VALÈNCIA. Una pequeña maldición parece envolver a Villa Amparo. Desde que el poeta silencioso, desde que Antonio Machado se fue de allí, esa villa valenciana tradicional, de hermoso jardín y estilo ecléctico, ha tenido un devenir azaroso, especialmente durante las últimas décadas en la que ha sido restaurante y salón de banquetes bajo diferentes orientaciones y con magros resultados. Ni la belleza del enclave ni su historia, parecían ser atractivo suficiente para la esquiva clientela.
Ahora es sólo un pedazo de piedra para internet, otro objeto de mercadeo. Anónimo, el inmueble, como cualquier otro chalet de la zona, está disponible y a la venta en los portales inmobiliarios más famosos. La descripción que de él hacen algunas webs no podría ser más fría. Para sus vendedores lo importante son sus 575 metros cuadrados, sus ocho habitaciones y un precio, 2,4 millones de euros, que, calculadora en mano corrobora que el metro cuadrado construido está tasado para los vendedores en 4.174 euros.
“Antiguo huerto, con casa residencial construida a finales del siglo XIX”, reza uno de los anuncios, que omite que allí estuvo viviendo Machado durante la Guerra Civil, cuando el gobierno de la República trasladó la capital de España a València; o que allí el poeta sevillano se entrevistó con la intelectualidad que pululaba por la ciudad, desde María Zambrano a Max Aub, pasando por Tristan Tzara, el Nobel de Literatura Octavio Paz, Juan Gil-Albert, María Teresa León y Rafael Albertí, León Felipe…
“En el jardín coexisten plantas ejemplares (sic) y otras de nuevas actuaciones, tanto autóctonas mediterráneas como exóticas. Superficie suelo 3.385 m2, superficie construida casa 575 m2, según catastro”, prosigue el anuncio. Metros, catastro, plantas ejemplares… Ni siquiera una alusión a la hermosa azulejería que ornamenta toda la casa o al jardín que le dota de una especial belleza.
Más respuestoso, otro portal incluye una larga descripción en la que se cita al poeta y en la que se recuerda la adscripción de la casa al estilo modernista, así como que está protegida por su singularidad y por su valor para el patrimonio del municipio. “Es una residencia clásica de gran valor por su arquitectura modernista, donde predominan los azulejos en suelos y paredes, techos altos con molduras y las alegres vidrieras de colores que dan paso a paisajes verdes, con vistas a la sierra y la huerta valenciana”.
Con alusiones a la belleza de la villa, describe con lujos de detalles el salón con un mirador con vidrieras clásicas de colores y la cocina, las “maravillosas vistas por los lados norte y este, tanto desde estas estancias como desde la gran terraza que comunica las distintas estancias de la planta superior”. Tras mencionar la presencia de Machado entre los años 1936 y 1938 en ella, y describirla como “un lugar emblemático para los amantes de la literatura”, se explica que durante los últimos años se explotó como restaurante y centro de celebración de grandes eventos. Por ello informan a los posibles compradores de que quien la adquiera se hará también con varias carpas ubicadas en un costado del jardín y de que “existe una licencia de explotación para la actividad de salón de banquetes”.
Machado jamás se sintió cómodo en Villa Amparo; no porque no le gustara, sino porque era consciente de que estaba de ‘prestado’. La casa había sido requisada por las autoridades republicanas y el poeta defendía que debía ser velada para que le fuera devuelta íntegra a sus legítimos dueños. Era tan estricto que ni siquiera dejaba coger a sus sobrinas las naranjas de los árboles que allí crecían, hasta que un amigo de los propietarios de la casa le dijo que, al contrario, era bueno para el árbol.
Relataba José Machado en Últimas soledades de Antonio Machado como su hermano “se quedaba todas las noches ante su mesa de trabajo, rodeado de libros”. “Metido en su gabán, desafiaba el frío escribiendo hasta primeras horas del amanecer, en que abría el gran ventanal para ver la salida del sol o, en otras ocasiones, y a pesar de estar cada día menos ágil, subir a lo alto de la torre para verlo despertar, allí lejos, sobre el horizonte del mar”. Fue así como nació ‘Amanecer en Valencia’, donde escribió: “y el sol que asoma,/ bola de fuego entre dorada bruma,/ a iluminar la tierra valentina... / ¡Hervor de leche y plata, añil y espuma,/ y velas blancas en la mar latina!/ Valencia de fecundas primaveras,/ de floridas almunias y arrozales,/ feliz quiero cantarte, como eras…” Hoy el escenario de todos esos recuerdos, todas esas vivencias, el lugar donde escribió estos versos, está a la venta.