Ahora sí. Ya lo tenemos a la vuelta de la esquina. Que en nada viene Papá Noel, nos comemos las uvas y casi el roscón. Y así sin darte casi cuenta, llegas a enero, a las rebajas y a ver cómo te quitas lo que te has puesto durante las Navidades. Y oye, que se puede hacer bola todo el momento que nos toca, que cada año se repite. Que te toca aguantar al cuñado de turno -el único que tengo es majísimo, en este caso-, patearte el centro en busca de los últimos detalles o a pagar el marisco a precio de oro.
La Navidad es maravillosa sí, pero tampoco pasa nada si no la disfrutas. A mí, si me preguntan, a estas alturas del año lo único que sé responder es que estoy, literalmente, cansada. Muy cansada. Física y mentalmente. ¿Es algo general o me pasa solo a mí? Lo cierto es que a quien me encuentre y a quien pregunte, la respuesta es la misma. Y no sé si será el algoritmo o todos los memes que me salen en las redes son de Barbie con la pintura de los ojos a modo panda sobreviviendo al año y cosas parecidas. Hemos llegado a diciembre. Y casi al final. Palmadita en la espalda.
Así que pensando en toda esa sensación que solo puede remediar la calma pensé, ¿por qué no proponer esos sitios a los que me escaparía para desconectar de todo? Calma, silencio, comida rica, vinos junto a la chimenea. Déjate de regalar bufandas o relojes, lo que queremos todos es esto, una escapadita de esas que te reconectan con la vida.
Cuando lo único que quieres es parar: Mirador de Deyo (Castillo de Monjardín, Navarra)
Mirador de Deyo no nació con la idea de ser un hotel. Y eso, curiosamente, es lo que lo hace especial. Antes fue una casa. La casa del pueblo de la familia del padre de Angélica y su hermano, en Castillo de Monjardín. Una de esas que se usan mucho cuando eres pequeño, luego cada vez menos, hasta que un día te das cuenta de que o haces algo con ella o se apaga del todo.
A partir de ahí, el proyecto fue creciendo casi sin querer. Primero la idea de arreglarla para volver. Luego unas habitaciones para que la casa se viviera. Después un restaurante, porque por aquí pasa el Camino de Santiago y, claro, la gente tiene que comer. Y así, sumando ideas y escuchando a quien sabía más, acabaron levantando lo que hoy es Mirador de Deyo, que abrió en junio y que funciona más como una casa grande compartida que como un hotel al uso.
Todo tiene mucho de eso. El salón principal, por ejemplo, gira alrededor de un billar de carambola que era el sueño del padre, que siempre decía que algún día haría una casa alrededor de un billar. Los muebles no son de catálogo: hay librerías antiguas, mesas que antes estaban en la casa familiar, objetos con historia. El edificio es piedra, de cantera cercana. Suelo radiante en todo el hotel, materiales nobles, proveedores de la zona.

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Todo pensado para que, cuando entres, bajes un punto el ritmo sin darte cuenta. Las habitaciones miran al paisaje, la iglesia románica del pueblo acompaña las vistas y el silencio aquí no es una promesa, es real y solo se ve alterado por el tañer de las campanas. Suman un pequeño spa con sauna, jacuzzi y baño turco y una piscina exterior. Y unas vistazas desde las terrazas que son las que han dado nombre al espacio.
Este hotel tiene un plus. Y es que no hace falta ni salir de allí. En la parte gastronómica tenían claro lo que no querían desde el principio: ni menús eternos ni demasiado discurso. Querían una cocina que les apeteciera a ellos cuando salen a comer. Producto, temporada, brasas. Buena carne, buen pescado. Para dar forma a todo eso cuentan con el asesoramiento de David Yárnoz, que diseña la oferta y los menús, aunque el restaurante sigue siendo muy suyo.

