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una red popular y horizontal

La cultura de barrio de València se hace fuerte a golpe de centros alternativos

29/04/2021 - 

VALÈNCIA. Los barrios valencianos están en lucha. Quieren que la ciudad siga siendo un sitio respirable. La especulación, la gentrificación, o la desatención a su idiosincrasia y sus demandas que pasan largo han hecho explotar en los últimos meses y años una ola de sindicatos de barrio, organizaciones autogestionadas por el vecindario que intentan suplir, desde la colectividad, aquello que las instituciones y los organismos no llegan. Se trata de una red de ayuda para necesidades básicas, pero también otros ámbitos, como el deporte o la cultura.

Es el caso de Construyendo Malilla, que aunque lleva funcionando más tiempo, recientemente, ante el desalojo del local en el que funcionaban, han conseguido otro nuevo cedido por el Ayuntamiento. La Alqueria Popular de Malilla, en el parque urbano del barrio, imparte esta semana clases de hip hop, break dance o circo, además de organizar un micro abierto y organizar un Kahoot y una exposición feminista. Contraprograma a grandes obras de teatro, exposiciones internacionales y conciertos de grandes bandas pop, pero en realidad crea un microclima donde la gente del barrio puede crear, y sobre todo, acceder a una agenda cultural de proximidad, popular y asequible (si no directamente gratuita).

Jesús que forma parte del movimiento, explica que “la cultura de barrio no nace o está ahí por ser cultura, sino que parte de una base organizativa y colectiva de prácticas conjuntas donde cada persona aporta lo que puede y tiene”. “Se trata de conocer a la gente que está en el barrio, invertir tiempo en ella, tener ganas… Al principio es difícil, pero cuando 10 o 15 personas trabajando, más o menos implicada, es como chispa para muchas personas que no se preocuparían de su barrio de otra manera”, explica. 

Foto: CONSTRUYENDO MALILLA

En Malilla se hacen exposiciones, cinefórum o “lo que cada persona pueda organizar desde aquello que le gusta y sabe y quiere compartir”. De esta manera, gente que tienen nociones de circo y trabaja en los semáforos, propone talleres. Jesús piensa en qué películas pueden ser interesantes para un cine-fórum, etc. Y todo esto funciona a pesar de estar muy frenado por la pandemia.

Pero este centro y sus actividades no solo funcionan como ventana para que el vecindario se acerque y tenga un acceso a la cultura, que de otra forma le es imposible o no le resulta cercana. También sirve para crear una cultura que mantenga aquello que vive el barrio: “tenemos claro que hay que hacer caso a aquello que pasa en la calle, si gente del colectivo hace rap… ¡pues hagamos un taller de rap! En Malilla se ven personas haciendo break dance, rap, poniendo el cuerpo en perfomance, etc. A nosotros nos toca sacarlo a calle y fomentar una representación fiel del barrio en la cultura que se desarrolla en él”, concluye.

Cultura para que puedan dormir mujeres sin techo

Fuera del sindicalismo de barrio también están surgiendo otros proyecto. Este mismo sábado, se inaugura el centro multicultural Ananda Maitreya, y voluntarios y voluntarias de la asociación que lleva el mismo nombre están, brocha en mano, ultimando el local. Tras 25 años de trabajo de asociacionismo y trabajo de campo con menores y mujeres en situaciones de vulnerabilidad, se dieron cuenta que, para que las mujeres sin techo salieran de la calle y buscaran un futuro a través del trabajo, necesitaban un lugar donde pernoctar y ser atendidas. Hubo una primera prueba que duró seis meses y en las que seis de las siete mujeres que acogieron en el local han conseguido empleo y han salido de la calle.

El local se tuvo que cerrar por problemas de costes pero han encontrado una alternativa: un acuerdo con el dueño de un bajo en Pérez Galdós, por el cual el espacio funcionará como espacio multicultural para organizar actividades y eventos por la mañana y por la noche se cerrará para poder acoger a mujeres sin techo de la ciudad. La actividad cultural tiene que servir “para generar ingresos para pagar un alquiler que no es bajo”, explica Emi, una de las promotoras de este proyecto.

El local, en marcha. Foto: KIKE TABERNER

Muy ligadas a los movimientos sociales, ya se han puesto en marcha para generar una agenda que no pare cuando el local esté abierto al público y que eso mismo pueda compensar los gastos de mantener a personas pernoctando allí y así sacarlas de la situación de vulnerabilidad extrema con la que tienen que convivir en la calle. Exposiciones de pintura, fotografía, escultura, talleres, poesía, cursos de pilates o yoga… La cultura como tabla de salvación para uno de los colectivos más vulnerables de la ciudad. 

¿Y qué cuando falta?

¿Qué ocurre cuando un barrio pierde espacios como los que describe este artículo? La red de sindicatos de barrio y espacios sociales autogestionados se está extendiendo como la pólvora, desde Benimaclet hasta Patraix, con algunos locales ya tan consolidados en la ciudad como es el CSOA L’Horta. Pero, ¿y si un factor externo acaba con el proyecto? 

En marzo de 2019 cerró La Col·lectiva del Cabanyal, un lugar donde tenían sede una docena de colectivos del barrios, como Radio Malva o Cabanyal Íntim. El local de propiedad privada empezó siendo arrendado al Ayuntamiento para su universidad popular, pero se fue degradando y dejaron el espacio. Entonces, el vecindario acordó con la propiedad asumir los costes que generar a cambio de estar hasta que se vendió el edificio, que tuvieron que desalojar en un mes.

Desde entonces, no ha habido un espacio que haya podido congregar a esa docena, o a otra, de colectivos que tengan un espacio de trabajo común. Para Silvia, de Cabanyal-L’horta, que no participaban directamente en la dinámica de La Col·lectiva, “esa fue una de todas las pérdidas que padeció el barrio en aquel tiempo: La Fusteria, L’escola, Samaruc…” Centros sociales y culturales que fueron víctimas de la transformación sin freno que los gobiernos del PP promovieron y La Nau aún no ha sabido frenar. El TEM, como espacio institucionalizado, tiene cierto vínculo con el barrio, pero también tiene sus límites por su propia naturaleza.

“Hay movimiento, se sigue fraguando desde distintos puntos e ideas, y hay una búsqueda activa de locales para convertirlos en locales autogestionados”, comenta. Pero por ahora, nada ha podido suplir una red de espacios tan amplia como la que tuvo el Cabanyal y que fue sustento y germen de la lucha histórica del barrio.

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