VALÈNCIA. “¿Es Hadas, con acento en la primera sílaba; o Hadas, en la segunda?”. “En la segunda, es genial que lo hayas preguntado”. Casi a punto de abandonar el set de la entrevista (la recepción del hotel Meliá Plaza, ubicado a solo a unos setenta metros de la Filmoteca), la directora, actriz y escritora israelí Hadas Ben Aroya (1988, Israel) puntualiza con una sonrisa la manera correcta de pronunciar su nombre. Es la primera vez que pisa suelo valenciano (de ahí las cuestiones relativas a cómo articular ciertas palabras); algo que ha hecho como parte del jurado de la Sección Oficial de Largometrajes de Cinema Jove, clausurado el pasado viernes.
Sobre el festival, solo tiene buenas palabras. “La selección de películas de muchos países diferentes es maravillosa. También el ambiente: muy parecido al de Israel”, sostiene la directora, que señala que el carácter de la gente y la calidez del tiempo le han recordado enormemente a su país natal. En él, la joven se formó en la Steve Tisch School of Film and Television, aunque confiesa que, en su caso, la vocación tardó un poco más de lo habitual en cruzarse en su camino. “No sabía qué quería hacer, pero me di cuenta de que el cine combinaba todo aquello que me gustaba. Aun así, cuando comencé la carrera era una total ignorante: no sabía de nada. Me di cuenta de lo inagotable que era el cine y supe que quería dedicarme a ello”, confiesa.
Lo hace con una autocrítica y sinceridad aplastante. La misma con la que rodó su ópera prima, Gente que no es yo, que ella misma protagonizó y dirigió (y que le ha valido el apodo de “Lena Dunham de Tel Aviv”). El resultado, “positivo”, aunque tremendamente duro por la variedad de roles y obstáculos a los que se enfrentó, le hizo alzarse con el Gran Premio del Festival de Cine de Mar de Plata (Argentina) en 2016. Apenas tres años antes, su corto Sex Doll, recibía también el Mejor corto en el Festival de Cine de Shanghai. Dos galardones en sendas piezas audiovisuales que vaticina(ba)n que estamos frente a una carrera meteórica que bebe de la frustración generacional, la incomunicación o el erotismo como ejes centrales. Hadas Ben Aroya quiere hablar de los temas que le preocupan y lo hace, además, sin renunciar a ser ella misma. De eso no cabe duda.
-En tu primer largo, Gente que no es yo, hiciste de directora, actriz, guionista y productora. ¿Qué aportó a la película desempeñar cada uno de esos roles?
-Fue muy bueno. La película no es autobiográfica, pero sí contiene muchas de las experiencias que he vivido. Por eso hacer el casting fue muy duro: sentía que no encontraba a la persona adecuada. Cuando actúas: o ganas, o pierdes. En mi caso, al interpretar el papel protagonista, obtuve más control sobre la película (porque sabía exactamente cómo lo quería); pero a la vez también lo perdí, porque ya no podía ver la película desde detrás de la cámara como directora. A veces me hacía volverme un poco loca: como directora necesitaba ver un frame, pero no podía porque estaba actuando.
Antes de tomar la decisión de desempeñar los dos roles (actriz y directora) valoré mucho qué era lo que pesaba más: al final decidí que tenía que actuar, aunque sacrificara ese control. Especialmente, porque la película gira en torno a la actuación, a los diálogos, a las dinámicas entre los personajes… Eso tenía que brillar, y no oscurecerse con la manera de ejecutarlo a nivel fílmico. Aprendí mucho sobre actuar y, sobre todo, me di cuenta de que cada rol necesita dedicación completa: no puedes actuar y estar pensando en dirigir. No puedes ser directora cuando estás haciendo de actriz. Por eso me lo preparaba todo antes: sabía de antemano cómo quería exactamente que fueran las cosas para poder, así, concentrarme plenamente en cada una. Si no, no funciona.
Estoy muy contenta con el resultado, pero la edición fue muy dura. Me veía y lo odiaba todo: incluso me odiaba a mí. Luego me acostumbré a ello. A la fuerza tuve que entender que la que estaba viendo en la pantalla no era realmente yo.
-En la película hablas sobre la imposibilidad de comunicarnos a pesar de todas las herramientas que tenemos a nuestra disposición para ello. ¿Por qué?
-La película muestra a la sociedad que siento más cercana, donde las palabras ya no son una forma fiable de comunicarnos. Podemos hablar, pero muchas veces no decimos la verdad. Tampoco mediante las acciones: puedes estar cerca de alguien, hacer algo y que, aun así, no se refleje bien lo que se quiere transmitir.
En las redes sociales parece que estamos muy cerca los unos de los otros; tenemos muchos amigos; somos sociables y felices… Pero, en realidad, resulta una comunicación muy confusa. Difícil de gestionar. Escondemos nuestras emociones porque no es cool mostrarlas, y las redes sociales nos animan precisamente a ocultarlo. La comunicación de hoy en día es un tema que me llama mucho la atención.
