Joan Castejón es una de esas figuras imprescindibles que cristalizan en un tiempo y un país concretos, aunque su vínculo último sea con el ser humano y los elementos primordiales de su devenir íntimo.
VALÈNCIA.- Nacido en Elx enla primera década de la posguerra, un momento de esperanza en Europa, el 1945 en que el nazismo y su eje de potencias son derrotados al otro lado de los Pirineos. Pero pasarán los años, y los cambios a este lado de la cordillera se hacen esperar, el tono gris ahoga la conciencia y con dieciocho años, el muchacho inquieto y trabajador, interesado por las más básicas expresiones de la plástica, abandona la ciudad que se está industrializando a base de horma y suela, y se marcha a una València todavía marcada por un aire decimonónico, pero que mantiene parte del espíritu de vanguardia que la había invadido en los primeros decenios del siglo.
Lo máximo que le permite su formación es asistir como alumno libre a la escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde es acogido y puede desarrollar parte de su potencial. En breve viajará a París, pintará en el sur de Francia e inaugurará su primera exposición individual en la legendaria sala fundada por José Mateu, en Pintor Sorolla, 15. El dibujo, la «obsesiva tentación del espíritu» de Valery, como expresión máxima. La cera y la mano, los dedos como instrumento y herramienta. El vitalismo humanista y existencial que se refleja en una temática antropomórfica y la anatomía perfecta del cuerpo desnudo.
En plena explosión creativa vino el truncamiento, en forma de prisión. Entre 1967 y 1971 pasa por varias cárceles franquistas, València, Teruel, Canarias, como resultado de su compromiso político y el enfrentamiento con la policía, en plena represión de una manifestación. Ese anthropos que empieza a tender hacia el surrealismo, se refleja ahora en la mirada de los presos, más de cuatrocientos retratos que reflejan los estados de la desesperación y la esperanza.
Mientras tanto, había tenido tiempo de retomar su lazo con el origen. Junto a Albert Agulló, Antoni Coll y Sixto Marco había fundado el Grup d’Elx, el que sería uno de los colectivos artísticos más importantes de la vanguardia artística valenciana de posguerra. Y había comenzado a colaborar con el grupo de teatro independiente La Carátula. Siendo miembro de él llegó a la prisión de Las Palmas en 1970. En 1971 se casó con Paca y nació su hija Arminda; ambas se incorporan al catálogo de retratos del autor, con una luz especial sobre las sombras. En 1974 se instala en Dénia.
Hablamos con él, desde su santuario en el gran Montgó.
-Vamos a empezar casi por el final. Después de Castejón íntimo la exposición en la Sala del MACE de Elx, entre octubre de 2016 y enero de 2017, llega esta antológica en València, de la mano del Consorci de Museus y la Fundació Xirivella Soriano. Reconocimiento de dos lugares íntimos. ¿Siente que está en un punto de llegada?
-Dejemos a la parca, si existe, que ponga esos límites. Siento la vida como un camino, un viaje, que si no le imponemos metas descabelladas y dejamos en el misterio por lo menos parte de lo que acontece, puede ser maravillosa.
-¿Y cuál fue el punto de partida? ¿Cómo un muchacho de 18 años se va de Elx a València, a principios de los años 60, para asistir como alumno libre de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos?
-La posguerra, la escasez y el miedo, La Animeta, El Carrús, las fábricas de zapatos y las clases nocturnas para aprender a leer y hacer cuentas y una irremediable vocación que me convirtió en pintor dominguero a partir de los once años.
-¿Con qué bagaje llega a València?
-Aparte de quererme y confiar en mí, lo único que pudieron hacer mis padres fue prescindir del sueldo que ganaba como zapatero. València se me abrió como una ventana mágica y luminosa, fue como salir de la Edad Media al Renacimiento. Pintar, dibujar, hacer escultura… Y pronto comenzaron las exposiciones colectivas y personales, los viajes a los grandes museos. No pude hacer el ingreso en Bellas Artes, pues no tenía el Bachiller y opté por asistir como alumno libre a la Escuela y esto me vinculó generacionalmente con gente muy interesante que conservo en mi experiencia y en mi corazón hasta hoy.
«para mí el oficio de pintor y sobre todo el dibujo tienen la equivalencia de un idioma»
-Hay pintores en los que la técnica se encuentra totalmente sometida a una idea, a una mirada. En su caso, la técnica, tanto la cera sobre papel, como el óleo, forma un todo con su idea de la pintura. ¿Se trata de un vitalismo consciente?
-Para mí el oficio de pintor y sobre todo el dibujo tiene la equivalencia de un idioma. La necesidad de comunicarme ha ido afinando la técnica hasta que no hay lejanía entre lo que quiero decir y el resultado. Dejo también abiertos otros espacios donde la intención consciente no hace pie. Estos territorios del alma, o como les queramos llamar, cada vez ocupan mayor protagonismo en mi experiencia como autor y forman parte de mi equipaje más íntimo.
-Y la importancia del compromiso. En su caso, ¿compromiso humanista o directamente político?
-Con una rápida mirada al mundo se puede ver el abismo entre la opulencia y el hambre, la recurrencia a la guerra para solucionar problemas, la intolerancia a todos los niveles y la estupidez de los dirigentes. Esto hace que uno esté en guardia y tome parte a favor de los perdedores. Lo puedo decir dibujando o también manifestándome en la calle con una pancarta. Empatía es el compromiso, es ponerte en los zapatos del otro.
