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Imaginando a David Bowie 'Lejos de todo' en la primera novela de Rafa Cervera

El periodista y escritor valenciano se estrena como novelista construyendo un recuerdo que no fue, pero que página a página hace más creíble el affaire del hombre de las estrellas con la ciudad de Valencia

13/11/2017 - 

VALÈNCIA. Es muy probable que la interpretación que hizo el astronauta Chris Hadfield de la canción Space Oddity desde la Estación Espacial Internacional (ISS) justo antes de completar su misión como comandante y regresar a la Tierra, sea la versión más espectacular y conmovedora de la que se tenga noticia: ni el mismísimo David Bowie en sus sueños más espaciales como extraterrestre Ziggy Stardust habría podido soñar con un homenaje ingrávido de ese calibre. Cuesta no derramar alguna lágrima ante los primeros planos de Hadfield cantando aquello de “ground control to Major Tom” con nuestro planeta azul de fondo visto a través de las ventanas de la cúpula de la estación. La guitarra girando sobre su eje, el intérprete desplazándose sin esfuerzo a través de los módulos, recogiendo las piernas para quedar sentado flotando en medio de la estancia; y mientras, las advertencias al Major Tom, que inicia su viaje hacia las profundidades del cosmos a bordo de su pequeña nave tras despedirse de sus seres queridos, atraído irremediablemente por un wendigo del espacio, por la llamada de la selva oscura e infinita del universo. Bowie llegó en vida muy alto y muy lejos, pero nunca tan alto y tan lejos como le permitió llegar este comandante de la NASA con su guitarra y su voz.


Bien es cierto que cerca y lejos son conceptos relativos: dependen de qué tomemos como referencia, de la escala que manejemos. La ISS orbita sobre nuestras cabezas a solo cuatrocientos kilómetros de distancia, mucho más cerca de lo que se suele creer. Más de mil kilómetros separan Londres o Berlín de Valencia, por ejemplo, y en el año mil novecientos setenta y seis, la distancia entre estas ciudades y la capital del Turia podía ser mucho mayor si atendíamos a criterios culturales y no únicamente geográficos. Por eso ni miente ni exagera el periodista Rafa Cervera (Valencia, 1963) al titular su primera novela, publicada por el sello Jekyll & Jill que tan buen trabajo está haciendo con los autores valencianos desde Zaragoza: Lejos de todo habría estado Bowie por estas tierras a finales de los setenta, acostumbrado como estaba a los ambientes que casi lo llevaron a la autodestrucción total tras la notoriedad alcanzada con sus álbumes The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), Aladdin Sane (1973) y Diamond Dogs (1974). Lejos de todo se podría haber sentido también un adolescente viviendo de forma permanente en El Saler en mil novecientos setenta y siete, mientras todo pasaba en la línea de luces que la capital constituía en el horizonte, más allá de los pinos y la arena.

Precisamente estas dos líneas temporales son las que Cervera ha querido tejer en esta historia, su primera novela tras décadas de trabajo periodístico de primer nivel en publicaciones como Fotogramas, Vogue y Rolling Stone -o en esta misma casa-: una nos acerca a un Bowie que pudo ser, un artista intoxicado y atrapado en su propio delirio sobreviviendo -aunque cada vez menos- a base de cocaína, pimientos y leche; una estrella consumiéndose a ritmo de meteoro que en un arrebato de lucidez decide exiliarse en una tierra extraña para poder recuperarse. La otra línea nos sitúa un año después en la piel de un muchacho fascinado por Bowie y por una recién descubierta vecina estacional. ¿Qué habrían sentido Bowie e Iggy Pop, quien también nos visita en la ficción de Cervera, de haber conocido las playas de la carretera de El Saler -protagonista también de un libro reciente de otro periodista valenciano-? ¿Qué les habrían inspirado las calles antiguas de una Ciutat vella todavía sin modernizar, qué bares habrían frecuentado, qué ilustres de la ciudad les habrían acogido en sus casas señoriales?

El ejercicio de imaginación de Cervera en esta ópera prima resulta por motivos evidentes especialmente emotivo para quienes hayan nacido en esta ciudad rodeada de huerta que siempre tiene un ojo puesto en el mar: gusta trascender el oligopolio de las grandes capitales europeas o mundiales, escenario recurrente hasta el tedio de tantas y tantas novelas. Por otra parte, el uso de El Saler como escenario para descubrimientos juveniles y revelaciones es un gran acierto de Cervera: así como con la película La isla mínima comprobamos que las marismas del Gaudalquivir pueden ser tan inquietantes y misteriosas como la planicie costera de Luisiana en que se desarrolla la primera temporada de True Detective, en Lejos de todo, la dehesa de esta pedanía entre el mar Mediterráneo y la Albufera se presenta como un paraje semisalvaje, con sus escasas urbanizaciones como islas de cemento olvidadas y semiocultas entre la espesura sirviendo de guarida y refugio para las pasiones adolescentes, retratadas con maestría nabokoviana por Cervera en un episodio en el que se recrea en vivo la obra Las hijas del Cid de Pinazo tomavistas en mano.

“Afuera, la oscuridad era un secreto que impregnaba el vacío. El aire arrastraba consigo olores que hacían que por unos segundos me olvidara de mí mismo. Los caminos estaban flanqueados por tapices de pinocha seca. Apenas los cruzaría alguien hasta la llegada del buen tiempo. El Saler estaba hecho de soledad. Eso, más que apenarme, me complacía”, asegura el joven admirador de Bowie, auténtico protagonista de la novela. Si Valencia es bullicio, colmados, plazas y arquitectura solemne de épocas pasadas a ojos del Bowie de Cervera, para su fiel seguidor El Saler es extrañeza, silencio, caminos vacíos, rumor cercano de un mar otoñal sin bañistas; un paisaje con un halo sobrenatural al que el protagonista de la novela vuelve y volverá como se nos confiesa, porque en cierta manera él pertenece a todo aquello “lo mismo que esas pobres palmeras solitarias, la hiedra que trepa adueñándose de los pinos o el eterno reflejo del cielo sobre el agua”. Bowie, desde el póster que decora su habitación de adolescente, es una mano tendida para una fuga al espacio exterior más allá de esas dunas y árboles que más que enjaularle, en realidad, le sirven de parapeto. Quizás por eso, en el fondo, la fuga no sea más que otra de esas promesas necesarias para hacer de contrapeso a la inercia, un propósito difuso que uno ni puede ni quiere cumplir.

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