-¿Cómo te relacionas tú con las redes sociales?
-Aunque no las utilizo mucho, sí las miro mucho [ríe]. Estamos en un momento en que Facebook ha dejado de ser tan significativo: ahora todo gira alrededor de Instagram. Es más duro para mí porque Instagram, más que en palabras, se basa en lo visual. Me gustan más los stories porque no necesitas dedicarles mucha atención y, sobre todo, muestran momentos que no son tan perfectos. Es más divertido así.
-En tu cortometraje, Sex Doll, planteas el despertar sexual de una adolescente. ¿Por qué te interesa tratar el tema del sexo?
-La verdad es que no lo sé. Me parece que el sexo es fascinante; de hecho, es algo que trataré en alguno de mis futuros proyectos: no como acto puramente físico, sino para averiguar cómo se reflejan en él las relaciones, las generaciones, las distintas personas… En el caso de Sex Doll, quería plantear cómo una chica joven se relaciona con su sexualidad. Se encuentra atrapada entre la gente de su edad (de alrededor de 15 años), quizá no tan conscientes en este sentido; y un hombre mayor, su profesor, que es demasiado para ella. Ninguno de los caminos con los que se encuentra es el adecuado, y se topa con una encrucijada.
-En general, ¿crees que en las películas está bien representado el sexo?
-La gente es todavía muy conservadora: está muy preocupada sobre cómo abordarlo. Es algo que no entiendo: no logro comprender por qué el sexo es algo que tenemos que ocultar. No es algo malo, sino algo bello que todo el mundo hace; incluso no tiene por qué ser bello si no se quiere así. Siempre se intenta tapar. Yo no quiero ocultarlo: es más, tengo mucha curiosidad sobre el tema (como he dicho antes) y cómo este es un espejo de las relaciones más allá de lo puramente físico.
-Cuando recibiste el Astor de Oro, dijiste: “En Israel, casi todas las películas son políticas, por eso yo quería alejarme y hablar de otras cosas”. ¿Por qué? ¿Qué es lo que quieres mostrar en tus obras?
-No tengo ningún problema con los temas políticos, pero creo que ya hay demasiadas películas sobre ello con su respectiva exposición en festivales y demás. Yo solo quería hacer una película que le gustara a mis amigos, que me gustara a mí. Y hacerla desde otra perspectiva: contar lo que es vivir con nuestra edad, en nuestra generación, en Tel Aviv; o sentirse solo aquí o en otra gran ciudad. En general, creo que Tel Aviv no ha estado bien representada en el cine en los últimos 10 años. Y es curioso porque es la ciudad más importante de Israel, pero nunca se ve la vida normal de la gente. Se habla de los temas militares, pero no de nosotros.
Algo genial para mí fue salir de Israel y ver que la gente de otras partes es igual a la de Tel Aviv. Hay algo que nos conecta. Me han llegado muchos mensajes de gente de todo el mundo que se ha sentido representada con la película a pesar de no haber pisado nunca Israel. Hay temas universales que nos permiten saber que no estamos solos.
-¿Hasta qué punto la sociedad occidental influye también en la cultura que se consume en Israel?
-Influye mucho. Todos estamos muy influenciados por la sociedad occidental salvo, quizá, Asia; o, por lo que yo he visto, Japón.
-¿Y cómo afecta eso a las pequeñas producciones (como la tuya), especialmente en el mercado del cine, donde Estados Unidos y sus valores marcan la pautas?
-Me siento muy afortunada de ser de Israel pero, al mismo tiempo, desafortunada. No tengo el inglés como lengua materna, lo cual hace que mi audiencia se reduzca. Sin embargo, creo que también es más fácil ser reconocida cuando vienes de un país pequeño.
Quizá soy muy ingenua, pero creo firmemente en que cuando haces algo auténtico, honesto, y cuentas la historia que tú quieres (de verdad), entonces ocurre: encuentras manera de llegar a la gente. Por mi experiencia ha funcionado. Yo hice Gente que no es yo totalmente sola. Tenía mucho miedo a que no funcionara, y a depositar todo mi esfuerzo para nada. No tenía contactos ni productores; pero, al final, la película ha encontrado la manera de llegar al corazón de la gente.
-¿En qué momento se encuentra la industria del cine en Israel?
-En un corto periodo de tiempo se ha hecho más grande y mejor. Todavía sufre por la falta de dinero, pero cada vez se hacen más variedad de películas y hay más mujeres haciéndolas. El cine israelí es reconocido en muchos festivales y está consiguiendo mucha distribución. Todos los años está en Cannes, en la Berlinale… Y ganando premios. El último Oso de Oro de la Berlinale fue, de hecho, para un israelí. También nuestra industria de la televisión ha crecido recientemente. Estamos en todas partes. Somos los mejores [ríe].