VALÈNCIA. Si el sonido de una máquina de escribir es ya de por sí llamativo en un mundo dominado por los ordenadores, más lo es al entrar en el estudio del artista Ignacio Uriarte (Krefeld, 1972). Podría ser uno de los últimos románticos enfadados con las nuevas tecnologías, pero no, está pintando un cuadro. Bueno, en realidad lo está escribiendo. Y es que este alemán, nacido de padres españoles, se expresa con lo que ha bautizado como ‘arte de oficina’: una apuesta minimalista cuya inspiración nace del aburrimiento de un empleado-engranaje de una gran empresa, condenado a pasar horas en un cubículo rodeado por mamparas móviles. Un clip, una carta doblada o unos apuntes hechos a desgana durante una insípida conversación telefónica se convierten en el motor de su forma de entender el arte. Donde otros utilizan pintura y pincel, él recurre a la máquina de escribir vieja y a las míticas cintas de tela de dos colores, de ahí el sonido ambiente que su compañera de taller, la artista valenciana Concheta Vivó, supera escuchando Spotify con sus cascos.
Aunque su currículo es impresionante —«creo que estoy en todas las colecciones en las que puedo estar; ahora a ver qué hago», bromea—, en València apenas se había dejado ver. Lleva afincado en la ciudad del Turia desde hace tres años, de donde es su mujer Miriam (con la que tiene sus dos hijas). La idea es echar raíces aquí, en una casa que están reformando (ella es arquitecto) y que, como toda reforma que se precie, avanza al ritmo más lento posible. Minimalista como es, su carta de presentación ha sido la muestra Correspondencias, inaugurada dentro del marco del festival Abierto València que se celebró el pasado mes de octubre, y que podrá visitarse hasta el 23 de enero. El lugar fue la galería Gabinete de Dibujos, cuyo responsable, Luis Urdampilleta, no ocultaba su satisfacción por haberse convertido en su cicerone.
De ese continuo tac-tac-tac ha conseguido también sacar inspiración. En su taller, hay un pequeño set de sintetizadores donde mezcla ese sonido, tan rotundo como característico, con elementos de música electrónica, y lo devuelve en forma de instalación sonora. Es el ritmo que escuchan de fondo los visitantes de Correspondencias, y que funciona como experiencia inmersiva que ayuda a entrar en su particular universo.