VALÈNCIA. Durante lo que en tiempos relativos del universo sería casi la nada, o una auténtica eternidad, vivió en la Tierra un ser en apariencia humano, pero configurado en su esencia de tal manera que era capaz de ver más allá de su horizonte, de proyectar su mirada-luz hasta las coordenadas cósmicas donde rugen monstruosos motores estelares que alimentan con energía radiante una inteligencia colosal liberada del corsé de lo físico, o hasta el enésimo error de interpretación catastrófico del Homo sapiens, en su casa solar o en lejanos planetas habitados por fenómenos que no encajan en las categorías en las que querríamos que encajasen para que todo fuese comprensible, incluida la vida. Pero es que el ser en apariencia humano era humilde como solo un genio hiperlúcido puede ser, e hizo de su asombro, de su áspero realismo, de su profundo conocimiento de las personas, y de la convicción de que certezas, pocas, una obra monumental que a día de hoy leemos como si hubiese llegado hasta nosotros en una cápsula desde el futuro. Y eso que este ser en apariencia humano nació en lo que fue Polonia y ahora es Ucrania en mil novecientos veintiuno, maduró en la grandísima muerte, y murió décadas después en el dos mil seis del nuevo milenio. Es decir: se cumplen cien años desde que un ser en apariencia humano vino al mundo a escribir su pensamiento para que pudiésemos seguir disfrutando y aprendiendo de él incluso cuando de él se escapase el último aliento, y su materia se reintegrase pacífica, química y físicamente con el todo, sea eso lo que sea, y suponga lo que suponga.
Su nombre fue Stanisław Lem, y le conocemos por sus historias, que se han convertido en libros traducidos a decenas de idiomas y vendidos por millones, y también en películas de culto que han influido en generaciones y generaciones. Solaris es solo un ejemplo. Ciberíada, otro. Uno encuentra el hálito inquietante de La investigación en muchísimos misterios literarios o cinematográficos, y se esfuerza por dar con algo que se asemeje, al menos, un poco, al brillo cegador de Vacío perfecto. Como Golem XIV no hay nada. Bajo la lupa de Lem somos terriblemente previsibles en La Voz del Amo, en Fiasco o en Astronautas, animales torpes e incapaces de asimilar la inabarcable creatividad del universo. En El Invencible, novela con la que Impedimenta, casa española del genio polaco, inaugura el #CentenarioLem —y que han traducido Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewicz—, viajamos hasta el lejano planeta Regis III a bordo de la nave que da título al libro: vamos en busca de El Cóndor, nave hermana que ha desaparecido allí en extrañas circunstancias pese a contar con una tripulación experta, y con todo tipo de tecnologías para la supervivencia en entornos hostiles, además de por supuesto, para la destrucción de amenazas, como cañones de antimateria prestos a desintegrar una cordillera en un instante devastador en caso de ser necesario. Mejor no decir más de esta novela intensa e inteligentísima, en la que vuelan bajo nuestros ojos unas páginas con más acción de la habitual en las historias de Lem, pero que comparte naturaleza mental con su gran obra Solaris. Hemos querido, eso sí, hablar con Enrique Redel, editor de Impedimenta, para que nos cuente, en este centenario del nacimiento del autor, en qué cree que radica la genialidad de Lem como escritor, y qué supone tenerle en el catálogo, además, en la abundancia en que su editorial lo tiene.
¿Cuántos años falta para llegar a ese tiempo en que Lem no será un escritor adelantado a su tiempo? Hoy día sus ideas siguen siendo tremendamente avanzadas.
Enrique Redel: Lem fue, antes que nada, un autor que, bajo el paraguas de escritor de ficción, y específicamente de “ciencia ficción”, puso sobre la mesa toda una serie de argumentos científicos muy adelantados a su tiempo: la inteligencia artificial, los límites de la tecnología, la dificultad para comunicarnos con entes extraterrestres e incluso si convenía o no que entablásemos esa comunicación. No soy científico, solo un ferviente lector de Lem, pero en cierto modo en lo que se refiere a la inteligencia artificial, muchas de las teorías que él desgranó se acercan a las últimas investigaciones sobre el tema (como la posibilidad de una inteligencia de crearse a sí misma, o de que tengan albedrío). También en lo que se refiere a la ética científica, y sus contradicciones. Pero muchas de los argumentos que él planteó (como los viajes espaciales fuera de nuestra galaxia, la existencia de planetas inteligentes o las sociedades robóticas organizadas en colmenas) siguen siendo inalcanzables para nosotros.
¿Cómo es editar a Lem? ¿Qué peso tiene en la colección de Impedimenta?
Lem es un autor clave de nuestro catálogo. De hecho, es nuestro autor más publicado (con doce títulos en el catálogo, una genuina Biblioteca Lem, pues). Editar a Lem siempre es un reto estimulante: se trata de un escritor que maneja ideas poderosísimas, muy complejas desde el punto de vista teórico, muy visionarias, y a la vez es un autor tremendamente ameno, casi compulsivo de leer. Cada libro suyo es una celebración, y también es muy celebrado por nuestros lectores, que lo demandan. Es sorprendente comprobar cómo libros escritos en los años cincuenta, sesenta y setenta siguen sonando tan actuales. Ningún libro suyo ha dado pérdidas, y los títulos de Lem siempre se encuentran entre los más vendidos de cada año. Algo que refuerza la idea de la pervivencia de su literatura.
No cabe duda de que Impedimenta aún debe guardar sorpresas para conmemorar el centenario del nacimiento de su autor más publicado. Quedan meses por delante hasta que el tiempo avance un último tic tac anual en nuestros relojes, no así en la dimensión en que mora el escritor, a mucha distancia de aquí, en un lugar en el que casi todo es posible, salvo quizás llegar a saberlo.