De publicar relatos cortos a vender en cuarenta países. Jordi Llobregat, que con doce años soñó con ser escritor al ver a Jean Paul Belmondo en Cómo destruir al más famoso agente secreto del mundo, regresa a las librerías con No hay luz bajo la nieve. Cuidado, que engancha
VALÈNCIA.-Pasó de publicar relatos cortos en antologías a ver cómo cuatro de las principales editoriales españolas pujaban por los derechos de su primera novela, El secreto de Vesalio (2015). Al final fue Destino la que se llevó el gato al agua. Diecinueve traducciones después y ventas en cuarenta países, Jordi Llobregat (València, 1971) vuelve a matar en el mismo sello con No hay luz bajo la nieve, con la presión de no defraudar. El también cofundador de VLC Negra habla de su nueva novela mientras una parte de su cabeza ya está buscando la trama para la tercera.
— Con El secreto de Vesalio la petada fue bastante monumental. Aunque un autor novel confíe en que vaya bien y tenga confianza en sí mismo, no te puedes esperar diecinueve traducciones y cuarenta países.
— No, nunca te lo esperas. Ni yo ni nadie. Luego me he entretenido en revisar tontamente a otros autores que sigo y ves que tienen veinte traducciones y una carrera espectacular a sus espaldas. Entonces de repente dices «¿qué ha pasado?». Y te das cuenta de que toca tomarse las cosas con calma.
—¿Cómo fue la cosa, lo típico de «yo escribo un libro y si sale…»?
— No exactamente. Lo tenía ya escrito y un día en mi casa, borracho con Santi [Santiago Álvarez, también cofundador de VLC Negra y padre del detective Mejías], escribimos en la pared «publicar es justicia», porque era a lo único que aspirábamos. Santi también tenía terminado La Ciudad de la Memoria y creíamos que nuestra obra lo merecía. Otra cosa es que luego pasa lo que no te esperas, como que cuatro editoriales potentes pujen por tu obra, que al final Destino te haga una oferta increíble, y que luego vaya bien en el mercado internacional.
— ¿Te imaginabas todo esto cuando ibas al Cuaderno Rojo?
— No, que va. Aquello era un grupo informal de amigos que íbamos a tomar cervezas y a hablar de libros. Luego, empezamos a pasarnos textos y combatir entre todos la soledad del escritor. La verdad es que de ahí han salido muchos autores valencianos, como es el caso de Sebastián Roa, Raúl Borrás, Marina Lomar, Bernardo Carrión y Santiago Álvarez.
— O sea, que la VLC Negra también nació allí.
— Allí proponíamos ideas, unas salían y otras no. Esta sí. Primero se sumó Santi, luego Bernardo, Marina López y Joana Chilet y así estamos, preparando ya la octava edición (tendrá lugar la primera quincena de mayo).
— ¿Puedes adelantar algo?
— Ahora estamos en la fase de traer escritores internacionales, pero es pronto. Lo que sí puedo decir es que uno de los objetivos, convertirnos en un ciudad ‘negra’ a lo largo de todo el año, lo estamos consiguiendo. En noviembre viene Dolores Redondo para presentar su última novela. Es lo que queremos, que los autores y las editoriales vean que aquí el interés no se circunscribe a unas fechas.
— ¿Y cómo se pasa de aspirante a escritor?
— Lo primero que necesitas es a un agente que crea en ti y la mía, Ella Sher, estuvo, desde el principio, enormemente entusiasmada con la novela con la novela que yo flipaba con su entusiasmo. Es una agencia pequeñita, que lleva a algunos autores interesantes, lo cual está muy bien, porque con las grandes está más complicado: tienen sus capos, que son los que venden, y luego ya vas tú. Además, tiene que ser una agencia mediana, y la mía lo es y tiene acceso a los contactos que funcionen bien. Ella fue a las editoriales y les propuso leer la novela. Todo fue muy rápido. En unas semanas llegaron las propuestas…
—Y desde entonces ¿a Santi y a Bernardo Carrión (codirectores de VLC Negra y autores de novela negra) cómo les tratas?
— Bien, no te creas [se ríe]. La suerte que tuve, al igual que ellos, es que nos juntamos y trabajamos en lo que nos gusta. Si fuera una empresa tradicional me hubiera ido. Aquí desaparecí un tiempo para terminar la novela y no pasó nada. Eso lo pude hacer porque ellos también son escritores y creen en mi novela tanto como yo.
— En No hay luz bajo la nieve partes de cero. ¿Lo fácil hubiera sido hacer una continuación o una segunda parte de El secreto de Vesalio? Además de funcionar bien, los protagonistas estaban muy bien construidos y creo que les queda recorrido.
