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LAS SERIES Y LA VIDA

'Killing Eve': si se aburre, ponga una psicópata en su vida

30/06/2018 - 

VALÈNCIA. Eve Polastri (Sandra Oh), es una criminóloga, analista del MI5, perspicaz, eficiente y muy profesional, cuya actividad laboral se desarrolla entre papeles y ordenadores. Tiene, además, una vida familiar feliz, con un marido atento y amable al que ama y con el que comparte una muy envidiable complicidad. Pero se aburre. Mucho. Tanto en su vida profesional como en su aparentemente perfecta vida personal. Es una buena vida, cómoda y segura, pero no hay emoción, nada nuevo, cada día es como el anterior.

En su rescate va a llegar una psicópata encantadora, Vilanelle (Jodie Comer), que mata por encargo y por dinero pero con indudable placer, responsable de una serie de asesinatos que se producen en diversos países. Eve descubrirá la conexión entre los crímenes y que son obra de una mujer. Y a partir de aquí se inicia lo que es la esencia de esta serie, la muy particular relación de fascinación mutua que desarrollan Eve y Vilanelle, la agente de la ley y la psicópata.

Esta producción de BBC America que puede verse en HBO está basada en la serie de novelas de Luke Jennings sobre Vilanelle, no editadas en nuestro país. La adaptación al formato televisivo corre a cargo de la creadora de esa joya que es Fleabag, Phoebe Waller-Bridge, y se nota, tanto en la cuidadísima caracterización de los personajes femeninos protagonistas, como en el humor incómodo que destila.

Eve es empática, madura y “normal”. Vilanelle es carismática, sofisticada e infantil. Viven vidas opuestas, pero no pueden evitar sentir un gran interés, que al final es una obsesión, la una por la otra. Y es una curiosidad la de ambas que deriva de su identidad femenina, del hecho de ser mujeres y querer entender las distintas opciones vitales que, como tales, cada una ha elegido. Eve no dudará en dejarlo todo para perseguir a Vilanelle, aunque eso suponga trabajar en oficinas cutres y vivir en cuchitriles de acá para allá. Porque su “normalidad”, con su vida feliz, ordenada y tranquila, como la de tantas personas, esconde en realidad un anhelo de aventura, un amor por el peligro, una falta de emociones y de verdad, de autenticidad. Envidia la libertad de Vilanelle.

Y Vilanelle va a arriesgar su anonimato y su seguridad por conocer a Eve, la mujer que ha logrado identificarla y conocerla como nadie ha hecho nunca. Vive en un mundo con sus propias reglas, con la total libertad que le da el dinero pero, sobre todo, la falta de empatía, el no sentir lazos con nadie ni con nada. Su incapacidad para sentir lo que los demás sienten, el utilizarlos para cumplir sus deseos (de matar, de follar, de hablar), la amoralidad, le permiten vivir una vida sin límites, pero también solitaria y extravagante, y le provoca la curiosidad de entender cómo sería otra vida, la de Eve, con su bonita casa, su pareja, su trabajo dentro del sistema y sus rutinas.

Vilanelle y Eve, Eve y Vilanelle y la compleja relación que establecen, no funcionaría sin la interpretación magnífica de ambas actrices. Jodie Comer hace una auténtica creación de la asesina y su crueldad a veces infantil. Es encantadora y odiosa, bella y terrible, divertida y aterradora. Por su parte, Sandra Oh, a quien conocimos y recordamos en uno de los mejores y más queridos personajes de Anatomía de Grey, demuestra lo buena actriz que es y lo desaprovechada que está. Su personaje, tal vez más difícil que el de Comer dada su “normalidad”, debe reflejar muchos cambios y contradicciones (en Vilanelle no las hay) que la intérprete sirve de forma impecable. En las escenas que ambas comparten saltan chispas de todo tipo que expresan enfrentamiento, fascinación y una leve pero indudable atracción sexual. Pero, además, funcionan igualmente bien con el resto de personajes, también interesantísimos. Como el tándem que Vilanelle forma con su jefe, Konstantin Vasiliev, interpretado por el gran Kim Bodnia, inolvidable protagonista de Broen/Bron y con una presencia escénica apabullante. Con sus conversaciones y su peculiar relación resultan sumamente atractivos y siempre dejan con ganas de más. Y tanto el compañero de Eve (David Haig), como su jefa (Fiona Davis), otro personaje femenino complejo y ajeno a clichés, resultan también grandes personajes, llenos de sorpresas y giros perfectamente engarzados en la trama.

En realidad, Vilanelle es un personaje femenino casi inédito. Una representación del mal no asociada a su carga sexual, como suele suceder en el thriller y en gran parte de las villanas que conocemos en el cine y la televisión, pero tampoco a la posición familiar o social que ocupa, como en el melodrama o el culebrón. Además, no hay coartada psicológica ni moraleja, mata porque le gusta, sin más, es feliz haciéndolo. Y es probable que esto, la aparición de un personaje semejante en una serie de HBO, sea una buena noticia en la normalización de las presencias femeninas en la producción audiovisual. La presentación del personaje, que es la primera e impactante secuencia de la serie, antes de los créditos, no deja lugar a duda. La escena no es un asesinato, es solo una pequeña maldad, pero caracteriza de forma certera a Vilanelle, además de establecer el tono de la serie.

Un tono que, sin dejar jamás de ser un thriller absorbente y adictivo, juega con un humor a veces desconcertante y con cierto toque de parodia. La serie juega con algunos clichés del género, algo inevitable en cualquier producción actual, pero no son percibidos como tales puesto que están al servicio de las necesidades de la historia y, por lo tanto, son derrumbados y alterados cuando es necesario. Digamos que el tono estaría en las antípodas de lo que ofrece Hannibal, otra serie con psicópata y perseguidor, con su gravedad y su espesura.

Este tono travieso e irónico nos provoca cierta desazón ante el tratamiento de la violencia. La levedad y ligereza con que se tratan los asesinatos, algunos de ellos terribles en su puesta en escena y en su significación, descoloca. La actitud infantil y juguetona de Vilanelle atrapa en principio y dan hasta ganas de aplaudir ante su habilidad, pero dos segundos después, al reflexionar mínimamente, nos repele y nos preguntamos qué estamos aplaudiendo y de qué nos reímos.

El villano, o villana como aquí, las representaciones del mal, en suma, son las grandes protagonistas de series y películas. Nos encanta un buen psicópata, es lo que hay. Además, dicho grosso modo, el mal contamina al bien. No hay héroe o heroína actual que no tenga mancha o que no se sienta tocado en parte por el mal, y no hay más que remitirse a las ficciones con superhéroes, siempre contritos y atormentados bien por un pasado oscuro o, en el presente, por si han traspasado alguna línea moral y no son, en realidad, como los villanos a los que persiguen.

No es nuevo esto de la frivolidad en la representación de la violencia, por supuesto, en realidad es uno de los grandes tropos de la producción audiovisual actual y da lugar a no pocos debates. En esa frivolidad entra el cine de Quentin Tarantino y su enorme influencia (un clásico en estas lides), pero también series como CSI o Criminal Minds, por mucho que se presenten como serias y con discursos contra el crimen y a favor del orden (policial). La violencia es un espectáculo (en la ficción y en los informativos, da igual) y no está de más plantearse alguna reflexión sobre el modo en que la consumimos y disfrutamos. Por muy encantadora que sea la psicópata.


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