VALÈNCIA. Casi siempre que he asistido a algún lance con Pau Rausell como oficiante, la cosa ha acabado en duelo de espadas y púgiles tronando el gancho. Una vez en un búnker entre los archivos del IVAM. Otra vez en un salón de los Octubre. La primera Rausell debatía, para este periódico, junto con G.Cortés y exclamaban sus grandes diferencias sobre lo que supone hacer cultura en grande. Rausell defendía que la gran cultura pasaba por abrillantar lo pequeño. En la segunda, Rausell debatía con el actor Ximo Solano sobre el plan Fes Cultura. Por su visión esperanzada, solo le faltó al director de Econcult -unidad de investigación de la cultura y turismo de la Universitat de València- esquivar tomates procedentes del público.
Pau Rausell lleva, desde hace algunos años, siendo epítome de la vinculación entre economía y cultura. Un enlace definitivamente latente tras largos períodos de incomprensión. El alcance de sus proyectos europeos se emparenta con sus aportaciones para planes culturales públicos, para administraciones con apellidos como los de Cifuentes, Mascarell o Marzà.
Qué hay detrás de esa salsa con la que cultura y economía bailan juntas. Disección de su oficio y sus derivadas en 15 apuntes.
“Estaba haciendo una estancia de doctorado en la universidad de Zürich, trabajos sobre la economía del poder, qué recursos tiene el poder para maximizar el tiempo que se mantiene. Lo hacía con el profesor Bruno Frey. Vi, entre sus folletos, uno que hacía referencia a la economía de los museos, de un curso de tres semanas en Venecia. Por ir a Venecia, quizá, me empeñé en ello. Año 1993. Allí estaban los padres de la economía de la cultura. Era un modelo muy anglosajón, tenía que desarrollar un proyecto. Decidí hacerlo sobre el caso del IVAM. Tú desarrollas tu teoría y los demás te vapulean. Yo decían que el del IVAM era un modelo de éxito. ¿Pero por qué es de éxito?, me reclamaban”.
“Defendía que era un éxito porque conseguía las resultados que se proponía. Era una estrategia inteligente, atrevida, un museo de arte contemporáneo sin colección previa, pero apostando por la fotografía, barata en ese momento; apostando por un autor catalán, Julio González, como emblema del museo; fijándose en corrientes artísticas baratas en el mercado. Con poco tiempo consiguieron una buena colección, con informes de una gestión adecuada. En el último día, cuando yo ya iba a aceptar que estaba equivocado, nombraron a Carmen Alborch ministra de Cultura. Eso me daba alguna razón. Me pareció una señal. Quizá esto fuera lo mío…”.
“Me fui a Barcelona durante seis meses con Lluís Bonet, con la recomendación de Frey, donde hacían análisis de la economía de la cultura. Por primera vez se preguntaban qué iban bien las cosas en el ámbito de la cultura. El problema -y eso fue una constante en mi carrera excepto en los últimos años-, es que, cuando entregamos las conclusiones, los responsables políticos cambian Tiene su cierta lógica: en el ámbito de las políticas culturales al principio parece que todo el mundo sabe y conoce lo que va a hacer, pero hacia el final de las legislaturas es cuando se dan cuenta de que necesitan más información y entonces es cuando nos encargan los trabajos… y allí ya están a punto de irse. Nos ha pasado con el anterior gobierno de Cristina Cifuentes, con Ferran Mascarell en Barcelona, en Gandía… En los últimos años hay cierta maduración, ya se hacen algunas preguntas al principio y no solo al final”.
“La cultura quizá es el ámbito más complejo de la humanidad porque es nuestra relación con lo simbólico. Las aproximaciones son muy holísticas, tratan de explicarlo todo, y para el conocimiento está bien, pero desde el punto de vista práctico son teorías tan abiertas que dan pocos instrumentos. Lo que hace la economía es simplificarlo, dar relaciones causales. Es como una madeja de lana, tú no sabes lo que pasa por dentro pero la economía estira un hilito y si se mueve por otro lado comprendes parte de lo ocurre por dentro.”
“Los economistas también trabajamos con los componentes de consumo adictivo que tiene la cultura. Para obtener el mismo nivel de satisfacción, necesitas aumentar el consumo o la calidad de la cultura. Como para colocarte”.
“Desde los años noventa nos hemos tenido que justificar mucho. Primero ante los propios economistas, que nos miraban como… ‘ah, vosotros sois los de las fiestas’, y que no entendían que la cultura puede ser uno de los procesos más relevantes en la transformación socioeconómica. Y también frente a mucha gente de la cultura que nos veía como sucios economistas con sus sucias manos tocando el arte, la cultura, la creatividad. Pero ha cambiado, estamos en la otra parte del péndulo. Si no tratamos de aproximarnos desde cierta perspectiva instrumental, el mundo de la cultura se vuelve cómodo a partir de creencias, clichés y modelos ideológicos. Cuando pones evidencias sobre la mesa, ya no podemos hablar del ‘yo creo que…’. Ya tenemos evidencias de que no es cierto eso de ‘yo creo que para que la gente vaya más al teatro hay que llevar más a los adolescentes’”.
