Volver a los bares. A que un o una camarera que se mueve entre las mesas como una anguila, pero en antropomorfo, te sirva y te haga sentir bien.
Estábamos ya cansadas de recibir en casa con outfit de mamarracha a repartidores con condiciones laborales irregulares, que entregan cajas que contienen cajas con cajas de bolsas al vacío con salsas, peta-zetas, especias, guarniciones, fuegos artificiales y purpurina. Queremos producto, preparado al punto, sobre un plato austero.
Necesitábamos la terraza y el interior del JM Bar, en Monteolivete. Esta es la casa de Vicente y Antonia. Como explicó Almudena Ortuño en este artículo, el nombre del establecimiento proviene de las iniciales de sus dos hijos (Jordi y Miquel). El restaurante se acerca a los 30 años de edad y lo mismo te ofrece un menú de barrio a mediodía —macarrones, paella, platos de legumbres, arroz al horno— que su vitrina de mariscos con cigalas, erizos, gambas, vieiras y hasta una cigarra de mar.
El JM no tiene un food stylist para las fotos en redes sociales. No tiene suelos de madera clara. Tampoco vajilla hecha a mano. Tiene trabajadores que para almorzar, llenan el buche con un bocadillo de carne de caballo y ajos tiernos. Los días de asueto vuelan las bandejas de pescadito frito, lo cortes de mero y las fuentes con ostras. ¿Los precios? Consecuentes con el barrio obrero donde se halla.
¿Qué pido? Bandeja de pescadito frito.
Precio: 25€