Hubo un tiempo donde todo era comida, pues comida a mi entender es todo lo que nace o se mueve, todo lo demás son comestibles.
Y no todo lo que entra al cuerpo nos alimenta, aunque venga con el distintivo de «SANO». Hay cosas que masticas… y en vez de darte vida, te cobran deuda.
Panes que traen culpa, azúcares que te acarician y luego te dejan sola. Leches que saben a infancia… y te devuelven a la herida.
Comestibles tan refinados que sin vida se acumulan, nos constriñen, se convierten en oscuridad y disfunción, y luego hay que ir a buscar por separado la parte del grano que se desechó para que el intestino reaccione (salvado).
Hay comidas que pensamos son las de toda la vida, y las comemos de manera mecánica, y en realidad son la reencarnación del sufrimiento infringido, cuando comemos sufrimiento el sufrimiento nos come.
Hay otros alimentos con apellidos saludables que se comen nuestra vitalidad, nos inflaman, desgastan, desorientan, nos dejan perdidos. Basar nuestra alimentación en alimentos crudos aunque suene muy poético y clean, no nos dan sustento, fueron creadas para el sustento de las aves.
No todo alimento es comida, algunos son contratos, firmados con el hambre de otra época. Pues comer, a veces, es repetir un trauma. O pedir amor, con el cuerpo
Nos han inculcado formas de llenarnos que nos vacían, gestos en la cocina que vienen de la guerra, recetas transmitidas no con amor, sino con prisa, con miedo.
Pues la comida no es solo comida, es una forma de volver a las raíces, a la vida, a la integridad de la cualidad humana para cocinar lo que no cabe en palabras. Para nombrar lo que se tragó el sistema.
Comer no es solo llevarse algo a la boca, es un idioma.
Y muchos lo hablamos mal, pues no se trata de qué comes, se trata de si lo eliges o si solo lo repites. Elegir es un acto sagrado, es la comunión que consagra lo que en cada etapa requieres para seguir siendo lo que eres sin detener la constante transformación. Para elegir en libertad es necesario recuperar los códigos, la pausa, el momento antes del bocado, y ahí empieza todo. El alimento consciente es una forma de volver a la madre, a la tribu, a ti.
¿Cuándo dejamos de escuchar el cuerpo? La primera vez que comimos sin hambre, por encajar o pertenecer, o cuando llamamos ansiedad a las ganas de llorar y lo tapamos con comestibles ultraprocesados. Cuando normalizamos estar inflamados, cuando sustituimos el sentir por la razón y seguimos todas las tendencias de alimentación, ignorando nuestras propias necesidades mientras el cuerpo apenas sobrevivía.
O cuando lo hicimos funcionar a la fuerza, haciéndolo adicto a estimulantes, químicos que nos carcomen por dentro, creando sufrimiento, cansancio crónico, incertidumbre insomnio.
Hay una herida en la piel, se llama olvido, el olvido de los pseudoalimentos que no tienen memoria de quienes fueron.
Hay otros alimentos que mantienen vivo el espíritu de quienes son. Las legumbres siempre sabrán germinar porque conservan su memoria, como todas las semillas, todos los cereales no refinados, las verduras que crecen de manera orgánica en su temporada, los frutos de la tierra que cuando los comemos nos convertimos en ellos, en memoria fértil y viva.

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