GANDIA. Hoy es un día cualquiera en Gandia. La plaza Mayor, donde está el ayuntamiento, rebosa vida, con las mesas de las terrazas ocupadas por personas que hablan animadamente. Muchos, quizá, no saben que el móvil les puede conducir a otro tiempo, aquel en el que ilustres como Ausiàs March o Rois de Corella caminaban por estas calles y la familia Borja convertía a la ciudad en un importante ducado. Les separa de aquellos siglos de esplendor un solo click, el que te lleva a la ruta interactiva ‘Territori Borja’ y con el que descubres el legado de la familia más universal y poderosa de Europa en el Renacimiento. Y sí, todo aquí, en Gandia.
Lo mejor es comprobarlo con los propios ojos y acercar el móvil al QR que hay en panel ‘Territori Borja’ de la Plaza Mayor. En un instante me transporto a un martes de 1268, con el bullicio de las personas que venían al mercado y que se juntaban con las que compraban en los obradores, carnicerías, pescaderías o negocios artesanales. Sé que permanezco en la plaza porque entre la multitud diviso un pórtico parecido al de hoy. ¿Qué ha pasado? La plaza se ha transformado y veo la iglesia, la Casa del Consejo, la Corte de Justicia, la prisión y el almudín —donde se guardaba el trigo—. Monumentos que se construyeron tras la conquista de Jaume I. Me lo cuenta el propio Rodrigo de Borja (futuro papa Alejandro VI), que en 1485 adquiere el ducado de Gandia.
¡Qué ganas tenía de conocerte! Y de darte las gracias, porque Gandia no sería igual sin la familia Borja. Todo ese patrimonio cultural que aúna la ruta ‘Territori Borja’ es gracias al gran legado que dejasteis mientras vuestra residencia fue el Palau Ducal. Se lo digo a la mismísima María Enriquez, que me aguarda en la iglesia Colegiata de Santa María. Gracias a ella, esposa del segundo duque de Gandia, se acabó de construir el templo, con la hermosa puerta de los apóstoles. Además, consiguió que su suegro, el papa Alejandro VI, elevara aquella iglesia original al rango de colegiata y atrajo a algunos de los artistas más importantes del momento.
La información que hay en la ruta interactiva es muy interesante pero no te olvides que estás junto a uno de los monumentos más importantes de Gandia. Fíjate en los detalles y pon tus manos sobre sus muros para notar las marcas que hay junto a una puerta —posiblemente hechas por el afilador de la época— o señalar la línea que marca las dos fases en la que se construyó. Y mira al cielo y a tu alrededor porque a veces la respuesta a la pregunta que hay tras cada punto de la ruta ‘Territori Borja’ está ante tus ojos y no en la pequeña pantalla.
Una de las eternas preguntas es ¿cómo logró la familia Borja ser tan poderosa? La respuesta está en mirador del Serpis. El horizonte ha cambiado mucho pero antaño, donde hoy hay se extiende el parque de Ausiàs March, estaba repleto de campos de caña de azúcar. Cuesta de imaginar teniendo en cuenta la importancia de la naranja hoy en día, pero Gandia era uno de los principales territorios productores de azúcar de Europa, llevado por los musulmanes desde Oriente. Una prosperidad que terminó con la expulsión de los moriscos. De hecho, aquí empezó la decadencia del ducado.
Los pasos de la ruta interactiva me llevan hasta calles estrechas de casas bajas. Solo se escucha el ruido de mis pisadas y el movimiento de la ropa tendida por el viento. No sé si estoy en el siglo XXI o en el siglo XIII porque el encanto de este rincón es único y me pierdo por sus callejuelas. Regreso sobre mis pasos para situarme frente a la puerta del que fue hospital de San Marcos, que servía para atender a enfermos, viajeros, mendigos e incluso a recién nacidos abandonados.
Como yo, te preguntarás la conexión con los Borja con el hospital de San Marcos. Pues el vínculo es Juana de Aragón, madre de San Francisco de Borja, que adquirió varias casas anexas para ampliarlo. Hoy el recinto acoge el Museu Arqueològic de Gandia (MAGa). En su interior podrás profundizar en la prehistoria de la comarca de la Safor y verás piezas de algunos de los principales yacimientos arqueológicos de Europa, como la Cova del Bolomor (Tavernes de la Valldigna), la Cova del Parpalló o la Cova de les Meravelles (Gandia).
