Suena la música dentro de la barbería y sorprende que provenga de un transistor antiguo. ¿Cómo es posible que funcione un aparato tan viejo? Pero tiene truco: escondido justo detrás de la radio, hay uno de esos pequeños altavoces que la gente utiliza para escuchar sus listas de Spotify. Se acaba de ir un cliente. Uno muy coqueto. Después de que Joseph le pasara la maquinilla, con una toallita sobre los ojos, y le dejara la barba perfecta, el joven se ha mirado al espejo, un espejo enorme que tiene dentro de un marco dorado, y luego ha cogido por su cuenta un secador del pelo y se ha dado un repaso. Luego se ha vuelto a mirar, ha puesto cara de aprobación y se ha girado. “Joseph, ¿qué te debo?”.
Es curioso, e inevitable, este contraste que vive València. La ciudad sigue su ritmo, con su vida cotidiana, con sus cines y sus tardeos, los jóvenes cortándose el pelo, y mientras, al otro lado del río, la tragedia, la miseria, la desolación. Dos caras de una misma moneda a unos pocos kilómetros de distancia.
Joseph, en realidad, José Miguel Sánchez, tiene una planta baja decorada con gracia. Dos bombillas cuelgan del techo dentro de un par de sombreros. En una estantería hay objetos aleatorios: un Quijote, la Dama de Elche, una maleta vieja, un silla de barbero antigua… En una repisa, las obras completas de Julio Verne. En una esquina, un acuario con dos pececillos vergonzosos. Uno se llama ‘Naruto’ y el otro, ‘Takashi Komuro’. Está claro que a este hombre de 33 años, además de las barbas, le gusta el ‘anime’. Y en la esquina de enfrente, una cuchilla gigante.
Este hombre es feliz allí dentro. No ha conocido otro oficio más allá de los trabajos esporádicos y precarios como camarero para banquetes de boda y comuniones cuando acababa de cumplir los 20 años. A los 23, con los amigos del barrio de San Marcelino con los que bailaba ‘breakdance’, conoció a Salva, un peluquero que triunfó en 2013 cuando se pusieron de moda los ‘hipsters’ y las barbas largas y frondosas. Salva tenía tantos clientes que acabó echando mano de estos bailarines. Y José Miguel, a quien uno de esos amigos le puso el sobrenombre de Don Joseph Clean, se veía reflejado en el espejo con las tijeras y pensaba que justo eso era lo que quería hacer en la vida: embellecer las barbas. “Se me daba bien, la verdad”.
Joseph siempre había sido un chaval creativo. Ahora le gusta hacer ‘collage’ y algunos de ellos cuelgan de la pared, al lado del espejo. El año que viene, en 2025, tiene pensado tocar algo de moda y diseñar sus propias camisetas con la idea de venderlas, inicialmente, entre su clientela. Casi todo autodidacta, como cuando se hizo barbero y aprendió el oficio viendo tutoriales de YouTube mientras estaba todavía en San Marcelino. Ya no. Ahora, desde 2017, tiene su negocio, El Artesano, en la calle Alzira, muy cerca de la plaza de España. Pero le sigue gustando lo mismo de su profesión: ver que el cliente se marcha satisfecho con su aspecto.
El barbero también tiene que ser un buen conversador. Si el cliente quiere, tiene que ser como los tertulianos de la tele, que ‘saben’ de todo. “Pero si ves que el cliente prefiere estar tranquilo, te callas y sigues cortando el pelo en silencio”. Algunos, sobre todo los jóvenes, bajan a la barbería con una fotografía para que Joseph sepa el corte exacto que quieren. Ahora la tendencia es el ‘taper fade’, el corte de moda, con un degradado en las sienes y la nuca, y más largo por arriba. El ‘champiñón’, que dicen los padres en tono despectivo. “Antes eran más macarrillas. El fútbol ha marcado mucha tendencia. Antes, muchos querían el pelo como Sergio Ramos, Cristiano Ronaldo, Antoine Griezmann… Y ahora se quieren parecer más a Ferran Torres, el tinte de Dani Olmo o la mohicana de Lamine Yamal,… Pero ahora marca más tendencia Instagram que el fútbol”.
Joseph, que lleva unas Nike blancas, unos pantalones cargo y una camiseta blanca larga, que lleva una barba cuidada y la cabeza al cero, cree que los jóvenes de ahora son más presumidos que los de otras generaciones. “Es la cultura del ‘selfie’. Y que ahora están todo el día viendo imágenes en las redes sociales. Aunque muchos clientes buscan más un corte que dure y sea cómodo que uno que les favorezca”.
Otro cliente entra por la puerta. No se da cuenta de que encima hay una herradura. Joseph dice que no es por superstición. “Es que es donde mejor encajaba”, suelta antes de reírse. Luego cuenta que muchos de los objetos provienen del rastro o de mercadillos que se encuentra cuando viaja. Otros son regalos de los clientes. Uno le llevó el Quijote y un cuadro de la plaza de la Virgen. “Calculamos que debe ser de 1890 o por ahí porque no está ni la fuente y porque hay detalles que han cambiado en la plaza”. Un entorno agradable. El cliente se sienta en una moderna silla de barbero, con suspensión hidráulica, pero con aspecto de antigua, y se deja hacer. Joseph le pone la toalla en los ojos para que no le entren pelos, saca la maquinilla y comienza a trabajar. La vida sigue.