VALÈNCIA. Cuando una pieza escénica pone en el centro la pregunta que se plantea en su desarrollo, es mucho más fácil empezar el artículo que la cuenta: ¿Qué es lo que recuerda el espectador de un espectáculo?, o dicho de otra memoria, ¿qué queda en la memoria cuando acaba la obra? La incógnita la despejan Javier J. Hedrosa y Néstor García, que este sábado estrenan Fosc en Dansa València. La nueva pieza de los jóvenes creadores, radicaliza el dispositivo para cuestionar la memoria del espectador.
La obra es el resultado de una investigación a partir de esta misma pregunta, que parte de una reflexión más global sobre la memoria que Hedrosa ya ha explorado en obras anteriores. En este caso, han ido recopilando las respuestas a esa pregunta de diferentes personas y metodologías. En primer lugar, las suyas propias; pero también las de Rafael Ridaura y José Julián, espectadores no-creadores más que habituales en los espectáculos que se hacen en València, que a través del selfie en el primer caso y a través de un archivo más textual en el segundo, son responsables de una arqueología —si es que hay una arqueología posible— de las escénicas. Ridaura y Julián, que habitan de manera compulsiva los patios de butacas y son personas conocidas por profesionales de la escena valenciana, rompen la frontera para ponerse también al frente de esta creación y compartir anécdotas y experiencias como público y también como responsables que se han ido recogiendo durante el proceso de creación de la pieza.
De fondo, otras cuestiones que surgen cuando se pone en escena esa misma pregunta principal. La primera: ¿qué queda del hecho teatral y qué espacio se le da al espectador? “En el teatro europeo, el que hacemos en València, el público tiene muy poco poder. Nos preguntamos cómo podemos revertir esa relación, igualarnos, y nos damos como respuesta que invitando a los propios espectadores, en este caso Rafa y José, a que formen parte de la obra. Su caso es paradigmático del hecho teatral: en un mundo en el que la digitalización avanza, en el que podemos consumir mucho a la carta, ¿por qué seguimos yendo al teatro, que nos exige estar en un lugar y una hora concreta para ver una obra de manera presencial? ¿Por qué el teatro sigue existiendo?”, explica Hedrosa a este diario. El trabajo con ellos ha sido codo con codo, y si bien en un principio se preguntaban su papel en la obra final tanto Hedrosa como García, el hecho de que no sean profesional ha acabado extendiendo el acompañamiento a la pieza final.
Sobre el recuerdo y la memoria, la conclusión es, precisamente, que “de la obra se recuerda todo menos el contenido de la propia obra”. Esta tesis se transforma en la propuesta teatral de Fosc, que desarrolla los relatos desde el mismo patio de butacas, dejando prácticamente desnuda la propia escena durante la pieza. El dispositivo escénico va desapareciendo progresivamente según se van sucediendo las anécdotas a las que los cuatro actores ponen voz. El teatro se va poniendo en cuestión a través de la memoria recogida, cuando se va descubriendo que los recuerdos de las obras son un accidente o un fallo en la representación, un público que responde o reacciona de manera inesperada, o Concha Velasco cantando el Himno Regional. Hedrosa, al que siempre encajan como un autor que utiliza la comedia en sus piezas, opina que “pasa eso porque habitualmente se tiene una consideración muy sobria de la danza, y yo busco huir de eso”, pero que en este caso, la comedia “viene dada porque trabajamos con la memoria de otras personas”.
- Entonces, ¿lo que está en cuestión es la memoria del público o el papel limitado que tiene el teatro como creación?
- Hay algo de las dos, pero sobre todo el foco está en el público.
Entonces, hablemos del público. Hay peros en el contexto de esta memoria: “Sí que hay una distancia insalvable en cómo entiende esta obra una persona que ejerce como público o alguien que crea, pero es que justamente en danza y en artes vivas, el 80% del público son a su vez profesionales del sector. Es un hecho que no podemos obviar”, comenta Hedrosa. “Hay muchas capas de lectura en la obra en función de la experiencia que haya tenido cada persona, y eso ocurre porque hemos recogido testimonios de diferentes experiencias, desde las de Rafa y José, hasta las nuestras propias, las de otros profesionales o las de público más ocasional. La obra permite que cada persona se reconozca en alguna de ellas”, añade.
A lo largo de la pieza, las anécdotas se entrelazan, se juega con ellas y se les hace responsables de desconectar progresivamente el dispositivo escénico creado. Otra vez la pregunta: ¿Qué queda la obra cuando acaba una obra? Hedrosa y García proponen un escenario casi vacío “como espacio para que cada espectador pueda construir su relato. Queremos dar la libertad de crear sus propias imágenes. La obra no acaba en el autor, ni mucho menos”.