Muy cerca está el punto cinco de la ruta ‘Territori Borja’: el convento de Santa Clara. Como no podría ser de otra manera, es la propia María Enríquez quien explica este lugar— sus dependencias las conoce bien—. Sí, porque ella misma ingresó poco después de que lo hiciera su hija Isabel de Borja —la mayor parte de las hijas de los duques acabaron sus días en el convento—. De hecho, en los siglos XVI y XVII gran parte de las abadesas fueron mujeres Borja.
Un vínculo que hoy perdura a través del Museu de Santa Clara, que acoge las obras que la familia Borja dio al convento. La entrada general —dos euros y medio— bien merece la pena para descubrir los tesoros que aquí se guardan, como la de Paolo de San Leocadio (traído por los Borgia de Italia para implantar el Renacimiento), Juan de Juanes, Ribera, Macip, Pedro de Mena…
Al salir volverás a pasar por calles peatonales repletas de coquetas tiendas y plazas en las que la sombra de los árboles te invita a tomar algo. Estamos a poco más de la mitad de la ruta así que toma asiento, que en cualquier lugar disfrutarás tomando un refresco o saciando el apetito. Eso sí, no comas mucho, que venir a Gandia y no tomar una fideuà es casi peor que todos los supuestos rumores que sobrevuelan sobre la familia Borja.
Sigo las flechas que me guían por la ruta ‘Territori Borja’. En un corto paseo entre tiendas y casas bajas llego a una gran plaza: Las Escuelas Pías, dominada por las estatuas de San Francisco de Borja (IV duque y patrón de la ciudad), César Borja (hijo de Alejandro VI), Alejandro VI (papa), Lucrecia Borja (hija de Alejandro VI) y Calixto III (papa). Su ubicación no es casual: Juan de Borja, hijo de María Enríquez, fue un gran humanista y construyó aquí una biblioteca —de las mejores nutridas de la época—.
Sin embargo, más tarde, Francisco de Borja fundó el colegio de San Sebastián, que con una bula de Paulo III lo elevó a universidad, la primera en todo mundo regida por la Compañía de Jesús. Esto ocurrió mucho antes de que los jesuitas fueran expulsados y la Universidad cayera en desuso pero lo importante es que el espíritu de Francisco Borja sigue vivo a través del colegio que es hoy.
Con el pensamiento de que aquí estuvo una de las bibliotecas más importantes de Europa llego al Torreón del Pino. Al escuchar a Francisco de Borja me percato de que estoy en una de las zonas más desprotegidas de la ciudad porque aquí es donde se concentraban los artesanos y centros productores de azúcar del ducado. Tengo el impulso de alzar la vista para ver si puedo trepar la torre y protegerme. Pero no es necesario porque después descubro que gracias a él las se amplió la muralla para cerrar también este sector.
Seguramente que, como yo, hayas pasado por delante del Torreón del Pino en más de una ocasión o te hayas acercado hasta allí para ver el pregón que anuncia el inicio de las Fallas. Pues fíjate la próxima vez y alza la vista. ¿Ves esa especie de ventana? Pues la hicieron mucho después, cuando se dieron cuenta de que los nuevos cañones y demás armas de artillería necesitaban una pequeña plataforma.
La ruta vuelve a adentrarse por el centro histórico la ciudad ducal. Casi me choco con una persona porque estaba absorta mirando a mi alrededor e imaginándome las murallas. ¡Cómo ha cambiado todo! Bueno, todo menos ese legado de los Borja que estoy descubriendo. Y es precisamente sobre esa muralla que imagino sobre la cual el duque Carlos de Borja fundó un convento franciscano —lo hizo sobre el foso de la vieja muralla medieval—. Se trata del convento de Sant Roc, que hoy acoge varias instituciones culturales, como la Biblioteca Municipal, el archivo histórico y el Centro de Estudios e Investigaciones comarcales Alfons el Vell.
Como no podría ser de otra manera, la ruta termina en el Palau Ducal, la que fue residencia de la familia Borja. Su puerta pasa desapercibida cuando pasas por delante de ella pero cuando la cruzas y pones un pie en su patio de armas sabes que la visita no te va a decepcionar, que algo mágico y asombroso te espera tras sus muros. Lo sé por todo lo que he aprendido a lo largo de la ruta y porque no hay que olvidar que su prosperidad fue en paralelo al crecimiento de la ciudad. Precisamente en esta puerta me despido de María Enriquez y Francisco de Borja. Lo hago porque me uno a la visita guiada que está a punto de comenzar y que me llevará por todas las dependencias del Palau Ducal (siete euros).