-Hay un breve relato de Juan Benet, Fábula segunda, que acaba así: «si queremos preservar nuestros más íntimos pensamientos, e intenciones, hemos de seguir disfrazados para siempre, lo cual, si cada uno ha elegido con tino su disfraz, no cambiará nada las cosas». ¿Qué importancia tienen las máscaras, la simulación, en su obra?
-La verdad es que tiene razón Benet. Yo también siento esto como un gran teatro que parece controlar la mente que se cree separada del resto y asume papeles, se repliega en sí misma y se defiende de lo que no le cuadra. Las máscaras vendrían a constatarlo pero no aportan tampoco ninguna 'solución', forman parte del simulacro. Y es que con los argumentos que utilizamos para definir lo que es real tan solo llegamos a percibir lo que sería una fotocopia. Habría que tomar distancia y poder observarnos desde el patio de butacas como espectadores de nuestras maravillosas miserias, pero ahí entraríamos en territorios metafísicos y eso nos asusta. No sé. Sigamos caminando a ver.
-Lo que es indudable es la importancia del amor en ella.
-El amor es el hilo conductor con lo invisible; es difícil definirlo, incluso desde el patio de butacas. Como autor te puedo decir que es más importante que el lienzo, el aguarrás, la cera o la arcilla. Sin una pequeña dosis no saldría nada que me gustara mostrarte.
-Y la literatura: García Márquez, Ausiàs March, Miguel Hernández, Antonio Machado, Cervantes, Galdós. ¿Hasta dónde llega esa relación con la palabra?
-A veces bebo de ahí. Imagina una especie de almacén universal donde el arte se encuentra con todas sus variables como una fuente de conocimiento y experiencia y donde la lógica no tiene por qué controlar. Esto también puede ocurrir frente a una puesta de sol... cuando un texto toca estos resortes tan íntimos me pone a dibujar para dar forma a las emociones.
-¿Algún autor contemporáneo le provoca la misma necesidad de homenaje?
-Si aceptamos la atemporalidad en todo esto, ahí siguen dialogando desde Tales de Mileto hasta mi amigo Caballero Bonald. Estoy dispuesto a encuentros nuevos.
-El escritor, crítico de arte y teórico John Berger dejó dicho que «el dibujo dice cosas que las palabras no pueden y las palabras dicen cosas que el dibujo no puede».
-Interesante. Hay definiciones muy hermosas sobre el dibujo. También dijo Luis Berges: «Basta un lápiz para expresar todo lo que existe en la Naturaleza, incluidas la pasiones humanas». Un dibujo se puede diluir debajo de capas de pintura pero seguirá siendo su andamiaje secreto. También puede, por sí mismo, funcionar como obra y mantener la frescura que dialogará con el que lo contempla, permitiendo ese acercamiento casi de coautor.
-¿Qué significó para Joan Castejón identificarse con un colectivo, con ese gestacional Grup d’Elx, junto a Agulló, Coll y Marco?
Un ejercicio de libertad. Contra todos los vientos y mareas de la época, sin duda una magnífica experiencia personal en aquellos tiempos de cárceles y reivindicaciones en los que hay que recordar también a Ernesto Contreras como teórico del Grup. Aunque todo esto ya suena a memoria histórica.
-¿Cree que el árbol que plantaron juntos ha germinado lo suficiente? ¿Fueron su tronco, pero han brotado suficientes ramas?
-Estoy seguro de que hay buenos autores y mucha vocación plástica. A pesar de que soy el más argonauta del Grup, pude notarlo cuando mi última exposición en Elx.
-15 de abril de 2015. The Museum of Modern Art (MoMA), Nueva York. La realidad de lo imaginario. ¿Cómo ha quedado este día en la memoria de Joan Castejón?
-Así fue. Otra etapa en el camino y mi agradecimiento a la experiencia. Y Nueva York, una fiesta multiversa.
-¿Qué le interesa del arte contemporáneo?
-Yo, como mirador de arte soy bastante abierto. Pero me interesa más la libertad que ha ido ganando el arte en todas sus variables que el resultado de la mayoría de las obras que nacen de esa libertad. Sobre todo cuando las acapara el mercado y las convierte en objetos carísimos y exclusivos de las élites financieras. ¡Aquí sí que tenemos que atarnos bien el cinturón a la butaca para ver el espectáculo! Pues uno empieza a dudar de que el arte pueda cumplir con su verdadero destino: colaborar con la mejora del ser humano.
-Elx, València, Dénia… ¿por delante de París, Nueva York, Zurich?
-Me siento cómodo en Dénia, el pueblo que me adoptó hace unos años. Elx está muy cerca y València a tiro de piedra. Estos lugares más grandes y sofisticados siempre están ahí por si nos necesitamos, pero cuando me alejo, el Montgó me invita a volver pronto.
-Imagino que nunca se puede dejar de dibujar, pero ¿está cerrada la obra de Castejón?
-Dibujar, pintar, modelar… O todavía me dura la vocación primera o soy muy cabezota pero no sé hacer otra cosa mejor. Cuando me tiemble el pulso, igual me hago pintor abstracto.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 3 de la edición alicantina de la revista Plaza