Dormir entre viñedos y vinazos: Villas de Finca La Emperatriz (Rioja Alta)
Las villas de Finca La Emperatriz son uno de esos sitios a los que no llegas buscando actividad, sino justo lo contrario. Aquí el plan es despertarte, mirar por la ventana y ver viñas. Que son bonitas incluso en invierno, porque con suerte, incluso habrá nevado. Y que eso sea suficiente durante un rato largo.
Están en Baños de Rioja, en plena Rioja Alta, dentro de una finca que perteneció en el siglo XIX a Eugenia de Montijo, la emperatriz que elaboraba vino aquí cuando todavía nadie hablaba de viñedos singulares ni de experiencias.
Las villas se levantaron a partir de antiguas construcciones de la finca, rehabilitadas sin perder el aire rural. Son solo 3, independientes y completamente equipadas. Cada una funciona como una casa con salón, cocina, chimenea e incluso un jardín privado. Entras, cierras la puerta y el mundo se queda fuera.
¿El plan? Desayunar sin prisa. Pasear entre viñas. Te sientas al sol si hace bueno o te refugias junto al fuego si hace lo contrario... El vino, claro, está muy presente. Estás durmiendo en uno de los Viñedos Singulares más grandes de la D.O.Ca. Rioja, y si te apetece, puedes hacer catas, visitas o sentarte en el wine bar de la finca. Descubrirás auténticas maravillas como Finca La Emperatriz, tinto y blanco o el hermano 'pequeño', Jardín de la Emperatriz, junto a embutidos y quesos de la zona. Si esto no es un planazo, no sé qué más puede serlo.


Cuando quieres tú tener el control del tiempo: Mas Generós (Girona)
Mas Generós es un sitio al que no llegas por casualidad. Llegas porque estás cansada de comer siempre lo mismo y muchas veces mal, de dormir regular y de vivir con la sensación de ir tarde a todo. Aquí llegas, te enseñan la casa y el jardín, y ya está. No hace falta mucho más para enamorarte. Y aún así, lo tienen.
Está en Fonteta, en el Baix Empordà, en una masía rodeada de verde. Y es que la casa tiene historia. En este lugar hubo una masía desde el siglo XVII y durante generaciones se fabricaron piezas de cerámica siguiendo la tradición artesana de La Bisbal. Cuando se restauró, se hizo con mucho respeto: se recuperaron piedras, ladrillos y tejas originales, se conservaron las bóvedas de la planta baja -datadas en 1698- y se mantuvo la orientación clásica de las casas de payés, encaradas al sur, protegiéndose de la tramontana.
Funciona más como una casa grande que como un hotel. Tiene piscina -purificada con sales de magnesio-, jardín, huerto, árboles frutales, biblioteca, sala de música, espacio de yoga... No para que lo hagas todo, sino para que elijas qué te apetece ese día. Y si no te apetece ninguna y simplemente quieres tirarte a la bartola, también está bien.
El jardín es muy importante. Es parte del lugar y es el que marca el ritmo de lo que se come. Entre todas las experiencias, hay una que nos apasiona a los hedonistas, la del paseo por el jardín con la chef y la posterior comida. Esta está muy ligada al trabajo de Iolanda Bustos, conocida como la chef de las flores, que aquí ha encontrado un lugar perfecto para desarrollar su manera de entender la cocina. Su propuesta parte del jardín comestible. Porque casi todas las plantas y flores que allí crece, se comen. Una flor que solo dura unas horas se sirve ese mismo día. Mañana ya no estará.
Aquí no hay carta cerrada ni platos que se repitan. Lo que llega a materializarse en la mesa, depende de lo que ha crecido, florecido o madurado ese día. Su cocina es sencilla en apariencia, pero muy pensada: hierbas, flores, fermentos, vinagres, aceites... Y todo lo que hace, está de vicio. De una tempura hecha con crisantemos amarillos, dalias y pétalos de caléndula a unos canelones de plantas silvestres y brotes.

Con el estómago lleno y el contacto en la naturaleza, solo nos queda darnos un paseo por el pueblo y volver a la habitación y descansar, esta vez, de verdad.
Al final, no se trata de huir de la Navidad. Tampoco es eso. Se trata de parar un poco. De dormir bien. De comer rico sin prisa. De no mirar el reloj cada diez minutos. No sé tú, pero yo este año no quiero más cosas. Quiero tiempo. Y en estos sitios, lo encuentras.