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LOS DÍAS DE LOS OTROS

'La gallina ciega', diarios del exilio de Max Aub

20/09/2017 - 

VALÈNCIA. La recuperación reciente de la obra del escritor y dramaturgo Max Aub responde a una cuestión de pura justicia literaria. Hay dos momentos bien definidos en los cuales se rescata su trayectoria y producción literarias. Hacia finales de la década de los años 60 y principios de los 70, la crítica española comienza a sacar a la luz algunas de sus obras que estaban siendo reeditados en esos momentos. En el caso de Max Aub se dan dos condicionantes muy precisos que propician la recuperación de su obra: su incorporación a la agencia literaria de Carmen Balcells y su corta vuelta a España en 1969. El otro momento histórico tiene un punto de inflexión en los años 1998 y 2004, cuando las editoriales Alba y Renacimiento recuperan sus libros. Esta nueva ola maxaubiana llega hasta la actualidad con todo el trabajo ingente que está realizando la editorial granadina, Cuadernos del Vigía, cuyo objetivo a largo plazo es publicar la obra magna de Max Aub, El laberinto mágico.

Y aunque Max Aub mantuvo siempre una privilegiada relación con Valencia, pocos conocen su obra de modo exhaustivo. Max Aub llegó a Valencia cuando apenas era un adolescente y con la guerra de 1914 como telón de fondo. Había nacido en París en 1903, hijo de una francesa y un alemán. Una de sus frases más célebres es la que apuntaba que “uno era de donde hace el bachillerato”. Él lo hizo en el Instituto Luís Vives, así que era valenciano. Durante su etapa española se hace amigo de intelectuales valencianos como Juan Gil-Albert o Juan Chabás. En Valencia fundó el grupo teatral universitario El Búho y en 1928 entró a formar parte del Partido Socialista Obrero Español. Con el inicio de la Guerra Civil –concretamente en diciembre de 1936- se marcha de nuevo a Francia como diplomático. Fue Max Aub el que gestionó el encargo del Guernica a Picasso para la Exposición Internacional de París. Un año después, ocupó el cargo de secretario del Consejo Nacional del Teatro. Finalmente, recaló en México para rodar Sierra de Teruel con André Malraux. A su vuelta, en París, le acusaron de comunista y fue recluido en el campo de internamiento de Vernet. De allí lo mandaron a Marsella y de nuevo fue deportado a Argelia. En 1942 abandonó el campo de concentración donde estaba confinado y se dirigió a Casablanca. En 10 de septiembre se embarcó a Veracruz. Allí, en México, desarrollará la mayor y mejor parte de su obra hasta su muerte.

Este es solo un resumen precipitado de la primera parte de la vida de Max Aub, una vida repleta de viajes, memoria, dolor y tiempo. No existe un mejor registro de estos años convulsos que sus diarios, publicados de un modo definitivo en el año 2003 por la editorial Renacimiento. Desde el año 1939 hasta el día antes de su muerte, el 22 de julio en 1972, no dejó de escribir esos diarios maxaubianos. Entre ellos, hay uno, titulado La gallina ciega, que retrata los tres meses que pasó en su primera vuelta a España en 1969. ¿El motivo? Necesitaba recopilar información acerca de Luis Buñuel para un libro que estaba escribiendo sobre él. La razón más emotiva era que su corazón -ya muy enfermo- se lo pedía a gritos. 

 En el prólogo de estos diarios, Max Aub escribía:

¿Qué son estas páginas? Diario sólo hasta cierto punto, porque éstos suelen limitarse a anotación de sucesos, reflexión sobre lo inmediato. Interesa en ellos lo inesperado, la gracia del aire; no tiene éste ninguna: leo una tesis que lleva como apéndice una conversación grabada en mi casa, meses antes del viaje aquí anotado: en ella encuentro, a priori, las consecuencias que pueden sacarse de estas páginas. ¿Quiere decir que fui a España con la idea preconcebida del estado actual de la Península? Es posible. Doy mi palabra que deseaba lo contrario.

Los escenarios de estos diarios son Valencia, Barcelona, Zaragoza, Madrid o Toeldo, entre otras ciudades. En su vuelta el escritor opina acerca de cómo el aparato franquista establece distintas relaciones con los autores, se asombra con la llegada de los primeros turistas a España y vive reencuentros asombrosos con otros intelectuales que han sido también castigados por la dictadura. Por sus diarios pasan Luís Rosales, Gabriel Celaya, Vicente Aleixandre, Carlos Barral, Esther Tusquets. También conoce a jóvenes poetas y novelistas como Ángel González, José Hierro o Juan Benet. Para todos ellos, Aub no esconde palabras: 

Vi, oí, digo lo que me parece justo. No busco acuerdos. Una vez más testigo no hago sino dar cuenta sin importarme las consecuencias. Irresponsabilidad suelen llamar a esa figura serenos, barbas y condecorados. Tal vez. 

Max Aub vuelve a escribir sin pelos en la lengua, con la herencia del exilio padecido y superado, con la certeza de señalar el mayor mal del país que abandonó: 

Indiferencia callejera del pueblo español; con sus rechinamientos; mas, ¿quién está libre de no decir esta boca es mía si, además, encubre el poco saber?

El tiempo, la memoria y el exilio son los tres grandes de su obra. Aub solía decir que era un escritor sin público. Y era cierto: un escritor con mucha obra y con muy pocos lectores, pues todos los había arrasado el exilio, es decir, el olvido. Resulta emocionante comprobar cómo en los momentos más difíciles, en las huidas y los viajes forzados, Max Aub siempre encontraba un momento para escribir en sus diarios:

Octubre 1951.- Escribo para explicar y para explicarme cómo veo las cosas en espera de ver cómo las cosas me ven a mí. 

Marzo 1964.- Uno vive porque espera que le suceda algo que no sucede. 

Probablemente el mayor pecado de Max Aub fue haber nacido sin patria concreta:

¡Qué daño me ha hecho, en nuestro mundo cerrado, el no ser de ninguna parte! (…) En estas horas de nacionalismo cerrado el haber nacido en París, y ser español, tener padre español nacido en Alemania, madre parisina, pero de origen también alemán, pero de apellido eslavo, y hablar con este acento francés que desgarra mi castellano, ¡qué daño no me ha hecho!

 En este viaje a España él constata de qué modo todos se han olvidado de su obra. En su viaje a Barcelona para visitar su antigua editorial, los responsables de la misma le confirman que sus libros se venden poco y en los kioscos descubre que las revistas para las que escribía desde México a nadie llegan. Nadie quiere hablar ya de la guerra y Aub confirma la “extensión aniquiladora de la memoria”. En el año 1962, en sus diarios ya anotaría esa obsesión por “quedarse”.

Esta sensación constante de obra mal hecha, que de cuanto se ha escrito no va a quedar nada. Que trabaja uno en vano, de balde. Porque se escribe para quedar y, si no se consigue, nada tiene sentido.

El escritor eyacula lo suyo para su generación o la que le sigue. Si no, queda en el olvido o, a lo sumo, catalogado en cualquier hilera enorme de nichos, que son las historias de la literatura.

En su segunda vuelta a España en 1971 renace el interés por el autor. Apenas tres años separan la indiferencia de los halagos:

Ahora todo son homenajes, y'maestro' por aquí, y 'maestro' por allá, y su 'inmensa' obra. ¿Qué se han creído? ¿En qué he cambiado?

Apenas un año después, en julio de 1972, Max Aub muere en el exilio con la pena de no haber reconocido nunca al país que dejó, con la terrible mancha personal e íntima de no tener lectores. ¡Cuánto se equivocaba el valenciano!

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