Ante el reto de que la vida laboral y la vida personal no calienten la misma silla, expertos y oficiantes del ámbito cultural plantean algunos de los principales retos de trabajo, ante escenarios nuevos como el de la semana de cuatro días
VALÈNCIA. Por mensajes de voz en whatsapp -nuestra herramienta sonora favorita-, Meritxell Barberá, mitad de Taiat Dansa, enuncia al caer la noche algunas reflexiones sobre cómo afecta la gran dimisión laboral a un sector como el suyo en un entorno como éste. Emite los mensajes rebajando el volumen porque acaba de acostar al bebé. Y, de repente, la forma se convierte en el fondo de este planteamiento y del reportaje por llegar. “Quienes nos dedicamos a esto adoramos tanto nuestro trabajo que no tenemos en cuenta las horas. Pero es saludable contarlas. Tenemos que hacer el esfuerzo por diferenciar: hay otras cosas más importantes que nuestro trabajo por mucho que nos apasione. Adoro mi trabajo, pero me doy cuenta de que yo soy otras muchas cosas. No soy Taiat, soy Meritxell”.
Engarza rápido con la reflexión que el profesor Pau Rausell (Econcult, Universitat de València) suele hacer a propósito de la diferencia sustantiva que tiene lugar en el oficio de quienes generan cultura. A saber: “Hay una deficiencia estructural, estamos hablando de producir bienes y servicios que no solo responden a las necesidades del mercado. Cuando alguien hace mesas las hace porque busca venderlas, nadie las hace solo como una manera de expresión personal. En el ámbito de la producción simbólica hay mucha gente dispuesta a producir a cambio de nada. Eso provoca una tensión permanente en el mercado laboral. Democratiza los procesos de creación, pero al mismo tiempo genera una competencia que finalmente debilita en términos de precios al ecosistema cultural”.
Para acabar de complicarlo lanzamos algunos ingredientes más a un guiso al que llamaremos ‘Cultura, Gran Dimisión y Semana Laboral de 4 Días’. Justo Joan Sanchis, el autor del libro recién editado Quatre dies. Treballar menys per viure en un món millor (Ed. Sembra Llibres), genera el primer contexto: “Lo que hemos visto hasta ahora en la “Gran Dimisión” es una renuncia masiva de puestos de trabajo en Estados Unidos protagonizada sobre todo por los más jóvenes, los “millennials” y la “generación Z”. Muchos de ellos han visto frustradas sus expectativas en el mercado laboral y se plantean proyectos de vida diferentes de los que hasta ahora habíamos estado acostumbrados. Todavía es un fenómeno en desarrollo y no muy estudiado, pero ciertamente sí que parece que hay una parte significativa de población joven que se está refugiando en nuevos sectores de creación cultural vinculados a las nuevas tecnologías, como los youtubers, instragramers, podcasts, etc. En la mayoría de casos tal vez esta no suponga su principal fuente de ingresos, pero sí que hay una cierta actividad cultural y creativa que está sirviendo como refugio y que cada vez tiene más demanda entre la población. Si socialmente conseguimos liberar más tiempo para el ocio, todas estas actividades pueden ver elevada su demanda, y sobre todo, también aquellas que requieren una mayor dedicación de tiempo, como ir al teatro, al museo o al cine. Últimamente nos hemos acostumbrado a un consumo cultural rápido, casi fugaz, lo ejemplifica muy bien el éxito de las stories de Instagram o los videos de TikTok. Si conseguimos avanzar hacia vidas más lentas, todas las actividades culturales se beneficiarán, pero lo harán especialmente aquellas donde el consumo se debe realizar de una forma más paciente, más sosegada”.
Al respecto Pau Rausell entra en juego añadiendo algunos datos: “La evolución del número de activos (personas que están dispuestas a trabajar; algunos encuentran empleo -ocupados- y otros no -parados- ) en el sector de las artes era de 471.000 en el último trimestre de 2019, mientras que en el último trimestre de 2021 hay 440.000”. “No sé si se corresponde con una gran dimisión -explica- pero si se puede inferir algunos abandonos, especialmente en hombres (de 284.900 a 246.600)”.
