El genio Luis García Berlanga fue, además del cinematógrafo valenciano más universal, un esteta sexualizante, un fetichista, un burgués intelectual con discurso anárquico y un mecenas de todo lo erótico. Hasta los últimos de años de su vida, las estanterías de su casa compartían premios Goya con Barbies estilo bondage, juguetes sexuales, zapatos de tacón, y una colección de libros editada bajo su tutela desde 1977, ‘La Sonrisa Vertical’: la primera y última convocatoria de premios de literatura erótica en España, donde aparecían a menudo secuencias de sexo entre mujeres cisgénero o trans. Hoy proliferan relatos en blogs y libros autoeditados que todavía cultivan un homoerotismo al que las grandes editoriales pusieron candado
VALÈNCIA. La literatura crea mundos paralelos, registra fragmentos de realidad, y a menudo da un paso más allá para representar deseos minoritarios, asimilaciones de cambios, nuevas perspectivas de género e intenciones de avances sociales a través del colectivo LGTBI. Así, las letras retrataron desde finales del siglo XIX en Europa las disidencias sexuales, a la par que otros movimientos artísticos como la pintura, una cultura bajo la que pudo nacer el grupo intelectual en torno a Oscar Wilde, escritor que llegó a entrar en prisión en 1895 por narrar secuencias homoeróticas en su libro La importancia de llamarse Ernesto. Por su parte, Alfred Douglas, el amor de su vida, también fue padre de uno de los primeros textos de la literatura homoerótica, aunque no se atrevió a relatarlo en primera persona. Su relato describía una relación entre dos hombres con un verso final: «yo soy el amor que no osa decir su nombre».
Del novecentismo a la actualidad ha habido una consecución de autores y autoras sumergidos en el argot explícito de la fantasía sexual, o que han narrado secuencias sexuales entre personas del mismo sexo. Es cierto que no han sido obras premiadas ni reseñadas en los medios de comunicación de masas; pero investigadores de todo el mundo recopilan todavía textos perdidos que indagan en temas sobre identidad, deseos y obsesiones, mitos y utopías relacionados con personas del mismo sexo a lo largo de todo el siglo XX. Uno de los ensayos de referencia al respecto es Los escribas furiosos: configuraciones homoeróticas en la narrativa española actual, de Alfredo Martínez Expósito. Pone el acento en la motivación de este género literario, en por qué nace un relato erótico y queer.
Todas las ediciones de ‘La Sonrisa Vertical’, apadrinada por Berlanga, acercaban la literatura a otros derroteros entre el romanticismo y la sexualidad explícita; y muchas obras de la colección, que se cerró tras convocatoria de 2004, incluyeron secuencias descriptivas de sexo entre mujeres. Es el caso de Tu nombre escrito en el agua (firmada en 1995 bajo el pseudónimo de Irene Fernández Frei), que relataba una relación de amor lésbico, y cuya autor o autora prefería no mostrar su verdadera identidad para “seguir llevando una vida normal”, según declaró en un comunicado a la prensa tras ganar el certamen. Narrar una secuencia homosexual en la literatura es transitar por un horizonte complicado en contextos sociales hostiles, como fue el postfranquismo; y solo cumple su objetivo cuando el lector está implicado en conocer otras vidas o es parte afectada, que conecta con la sensación de deseo homosexual.
Eso explica que la literatura dirigida específicamente a hombres gays, mujeres lesbianas o personas bisexuales, ha quedado relegada a un ámbito restringido, fuera de las estanterías comerciales. La colección ‘La Sonrisa Vertical’ que editó Tusquets incluyó también relatos lésbicos firmados por hombres, perpetuando una situación habitual; la heteronormatidad ha sido siempre más respetuosa con el erotismo entre mujeres por tratarse de una fantasía sexual entre hombres heterosexuales. Esa colección acercaba a las masas un subgénero literario que hoy es difícil de encontrar fuera de librerías especializadas, como Berkana en Madrid, o la Librería Soriano de Valencia, que ha enriquecido últimamente sus estantes dedicados al movimiento queer.
Al hilo de esa amplificación de la homoerótica entre mujeres, existe un debate sobre si se puede considerar literatura lésbica cuando el autor es un hombre. Un caso destacado fue de la obra El elogio de la madrastra, título premiado de Mario Vargas Llosa en 1988, y que retrató el voyeurismo lésbico; el disfrute hedonista del protagonista hombre al contemplar a dos mujeres teniendo sexo. Esta novela se contrarresta con Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, que cosechó un gran éxito de ventas en 1989, y que relata precisamente lo opuesto: una mujer voyeur ante una escena de sexo entre dos hombres con parentesco familiar. Una obra en la que intervienen también personas trans y se desarrollan secuencias de tríos sexuales.
En 1980, Vicente Muñoz Puelles ganó con el título Anacaona, un libro que parte de la literatura de viajes y se adentra en el lesbianismo y en el empoderamiento femenino con el descubrimiento pleno de su sexualidad. Al contrario que en el homoerotismo entre hombres, que cuenta con una mayor tolerancia, aquí el descubrimiento del sexo entre mujeres lleva al empoderamiento; y da pie para hacer un análisis de género a través del deseo, o en este caso, de la homosexualidad. Eso sí, desde un punto de vista externo al lesbianismo. El primer párrafo reza así: «Escruta mi escroto, monta sobre mí y se acomoda al filo del falo», poniendo el protagonismo en una primera persona masculina.
José, un escritor anónimo y autor de uno de los blogs decanos de la homoerótica en la red, El Hombre Confuso, se adentró en la literatura sexual desde muy temprano y llegó a autoeditar una novela, Andrés (2013): una narración que parte de la vida actual, de la modernidad líquida llevada al sexo, del deseo vertido a través de las redes sociales. “Me atrae mucho la idea de la mirada furtiva, de la incertidumbre, de ese momento en el que no sabes si esa persona que tienes al lado es tu amigo o es algo más. Las mariposas que recorren la entrepierna. Y esto, desde luego, tenía que venir acompañado de un vertiente más sexual”, explica Confuso. Su primer y único libro publicado habla implícitamente del lenguaje del me gusta en Instagram, la era de las declaraciones de intenciones vía Whatsapp. Su obra se vendió por plataformas digitales y tuvo repercusión en medios especializados del ámbito LGTBI.
Para Confuso, “no sé si las redes han hecho que sea más fácil vivir una historia que leerla. Sin duda, todo ha cambiado, todo es más sencillo. Puede que tengamos mucha menos inocencia y más camino recorrido. Ahora, el morbo que produce una ficción, un apelar a nuestras fantasías, a nuestras vivencias o deseo, no lo llena una red social. Cosa distinta es que gracias a las redes sociales y a la interacción que vivimos se generen una infinidad de nuevas historias: la sociedad de ahora y las redes sociales van de la mano. Es uno de los aspectos que más me interesaba reflejar en mi novela”.
Respecto a la duda sobre si los textos con contenido homoerótico están dirigidos exclusivamente a lectores homosexuales o tiene vocación de trascender, Confuso lo tiene claro: “En absoluto; ¡la de décadas que llevamos nosotros viviendo de los erotismo de los demás! Por supuesto que tiene vocación de trascender. ¿Acaso la orientación sexual impide disfrutar de una buena lectura? ¿Qué hubiese sido de nosotros si lo hubiésemos juzgado todo con esos patrones? Ahora mismo no existiríamos. El momento en que dejemos de planteárnoslo habremos logrado avanzar”. Y explica que hay diferencias notables entre el homoerotismo y el porno: “diría que juegan en ligas distintas y complementarias. Al menos el porno canónico como lo hemos entendido o nos lo han vendido hasta hace poco. Cada cosa tiene su momento y su trascendencia. La literatura siempre nos va a ofrecer un plus”.
Otros de los interrogantes sobre el texto literario radican en cuestiones de estilo. ¿Hay diferencias entre un relato homoerótico escrito por un hombre respecto al de una mujer? Quizá los recursos literarios para abordar el deseo fálico suelen ser más explícitos, directos y anatómicos; mientras que la fantasía lésbica se recrea en otros aspectos del sexo que dan más morbo generalmente a las mujeres, como el proceso de conquista, el interrogante y la máscara. La duda queda en el aire; y las bibliotecas siguen abiertas para la exploración de nuevas formas conocer los entresijos del deseo.