalmente, siempre he sentido que dedicarme al oficio de hacer películas, tanto documentales como ficción, ejercita mucho ese músculo. Es decir, necesitas utilizar la empatía: porque primero tienes que experimentarla tú con los personajes y con las personas con las que trabajas en un documental, de manera que luego el público pueda también pueda sentirse identificado con lo que se le cuenta en una pantalla. Llevándolo un poco a mi terreno, sí creo que el cine y la narración en general, es una manera fantástica de cultivar o desarrollar la empatía, la propia y la ajena también. Pero claro, ya que eso se convierta en un estatus natural... ojalá fuera así.
- Prácticamente todo lo que ocurre en el mundo es captado por una cámara, ya sea ficción o realidad. Actualmente, ¿la imagen ahora mismo tiene una capacidad movilizadora o nos acomoda?
- Tengo la sensación de que ahora, con la información y con el uso de las imágenes, todo es más efímero. Todo es material inflamable, ya sea en el terreno del escándalo, de la violencia, de los grandes acontecimientos políticos o migratorios. Lo que hoy es un escándalo, tarda solo tres días en desaparecer, porque hay una especie de inflación de eso y días más tarde, una nueva inflación la hace desaparecer. Todo sucede muy rápido y deja poca huella.
- Y tú, como persona que utiliza como herramienta la cámara y la imagen, ¿qué propones contra esto que ocurre?
- La gran herramienta, al menos en la esfera en la que yo me muevo, es el relato, que es una cosa distinta de la imagen. La imagen no genera empatía, pero el relato sí. Cuando existe la posibilidad de identificarte con unos personajes, y tú como alguien que relata -ya sea en el terreno de la ficción o en el de la realidad- puedes guiar las emociones de la gente por ese relato, ahí se va a producir una empatía y una reacción. El problema de esto es que se han dado cuenta también los políticos, y ahora mismo una de las batallas más famosas es la batalla por el relato: ahora ya no importa tanto si se pacta o no se pacta si no cómo se cuenta después.
Es el momento de los narradores: todo el mundo (políticos, empresas...) necesita un relato, porque han entendido que, de alguna manera, así se llega a la gente, y que se tome partido a favor o en contra de ellos. Mientras, una imagen como la del Aylan, la de aquel niño refugiado en la playa, que es una imagen terrible, se evapora y no deja una impronta.
- En España, ¿quién va ganando el relato, los movimientos sociales o el poder?
- Siempre lo ganan los medios, porque son los que tienen el alcance. Hace poco, me preguntaban por la influencia que había tenido Política, manual de instrucciones. En cines la verían de 15.000 a 30000 personas, mientras que cualquier programa de Al rojo vivo llega a dos millones de espectadores. Ya quisiera yo tener la influencia que se me supone. Pero, al final, el documental no llegó ni a ser emitido en televisión, así que tuvo un alcance que tuvo y de esa manera es difícil llegar, por más elaborado, sofisticado, o interesante que pueda ser.
- En el documental hay dos corrientes: una que se acerca al vídeo ensayo, que apuesta por experimentar las narrativas y abstraerlas; y otra cree mejor popularizar estas y simplificarlas para que pueda llegar al máximo número de la gente y sea lo más pedagógico posible. ¿En cuál estaría tu cine?
- Creo que esa es una estupenda formulación de los dos polos que hay. La cuestión es dónde te sitúas tú entre esos dos polos. Yo siempre busco mi lugar ahí: no estoy dispuesto a cualquier cosa por alcanzar al público. Hay que buscar bien la manera en la que tienes que elaborar un relato para que llegue a la gente, pero para que llegue como tú quieres que llegue. Yo siempre digo que la primera versión de cualquier cosa que escribo es para mí; las demás son para el público, pero la primera es para mí. Yo cuando escribo un cuento o un guión no pienso en el espectador, pienso en disfrutarlo yo. Y luego, ya cuando reescribes, tomas en cuenta cosas. Cada uno encuentra su lugar. No me identifico en ninguno de los extremos.
- Ahora mismo, ¿qué tiene más capacidad narrativa, la ficción o el documental?
- Más llegada tiene de la ficción. En realidad, capacidad narrativa tienen la misma, todo depende de la habilidad y las herramientas que uses. En el documental encuentro un mayor el placer personal: el aprendizaje vital y humano que uno necesita en su oficio lo he encontrado en los dos terrenos; pero más en el documental, porque me he dado la posibilidad de entrar en situaciones inesperadas como este documental o el hecho de estar en primera línea de un proceso político como Podemos y sentí como un privilegio compartirlo con el espectador. Pero al margen de eso, quizá, si estamos hablando de alcance, yo creo que las ficcion es el más perfecto de los mecanismos inventados, cuando se hace bien claro.
No digo que sea fácil ni que sea siempre así, ni mucho menos. Pero había quien sostenía que Air Force One, que es una película de Harrison Ford con millones de espectadores en todo el mundo, es la película más política que se pueda hacer. Y es cierto. Entonces, yo creo que lo que hay que evitar es como ese encasillamiento de cine social, cine político, cine de acción, de entretenimiento, porque ahí la partida del relato perdido y ya estás jodido: estás metido en un canal que no va a tener una difusión, que va a tener distribución pobre y que la van a ir a ver espectadores que, de alguna manera, ya comulgan con las ideas que se supone que estás contando. Y a mí eso no me interesa. El auténtico éxito está en conseguir cruzar esa línea y alcanzar lo que toda la vida se conoció como salas de entretenimiento, pero con un discurso político.
- Entonces, ¿el autor tiene que ser un actor social?
- No creo que se deba decir que el autor debe tener un rol social porque el autor lo que tiene es que ser libre, tiene que hacer lo que él quiera. Ponerle límites de cualquier tipo es empezar equivocándonos. Cuando haces una película inviertes tres años de tu vida en algo. Yo, en mi caso, y es de lo que puedo hablar, yo me planteo que esos tres no sean en vano, no sean tiempo perdido. Es una conversación demasiado larga la que sostienes haciendo una película como para que sea un tema que no te interesa o como para que no dejen ningún tipo de huella. ¿Puede el cine cambiar la sociedad? Obviamente no, estaríamos en la cárcel y estaríamos considerados como seres peligrosos. Pero sí creo que no hacer películas ayudaría a empobrecer esa sociedad. Alguien de Médicos Sin Fronteras decía "el silencio mata".
- ¿El relato histórico es uno de los mayores enemigos de las ficción?
- Esto es terreno puntiagudo, y lo sé porque estoy trabajando en un guión de ficción muy apoyado en un hecho histórico. Al final tienes que obtener tu propia visión y para eso no basta un libro elocuente y adaptarlo, hay que encontrar todo lo que tengas sobre ese evento histórico, ver en qué coinciden siete, en qué se contradicen tres... Y entonces sacar tu propia visión de los hechos. Hay un momento en que, al hacer la ficción, esa es la que manda, pero tienes que haberla conformado de una manera muy sólida para que todo responda a esa percepción tuya. Pero yo no veo que el relato histórico sea el enemigo, de hecho es apasionante.
- Preguntaba más de cara al público, que está más pendiente de que se ajuste al relato histórico que del propio relato...
- Eso es así, sin duda. El público, que es santo o los historiadores nos pueden decir que ese no era ese modelo de coche en esa época, por ejemplo. Pero en mi visión del relato y de cómo se representa la vida y la realidad, eso es lo de menos. Yo mismo, en mi film sobre Escobar, tenía un historiador en el rodaje para tener una voz acreditada, pero es verdad que, como autor, tú vas a buscar contar otra cosa. No buscas un hecho histórico, buscas algo que tenga validez hoy. Y lo esencial va a tener siempre una cierta dosis de abstracción.
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