Expresa Meritxell Barberá esa misma dicotomía por la que cuando todo va más rápido que nunca, la calma aparece como el mayor bálsamo, tanto como receptor como activador: “Cuando uno dispone de más tiempo, puede alimentarse más de la cultura. Puede ser muy beneficioso. Cuando se dedica tiempo a la calma se le puede poner palabras a algo que estaba dentro”.
Podríamos estar ante un severo punto de inflexión en el trabajo cultural justo por esas fuerzas motrices que se vinculan. El mayor tiempo efectivo para ‘consumir’ cultura y, como encadenado, el incremento en la producción de la misma. Rausell lo anuda así: “La demanda o el consumo cultural es intensivo en tiempo por lo que menos horas de trabajo deben significar más horas disponibles para demandar bienes y servicios culturales. Por otra parte más tiempo de ocio disponible puede ser utilizado para la creación y expresión artística, y esto podría suponer a medio plazo una mayor oferta de personas que crean y que tienden a la profesionalización, por lo que podría suponer un mayor incremento de la oferta cultural. Si estas dos tendencias concurren de manera más o menos equilibrada podría aumentar el tamaño de la economía de la cultura (esto es, incremento de la oferta e incremento de la demanda). Si se incrementa más la oferta que la demanda se precarizará la actividad profesional artística; si se incrementa más la demanda que la oferta es previsible un aumento de los precios de las creaciones y servicios artísticos. Así, en teoría y en general si no se mueven otras variables como la movilidad, la digitalización, la función del sector público…”.
En el reverso de los acercamientos intangibles y holísticos, apuntaba Barberá del exceso de emparentamiento entre el trabajo cultural y la vida personal, como si ambos elementos formaran parte de un comportamiento unidimensional. Siguiendo ese hilo, Sanchis toma esa coincidencia entre “las aspiraciones personales con las profesionales” como un efecto positivo, al poder “desarrollar una actividad económica que además de proveerme de ingresos también me realiza como persona”. Ahora bien, “esto tiene también una posible derivada negativa, y es que esta implicación tan personal puede desembocar en una cierta fusión de la vida profesional y personal, donde constantemente estás pendiente del trabajo y este invade tu vida personal. Esto es ciertamente frecuente en el ámbito de la cultura, ya que muchas veces los ingresos de la producción de bienes y servicios culturales no suelen ser lineales, hay una cierta incertidumbre y también diferentes momentos vitales que pueden afectar a nuestra disposición creativa”
La añadidura de la semana laboral de cuatro días emerge como campo de prueba para desdoblar el mismo plano y dotar de una autonomía personal que no esté subyugada al trabajo. ¿Pero cómo impacta sobre el sector cultural? Meritxell Barberá cree que en su ámbito laboral “ya se está practicando, pero de manera intuitiva. Si estamos tres días de gira, como fue la semana pasada en Italia, quizá luego nos pasemos tres o cuatro días en casa, dependiendo de cuál es la siguiente tarea. Porque necesitamos recuperarnos. Intentamos hacer eso con nuestros bailarines: no retomar ensayos de manera inmediata, o parar si llevamos tres días duros”.
El economista Joan Sanchis le confiere una importancia central: “En primer lugar porque tener tiempo libre es un requisito indispensable para que la ciudadanía pueda consumir productos culturales. En segundo lugar, desde un punto de vista profesional, la producción de bienes culturales es una actividad que presenta un claro componente intelectual, creativo, de innovación, de ideas que tienen que encajar y madurar con el tiempo. Se trata de un ejemplo muy claro donde la productividad, el valor económico de aquello que producimos, no se encuentra relacionado necesariamente con las horas que dedicamos, sino que más bien depende de toda una multitud de factores muy diversos: si estamos o no inspirados, si estamos más o menos cansados, si tenemos experiencias diversas que nos empujen a crear…”.
Si en demasiadas ocasiones las profesiones culturales parecieron un bulto extraño en un entorno laboral ajeno, el contexto ofrece un paisaje nuevo: son sus oficios los que muestran algunos de los mejores caminos, pero también de las advertencias más llamativas, para hacer que vida laboral y vida personal no calienten la misma silla.