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Juan, Joan, catedrático de geografía de la Universitat de València, se acaba de jubilar. No es frecuente que un profesor llene titulares por su faceta académica ni que despierte de manera unánime los buenos recuerdos de gran parte del alumnado que creció personal e intelectualmente en sus clases.
Escribo estas letras desde la cercanía y la emoción. También las escribo desde la consciencia de haber sido afortunado al compartir discusiones y proyectos, y de haber aprendido y seguir aprendiendo, con maestros cómo Joan, y como Pep (Sorribes) o Pau (Rausell) a los que también me ha acabado uniendo la amistad.
Joan, respetuoso mentor y acompañante del desarrollo académico de muchos, humanista generalista a la vez que disciplinariamente preciso, radical en la profundidad de las ideas y cálidamente moderado en las formas, político de paso pero siempre servidor público de la educación, solo se jubila de las aulas sin dejar de lado su implicación en la discusión pública y política del País Valenciano. El país del profesor nacido en Albacete.
La jubilación de un referente como él es una ocasión para reflexionar sobre lo aprendido. Creo que el trabajo de Joan Romero nos señala una serie de posibilidades, de premisas, para el presente y el futuro de los dos ámbitos en los que estuvo principalmente implicado: la universidad y la política. La universidad, hoy convertida en una colección de silos disciplinarios. Y la política, un mar revuelto de muy poca profundidad.
Debatimos sobre cuál es la función de la universidad en un mundo como el de hoy en día, y es particularmente relevante preguntarse por el rol de la Universidad de València, que alza muros a su alrededor sin saber muy bien de que se protege, en una ciudad como la nuestra. Creo que el trabajo de Joan Romero pone sobre la mesa varias posibles respuestas.
Y la política, de debate acelerado y superficial, también debería incorporar algunas de las cosas que nos ha enseñado el profesor Romero.
Gracias por tanto, Joan.