— Sí, probablemente hubiera sido lo lógico o lo fácil, pero no me interesaba. En una entrevista con un periodista superfán me insistía en que tenía que hacer una segunda parte.
— Pero si haces la segunda, tienes una parte vendida a costa de la primera, y a su vez la nueva tira de la anterior...
— Bueno, en teoría sí. Pero en las trilogías no siempre funciona porque puede ir mal la segunda y entonces la tercera no interesa. Y a nivel internacional tampoco, porque no lo ven claro ya que les obliga a comprar la saga y prefieren ir por partes. En No hay luz bajo la nieve dejo las puertas abiertas a hacer otras cosas con alguno de los personajes… más una serie. En plan Jo Nesbo que son obras independientes pero con el mismo personaje. Es decir, no una historia que sigue a partir de un giro de última hora que hace que la trama vuelva a empezar, sino historias que se abren y se cierran, que el libro sea independiente pero que el o los protagonistas vayan avanzando.
— Es decir, que ya nos podemos ir despidiendo de los protagonistas de El secreto de Vesalio.
— Un día estando en el gimnasio se me ocurrió recuperar a Pau Gilbert (una estudiante de medicina que aparece en la novela), hacer que coja un barco, se vaya a Marruecos y allí se medio integra con los locales. Y hay un asesinato de un niño, y luego otro… y ella empieza a investigar mientras un mando le dice que se esté quieta. Y luego muere la hija del coronel o lo que sea… Esa historia podría estar bien, pero no me apetece.
— ¿Y la próxima que escribas también será independiente?
— No sé. Los personajes de Vesalio y la novela en sí la cerré mentalmente. En esta novela, en cambio, Álex Serra [subinspectora de homicidios] me da vidilla. Es un personaje que puede tener más recorrido.
— Avánzame algo de la trama, pero sin spoilers o te doy un coscorrón.
— Francia y España están preparando, en una estación de esquí de los Pirineos, las infraestructuras para los próximos Juegos Olímpicos de Invierno. Un día aparece el cadáver de un hombre asesinado en lo que parece un crimen ritual y dos policías deben investigar. Uno es Jean Cassel, de la gendarmería gala, y la otra es Álex Serra, una policía que no atraviesa su mejor momento profesional y a la que prácticamente han desterrado a la montaña por haber disparado a un compañero durante una operación. Si quieres más, te lees el libro.
— Los Pirineos son parte de la novela y también de tu infancia.
—Sí, los Pirineos los conozco muy bien, porque he ido de pequeño y de no tan pequeño. Sobre todo conozco la parte catalana, porque mi madre era de ahí, e íbamos y nos juntábamos con mi familia francesa. Es un lugar que me gusta y que me resulta muy especial. A la montaña, en general, le asignamos atributos muy humanos, pero lo cierto es que pasa de nosotros. Es un lugar muy bonito que se puede volver muy peligroso en cuestión de minutos, con un giro climático, y pasas de estar en una excursión a luchar contra ella intentando sobrevivir. Es algo que todos nosotros vemos como cruel pero esa parte tan terrible es un escenario excelente para un misterio con aire sobrenatural, con ruidos que no sabes de dónde vienen, la niebla, la luz… todo esto me atrae. La montaña es un escenario donde transcurre la trama pero también es un personaje.
— ¿Y cómo te cruzas con la trama de los judíos, con esa ruta de escape que fue para ellos los Pirineos?
— Eso me surge al documentarme, pero era un hecho conocido.
— Porque, perdona, ¿cuál fue tu primera idea?
— Yo quería escribir una novela en un seminario.
— ¿Y eso?
— Estaba de vacaciones por la zona, y paramos en el Seminari de Vic a dormir. Y en su comedor tienen una pared cerrada con un grupo de antiguos seminaristas. A simple vista, parecen buenos chavales, pero luego te fijas en los ojos y las expresiones y uno mira con odio, otro se esconde, uno parece sentir miedo, otro muestra cierta expresión de timidez… un montón de emociones en un grupo muy compacto y dije, allí hay una historia. Quería conocer qué había pasado y qué había detrás de la historia y eso fue el germen. A partir de ahí se desarrolló una trama.
— Y eso lo cruzas con el drama de los judíos que huyen de Francia al comienzo de la guerra.