“Es una casual combinación de poblaciones distintas. Los que gentrificamos Benimaclet cuando todavía no se hablaba de gentrificación fuimos los estudiantes que llegamos allí y nos quedamos. Te encontrabas con muchos estudiantes de comarcas y sentías una afinidad que no sentías en otros lugares de València. Permite una interacción suave para integrarte en la ciudad cuando vienes del pueblo. Hay una combinación entre los ‘indígenas’, profesionales muy conectados a la universidad, con inmigración y el permanente refresco de estudiantes, ahora con conexiones de redes globales. La cantidad de viviendas de baja calidad permite acoger a los estudiantes. Hay una simbiosis muy armónica”.
“Aportamos evidencias para la política europea de la enorme importancia de los sectores culturales para explicar los procesos de desarrollo territorial o regional. Evidencias como que hasta antes de la crisis el factor más importante para explicar, causalmente, la riqueza de una región europea era la dimensión de los sectores culturales y creativos. Para explicar la diferencia entre la renta per cápita de un valenciano y de un madrileño la variable que mejor lo explica es la dimensión cultural”.
“La cultura y la creatividad ha permitido una mayor resiliencia ante la crisis, pero en casos como el valenciano ha acelerado su efecto. Quienes tenían sectores culturales mayores han demostrado mayor resiliencia a la caída de empleo. En cambio, la dimensión del sector cultural en la ciudad de València explica la mayor caída del empleo. Hay varias hipótesis: si están muy consolidados, los sectores culturales son como un refugio frente a la caída de la economía, cuando el mercado laboral te expulsa es un colchón, pero eso requiere solidez de la estructura; si está más desestructurado, no ocurre así”.
“La cultura es un espacio amable que conecta gente de ámbitos que no se encontrarían de otra manera. Esa mayor conectividad hace que se desarrollen más proyectos. Las sociedades que más provocan esa fertilización cruzada tienen luego más capacidad para responder a los cambios”.
“Todas las teorías del crecimiento económico se basan en el capital humano, pero hay muchos estudios que indican que hay un efecto multiplicador cuando combinas capital humano con capital cultural. Pero claro, si tú fichas a premios Nobel pero no tienen suficiente relación con el entorno al que llegan no generarán suficiente efecto sobre el territorio. La clave está en la relación entre unos y otros”.
“Hay un deficiencia estructural, estamos hablando de producir bienes y servicios que no solo responden a las necesidades del mercado. Cuando alguien hace mesas las hace porque busca venderlas, nadie las hace solo como una manera de expresión personal. En el ámbito de la producción simbólica hay mucha gente dispuesta a producir a cambio de nada. Eso provoca una tensión permanente en el mercado laboral. Democratiza los procesos de creación, pero al mismo tiempo genera una competencia que finalmente debilita en términos de precios al ecosistema cultural. Es difícil resolver esa paradoja. A largo plazo la única manera que veo es cierto tipo de renta garantizada por ser artista. Es una hipótesis”.
“Diría que es uno de los ecosistemas culturales más interesantes, más densos, probablemente comparable con cualquier realidad europea de una ciudad similar a València, sin jugar en la Champions. Hay muchas experiencias que están en la vanguardia de Europa. Es un momento histórico combinación de circunstancias particulares. Quizá alguien se enfade, pero los grandes eventos permitieron tener profesionales con experiencia, un capital humano que se formó entonces. La fase de crisis ha movilizado a los sectores más activos: muchos de los festivales urbanos son reacción. Y luego un cambio de gobierno que permite algo más de receptividad. El poso de los grandes eventos + la efervescencia ante la indiferencia de la clase política + un ambiente más receptivo. Otra parte de la explicación es que la inactividad de las grandes instituciones culturales ha dejado espacio al resto. Se han de replantear, y comienzan a hacerlo, su permeabilidad con el entorno. Su precariedad les ha hecho estar más abiertas a la sociedad”.
“Hasta hace pocos años era improbable que gente con mucho dinero entrara en la cultura. Se está generando cierta competencia. El consumo lujoso casi era obsceno, y eso ha dado paso a un sentido sincero por generar afecto a través de los proyectos culturales. Es una manera amable de que te quieran. Se acabó el ciclo de la obscenidad, aunque quizá volvamos, y ahora estamos en un momento de que el reconocimiento social se busque de otra manera. También influye, claro, las características de determinados empresarios. Estudiando mucho las leyes de mecenazgo, vemos que los aspectos fiscales no son relevantes, al final es mucho más importantes darles premios, darles entrevistas, ofrecerles afecto… La pirámide de Maslow”.
“Es un proceso que ya se podía observar en la última etapa del PP, políticas públicas en la cultura que de una fase amateur pasa a aumentar su conocimiento. En València entramos en un momento en el que las posibilidades son más innovadoras, hay más recuperación del entusiasmo en torno a las políticas culturales, hay que asumir más riesgos. No se puede tener verdadero efecto transformador si no se multiplica al menos por tres el presupuesto dedicado a la cultural. Esa multiplicación no es ninguna barbaridad, es lo que ocurría hace pocos años”: