No sé qué tiene la política de Estados Unidos que estamos pendientes el mundo entero, y especialmente nos tiene muy interesados a todos los periodistas y politólogos y resto de aficionados a los caucus, supermartes, estados bisagra y todos esos términos que se diseminan por los medios de comunicación europeos estos días. Bueno, sí sé lo que tiene. Estados Unidos campa por el mundo y acapara a través de la música, la comida, el cine y la política, que también en este país es como todo, un espectáculo. Nos invade y nos dejamos invadir. El súmmum de todo ello es la serie The West Wing o El ala oeste de la Casa Blanca, que aúna todo lo anterior y cumple casi todos los estereotipos de lo que esperamos de este país, de su política y de las elecciones, pero blanqueado hasta el extremo, aunque la serie acabe con un presidente disruptivo, (no quiero hacer spoiler si queda alguien por aquí sin verla).
¡Ojo¡ que hay muchos asesores políticos de la vida real y europea que se marchan de “Erasmus” a USA y vuelven con ideas de campaña que aquí, en esta esquina del mundo no cuajan. Porque podemos ser muy “americanos” para las hamburguesas, el country, (que me chifla) o los Oscars, pero el sistema electoral de USA no tiene nada que ver con el de la mayoría de países europeos y los procesos históricos vividos por algunos de estos países, entre ellos, Alemania, Polonia, Italia, Francia o España, que condicionan a través de la memoria histórica nuestra forma de ver las elecciones y en general la política, afortunadamente.
Seguro que hay sociólogos, juristas, politólogos, historiadores y muchas otras personas expertas capaces de argumentar todos lo que nos diferencia del país que acaba de celebrar el supermartes. Yo simplemente me detengo en la superficie y, reconociendo que me encanta seguir la política y las campañas americanas, no puedo más que sentir que se me eriza la piel de lo que se viene.
Trump volverá a ser POTUS, no tengo ninguna duda. Y lo peor es que lo será por culpa de la edad de su oponente, Biden y sus supuestos problemas de salud, por otro lado absolutamente normales.
En ese país la salud del presidente es cuestión de estado y se puede conformar toda una campaña electoral basada en la no salud de tu oponente. Es lo que ha pasado.
Joe Biden tiene 81 años. Donald Trump 77. La Constitución de Estados Unidos delimita la edad mínima para ser presidente, 35 años, pero no dice nada de la máxima. Lo veo bien. Esta semana supe que hay una mujer en España que tiene 115 años, María Branyas. (Qué curioso, nació en San Francisco pero de padre pamplonica).
La edad solo es el paso del tiempo y es inherente al estar vivo. Esta señora, según contó su médico, ha tenido suerte de no tener ningún cáncer, ninguna enfermedad coronaria y no padecer ninguna demencia asociada a la edad.
Biden ha tenido algunos lapsus estos últimos tiempos y Trump se ha hecho un carísimo estudio cognitivo para contraponer su salud mental a la de su oponente. La posibilidad de “perder la cabeza” es algo aterrador pero la posibilidad de que el presidente de Estados Unidas la pierda en el ejercicio de su superpoder es lo más aterrador.
Piensen solo en Putin.
Ese miedo es el arma que está utilizando Donald Trump para ganar las elecciones. Lo grave para el Partido Demócrata ha sido no tener en cuenta este pequeño detalle. No es justo pero va a pasar.
Y lo peor es que el mítico “botón rojo” irá de manos de un señor con algunos achaques y despistes a otro con delirio y megalomanía. Repito: Y enfrente Putin, 71 años. Era igual o peor con 20, seguramente Trump también.
La edad no es un mérito ni un demérito, es un hecho, pero, ¿Se han fijado en la edad de los políticos más cercanos? Se lo recopilo yo así rápido. Pedro Sánchez, 52, Feijóo, 62, Mazón, 49, Diana Morant, 43, Pablo Ruz, 40, Barcala, 61, Catalá, 43, Begoña Carrasco, 44, Alejandro Soler, 51, Macron, 46, Meloni, 47. Mi informal y superflua teoría me la desarma el presidente de Portugal que se me sale de la horquilla. Yo estoy dentro, pero ya saben, es cuestión de tiempo…
