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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

John Cale, Hemingway y la Geperudeta

La excusa de la entrevistar es el momento en el que el admirador hay en el periodista quiere darle las gracias al artista y cerrar un círculo que se abrió en algún momento. Con John Cale no pudo ser

4/10/2015 - 

VALENCIA. -¿Has tenido un buen vuelo, John?

-No.

No hay nada más efectivo para dejar de tener ídolos que conocerlos en persona. En cualquier caso, yo no estoy hecho para profesar idolatrías y la palabra fan siempre me ha dado un poco de repelús. Prefiero decir que soy admirador de alguien, aunque suene contenido y remilgado; lo de ser fanático, incluso de algo que me gusta mucho, no va conmigo, qué le voy a hacer. Mi pasión por ciertas músicas y por quienes las hacen es enorme  -gracias a eso convertí mi afición en mi profesión- pero racional. Los dogmas solo encajan bien conmigo si sirven para comprender mejor a otros humanos que están tan extraviados y confundidos como yo.

Cuento todo esto porque hay una serie de artistas que admiro y con los que me siento en deuda, nombres a los que llegué a perseguir amparado por mi condición de periodista. Por ejemplo, John Cale, exmiembro de Velvet Underground y uno de los músicos más geniales asociados al rock & roll, un tipo que puede hacer música experimental, pop, minimalismo, clásica, lo que quiera. Cuando eres joven lo último que necesitas entender es que, cuando un ser humano está dotado para hacer cosas especiales y además está envuelto en un halo legendario que acaba pesando más que la persona, el trato con él tiene unos límites.

Reporteros sin fronteras

John Cale actuó por primera vez en Valencia en abril de 1992. En esos días, cada vez que alguno de mis héroes pisaba la ciudad, yo solicitaba una entrevista con ellos, porque en realidad empecé a escribir para hablar de la gente que me gustaba y poder conocerlos algún día. Cale daba un recital en solitario con guitarra y piano en el Garage del Arena Auditorium. Como en otras ocasiones, Napo Beltrán y Emilio Ruiz, responsables de la sala y de sus producciones, me facilitaron el acceso al artista visitante. En este caso, permitiendo que acompañara al equipo de producción para poder estar pegado al músico durante su estancia valenciana.

A Cale lo había visto de cerca en dos ocasiones anteriores. En ambas pasé nervios y no precisamente por la emoción. La primera fue durante su actuación en La edad de oro de Paloma Chamorro, en marzo de 1985. El galés vivía su momento álgido como cocainómano y estaba intratable. La segunda fue en la Foundation Cartier, cuando tocó con Lou Reed en junio de 1990 y Velvet Underground se reunieron de improviso. En esa época ya estaba limpio, pero la mirada que me echó cuando me acerqué a hacerle unas preguntas fue fulminante. Cuando apareció en el aeropuerto de Manises no parecía mucho más amable que entonces. El avión aterrizó con bastante retraso y el servicio de limpieza del aeropuerto llevaba días en huelga.

El astro autista

Durante casi todo el tiempo que lo vi parecía sumido en una especie de ensimismamiento, el de alguien que prácticamente lo ha hecho y lo ha visto todo, que sabe lo que le espera en cada ciudad y se aburre mortalmente cuando la gente se acerca a decirle lo de siempre. Cale es un tipo tremendamente culto, algo anormal entre las estrellas del rock de entonces, la política y la economía son dos de sus grandes intereses. Ese día su objetivo era que le buscaran un gimnasio y le buscamos uno por Benimaclet, cerca de la sala, para que le echara un vistazo después de la siesta. Se lo echó y, a pesar de la buena disposición del encargado, decidió no quedarse aduciendo que había demasiada gente.

Para compensar, se quitó la camisa que llevaba y se puso la camiseta del establecimiento que le habían regalado. Preguntó si sabíamos dónde conseguir el Herald Tribune y el Finacial Times y lo llevamos al Quiosco Moderno de la Plaza del Ayuntamiento. Durante el trayecto y a medida que nos acercábamos al centro, su actitud se fue suavizando. Preguntó por la Semana Santa y si los nazarenos tenían algún tipo de conexión con la Inquisición o el Ku Klux Klan. “¿La gente se acuerda todavía de Franco?” Como para olvidarlo tan fácilmente. De repente, allí estaba John Cale, con sus periódicos bajo el brazo, escrutando postales de falleros sujetando paellas y puestas de sol en L'Albufera.

De la Factory a La Pepica

Quiso cenar paella y lo llevamos a él y a su equipo a La Pepica. Nada más entrar se quedó maravillado con el mural fotográfico que acredita el paso de Hemingway por el establecimiento. Afirmó que allí se sentía como fuera del tiempo y a continuación, se puso morado de calamares, sepia y esgarraet.

Más distendido, quiso saber cómo era la vida en valencia. No me acuerdo que le dije pero puedo imaginármelo porque un año más tarde me fui a vivir a Madrid. Le expliqué en qué consistía la ruta del bakalao y no daba crédito. “Pero, ¿en esas condiciones se puede follar? El sexo es muy importante”. Ya, pero el valenciano es muy suyo a la hora de priorizar, le contesté. Cuando supo que en la ciudad había estado a punto de celebrarse una especie de cumbre de ultraderechistas europeos, preguntó si los de aquí se parecían a los de otras ciudades.

Después comenzó a hablar de uno de sus temas favoritos: la Cienciología y su influencia en la política mexicana. Poco a poco se fue soltando y al final, sin darse cuenta, hasta contestó a algunas preguntas sobre Warhol, Eno, Velvet Underground y Lou Reed, con el cual seguía teniendo desencuentros y seguiría teniéndolos en los años siguientes. Así estuvo hasta que se dio cuenta de que quizá estaba siendo demasiado majo y se calló para ponerse a rellenar el crucigrama del Herald Tribune.

Adiós muy buenas

Cuando se despidió esa noche antes de entrar en el hotel, parecía liberado no se sabe muy bien de qué. Al día siguiente volvimos a acompañarle pero optó por ignorarnos. Su roadmanager me comunicó que la entrevista que había solicitado no iba a tener lugar. John no tenía ganas. Seguramente, a esas alturas, yo tampoco las tenía ya, aunque también es muy probable que una vez repuesto del hartazgo que producía su indiferencia, hubiese vuelto a intentarlo.

Hay ocasiones en la que  una parte de mi trabajo consiste en perseguir al artista admirado. La excusa es hacerle una entrevista, pero hay un momento, generalmente al terminar la charla -el admirador no puede estar antes que el periodista-, en que lo único que quieres es decirle gracias y cerrar un círculo que se abrió en algún momento de tu adolescencia o de tu juventud. Con John Cale no pudo ser, pero todavía lo recuerdo observando postales de la Geperudeta.


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