— Sí, cruzaron los Pirineos cerca de 15.000 personas huyendo con lo puesto y perseguidos expresamente por los nazis. Al principio, entre el 39 y el 40, la frontera es muy laxa, pero luego se va endureciendo, tanto por parte de los Gendarmes como de la Guardia Civil, que hubo un momento que hasta los devolvía a Francia. Y luego son los nazis quienes controlan las fronteras y hasta envían un destacamento noruego especializado para que no pase ni uno. Imagínate cómo podía ser la huida de un grupo de siete, ocho, el padre, la madre, la abuela, los niños… vestidos de ciudad, con lo puesto, llevando sus pocas pertenencias intentando cruzar un puerto de montaña de 3.000 a menos cinco o diez grados. Se puede hacer bien equipado, pero ellos tardaban día o día y medio. Es de una dureza brutal. Es una tragedia humana muy potente y muy literaria, pero hay sucesos tan duros en la II Guerra Mundial que, a lo mejor, hace que no nos hayamos fijado tanto en este episodio concreto.
UNA FOTO QUE VALE UN LIBRO. Esta es la imagen que captó la atención de Jordi Llobregat, y que está en el origen de No hay luz bajo la nieve. Lo que parece, a simple vista, una foto de grupo posando ante lo que en la época era una gran novedad tecnológica, ha logrado capturar capturado en el tiempo no solo el ambiente (que queda reflejado en las ropas) sino las extrañas circunstancias que, quizás, rodearon a los protagonistas.
— ¿Y de dónde viene el título de No hay luz bajo la nieve?
— La nieve es blanca, prístina.
— ¿Prístina? ¡Qué adjetivos más bonitos manejas! [Interrumpe Bernardo Carrión].
— Pues sí, es verdad, aprende. Bueno, lo que decía es que bajo esa blancura no hay luz. Si te cae una avalancha encima te quedas sin oxígeno y encima la luz no llega; estás en plena oscuridad.
— Digamos que esa es la metáfora en la que tienen que investigar los protagonistas.
— Sí, y luego está la colonia industrial, que también es algo impresionante de conocer y asfixiante. Eran pequeñas ciudades que tenían atrapados a los habitantes que eran los trabajadores, sobre todo las que estaban en zonas más pobres. Llega uno, monta una industria, y todos tienen trabajo… Pero en qué condiciones: jornadas de cuatro de la mañana a seis de la tarde, el domingo misa, partido de fútbol y bar. Pero no solo trabajabas como un burro por un sueldo de miseria, sino que luego el dinero te lo tenías que gastar en la tienda o en el bar del amo, así que le volvía el dinero. Y de ahí no salías porque fuera no había nada. Era una especie de campo de concentración voluntario.
«a la gente le está gustando, dice que le atrapa, que no pueden soltarla. al final es de lo que se trata, una buena historia que deje poso»
— Y además, paternalista.
— Claro, y, además, paternalista. Los tíos pagaban por la casa, que estaban pensadas para una familia. Si el obrero se accidentaba y no podía trabajar lo echaban. No es algo fundamental en el libro, yo lo cuento a través de un personaje. Es verdad que no todas eran así, pero había cosas que ¡madre mía! A mí me han puesto en marcha un telar y no te puedes imaginar el ruido que hacía eso y los latigazos que pegaba. Es mucho peor que un martillo hidráulico. Las trabajadoras acababan inventándose un lenguaje de signos para poder hablar. Y para colmo, con el tiempo se quedaban sordas. Es verdad que hubo colonias de todo tipo, algunas con teatro y donde a los trabajadores se les trataba mejor, y allí hacías vida, conocías a tu futura mujer. Pero vivían tan al margen que cuando había huelgas en el país, ellos ni se enteraban.
— ¿Algo que añadir para que a la gente le pique la curiosidad y se anime a leerlo?
— U otro adjetivo como ‘prístino’, que ha quedado muy bien [vuelve a intervenir Bernardo Carrión].
— ¿Has visto qué envidia te tiene?
— Bueno, creo que a la gente le está gustando mucho y dice que le atrapa, que no pueden soltarla. Al final todos buscamos lo mismo: una buena historia que nos deje poso.
— Sí, porque lo que hace buena la novela negra es que hable de algo, ¿no?
— Bueno, una novela de Agatha Christie no tiene esa dimensión social y no pasa nada.
—¿Pero lo de Agatha Christie es novela negra?
— Sí, lo que pasa es que es estamos hablando de un término muy grande y que incluye la novela negra social, que incide en algún tema como puede ser la corrupción o la prostitución. También está el hard boiled, que es más violento, o el domestic noir, que hay una mujer en su casa y ve algo y decide investigar... Mi libro es novela negra, pero es sobre todo un thriller; aparecen temas como el del drama de los judíos que huyen del holocausto o lo de las colonias industriales, pero es un thriller que no pretende profundizar en esos temas, sino que los aprovecha para componer una historia atractiva para los lectores.