Volver a Nozomi es sinónimo de felicidad: de compartir, de sentirse vivo, de dejarse sorprender una vez más por nuevos sabores, matices y formas de estrechar lazos con ese Japón que conquistó —y sigue conquistando— a Nuria y José Miguel.
A través de sus viajes, de sus experiencias y de una visión muy personal de la gastronomía, ambos dan forma con mimo a su menú omakase, que combina clásicos que se sienten como el bis de tu artista favorito con nuevas creaciones que siguen elevando la esencia de Nozomi.
Lograr que cada visita sea un hit tras otro parece un sueño, pero aquí es una realidad.
Sí, ese clásico es el Nigiri de salmón braseado del que Terrés es un gran apasionado—y razón no le falta—.
Entre las muchas sorpresas de la velada, una destacó especialmente entre la selección de nigiris del menú. En el centro de una bandeja rectangular de cerámica, con un delicado fondo verde, reposaban dos piezas de nigiri. En ese minimalismo, cada detalle —desde el corte hasta el color del plato— resaltaba la belleza natural del pescado. Sobre el shari (arroz), una lámina translúcida de pescado blanco con matices rosados y dorados, especialmente en los bordes, se mostraba como enigma.
La incógnita no tardó en resolverse: «Dos nigiris de madai, un pez muy apreciado en Japón que nos alegra poder ofrecer en nuestra casa». Llegado directamente de la lonja de Osaka, bastaba con alzar la vista desde nuestra mesa —con vistas a la cocina y al salón— para sentirnos, por un instante, transportados al Japón más puro y sensorial. Antes de probarlo, nos sumergirnos en las aguas templadas del Pacífico —entre Japón, Corea y China— para conocer un poco más a este pez. Su nombre se asocia con la palabra japonesa medetai, que significa “buena fortuna”; de ahí que el madai sea símbolo de celebración y prosperidad, presente en los momentos más significativos. En el mundo del sushi, se le considera un pescado “noble”, admirado por su sabor limpio, su textura firme y su elegancia visual. Dentro del recorrido omakase, suele servirse al final del grupo de los pescados blancos (shiromi), justo antes de dar paso a los más grasos, como el toro o el salmón.
Y entonces sí: con las manos, como manda la tradición, para sentir mejor su esencia. El primer bocado revela una textura tierna y sedosa, un dulzor sutil y una frescura que se prolonga en el paladar. Es un pescado distinto a todo lo conocido, y en las manos de Nuria Morell parece elevarse aún más en sabor y pureza. Un instante fugaz, pero inolvidable. Quizá, incluso, digno de un bis.