Hoy es 9 de octubre
Hasta la fecha lo único que se ha demostrado es la incapacidad de los personajes públicos o de la intelligentsia americana para frenar a Trump. Las palabras de resistencia solo valen de consuelo. Las arengas, de orgullo en el mejor de los casos y de placebo en el peor
En un artículo reciente en The Nation matiza Michael Klare, profesor en el Hampshire College sobre seguridad global, que la pregunta sobre Donald Trump no es si su presidencia desencadenará un conflicto internacional o no, sino cuándo. Y ese cuándo será tan inevitable como imprevisible, debido al cambio de paradigma al que aboca el nuevo presidente de los Estados Unidos al dar por concluido el ideario y la ideología dominante en los Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial: frente a la retórica del mundo libre (es decir, con sus aliados naturales y sus enemigos naturales, y aun con sus guerras de prevención y todas sus contradicciones malsanas –España franquista, Chile de Pinochet o Arabia Saudí-), Trump inaugura la retórica del pragmatismo radical.
Según este nuevo paradigma ya no hay aliados o enemigos naturales en base a una idea de “democracia” o de “occidente” (como Europa, Corea del Sur, Japón, Israel o la OTAN), sino un cálculo de rentabilidad sobre qué sirve mejor a los intereses de los Estados Unidos: Putin será aliado en la medida en que favorecerá la culminación de objetivos americanos, igual que Bashar Al Assad, igual que Rodrigo Duterte, el peligroso presidente de Filipinas que ha emprendido una feroz lucha contra el narcotráfico que en 7 meses ha dejado más de 4.500 asesinatos a toxicómanos o pequeños traficantes. Ni qué decir tiene dónde han quedado la defensa de las libertades, la protección de las minorías o la vigilancia de los derechos humanos en este nuevo orden mundial. The times they’re a-changin’.
¿Regresará el principio de la desobediencia civil como en los años sesenta y setenta? El 19 de enero se convocó una protesta multitudinaria que durará cien días (los primeros cien días de la administración) y que tendrá como objetivo vigilar (como si las cosas pasaran inadvertidas) y plantar cara simbólicamente al presidente. Robert de Niro, Alec Baldwin, Michael Moore, Rosie Pérez o Meryl Streep entre muchos otros se han sumado a la resistencia.
No obstante, hasta la fecha lo único que se ha demostrado es la incapacidad de los personajes públicos o de la intelligentsia americana para frenar a Trump. En cada campo del pensamiento moderno: política, cultura, economía, medioambiente. Las palabras de resistencia solo valen de consuelo. Las arengas, de orgullo en el mejor de los casos y de placebo en el peor. Queda la duda razonable de que la intelectualidad civilizada esté perdiendo peso específico, en favor de una espectacularidad de la que son víctimas.
Judith Butler, profesora de la Universidad de Berkeley y punta de lanza en el movimiento feminista y el movimiento queer, está a punto de publicar en España la traducción de su nuevo ensayo: “Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea”. Su preocupación por el cuerpo y las identidades que genera y la militancia en favor de la igualdad entre hombres y mujeres la han llevado a ser emblema de muchas reivindicaciones en medio mundo.
Aparte de ello, Butler representa una nueva concepción de la universidad, de los estudios humanísticos y de las instituciones del saber que han impreso un nuevo paradigma de estudio y conocimiento y han relegado a las instituciones clásicas a un tiempo pretérito. Cabría preguntarse si, a pesar de Judith Butler y todo lo que representa, este pensamiento culturalista que había hecho avanzar a pasos agigantados las diferentes disciplinas no ha quedado superado por los tiempos y el nuevo pragmatismo. Militancia gay y militancia feminista, revuelta y contaminada en discursos, se han visto superadas por el racismo, la misoginia y la homofobia. ¿Qué espacios de resistencia generará este nuevo humanismo?
Donald Trump negó la existencia del cambio climático, acusó a China de haber diseminado esta idea para desestabilizar el mercado americano y acaba de ordenar a la Agencia de Protección Ambiental la retirada de su página sobre cambio climático. Cualquier avance en las políticas medioambientales, como se evidenció en la Conferencia de París de 2015, era visto como una usurpación al progreso y un obstáculo frívolo y nefasto para la economía. En toda lógica, Naomi Klein en Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (2015) había asociado un modelo de economía, de crecimiento y de ideología capitalista con la inevitable destrucción del planeta. Y al revés: todo camino hacia la conservación del territorio pasa por deshacer o desmontar los furores capitalistas y por introducir criterios medioambientales en las políticas económicas y sociales.
Del mismo modo se ha expresado Noam Chomsky, ese lingüista con vocación moral. Su pensamiento político ha corrido en paralelo con sus estudios sobre la gramática generativa, pero han sido los primeros los que lo han posicionado como la voz ética en tiempos de zozobra. Anarquista, socialista, hegemónico y contracultural al mismo tiempo, sus alertas sobre el fenómeno del vacío de la política antes de Trump no valieron para que ese “hombre fuerte” carismático y poderoso cumpliera los anhelos morbosos de una parte (mayoritaria) de la sociedad americana (y por extensión, europea) y llegara a la Casa Blanca prometiendo orgullo (propio) y prejuicio (ajeno).
Todos ellos y todas ellas hablaron antes. Alertaron. Conminaron. Advirtieron. Como si su voz, propagada por medio mundo, pudiera contener el nuevo tiempo que ahora se abre. Si consideramos que Trump significa una etapa más, toda esta intelligentsia ha sido derrotada de manera contundente. Y sin embargo, siguen brillando.