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La literatura decorativa (manual de uso para lectores amaestrados)

21/03/2018 - 

VALÈNCIA. Ayer vi un reportaje sobre los diarios de Marie Curie. Debido a la radioactividad deben permanecer dentro de cajas de plomo en la Biblioteca Nacional de París. Leer estos cuadernos sin la debida protección puede matar al lector igual que mató a la mujer que los escribió. ¿No es una buena metáfora? Me gusta que haya libros que puedan matarte. Literalmente. Esta afirmación confiere a la lectura un poder inmenso. Y me gusta que haya otros que te salven de la muerte. Porque una lectura –o la lectura- en un momento dado de tu vida puede darte esperanzas o una razón para seguir adelante. Un buen libro es capaz de cambiar completamente tu vida o tu forma de ver el mundo. De cambiarte a ti. Hay libros que se te cuelan tan adentro que te transforman y ya no vuelves a ser la misma persona. Y por último, están los libros que te entretienen. Libros para pasar el rato que no te aportan absolutamente nada nuevo.

Por desgracia, esos son los que engrosan las listas de los más vendidos.

Cultura masiva e inofensiva

Una de las primeras cosas que hacemos en la vida es aprender a leer. Pero leer no es solo juntar letras para formar palabras. Leer es también controlar ciertas reglas implícitas sobre la forma de relacionar esas palabras. Y la realidad es que desde niños nos han enseñado a leer, pero un solo tipo de libros. Por desgracia los menos interesantes. Los que repiten modelos e historias mil veces contadas. Nos han enseñado a leer relatos y novelas que forman parte de lo que se suele llamar literatura comercial, escritos según unos modelos antiguos y conservadores que reconocemos rápidamente al comenzar la lectura. Estos libros son el correlato de la música de radio-fórmula, de la poesía adolescente, de la comedia romántica, de las telenovelas venezolanas o de los platos pintados que colocamos en la pared. Arte ornamental que, por desgracia, jamás conseguirá matarte o salvarte la vida.

Entiendo –o eso voy a decir para no quedar mal- a las personas que ven ese ventilador de porquería que es Tele 5, por poner un ejemplo extremo. ¡Llego del trabajo cansado y no quiero comerme la cabeza!, me decía un amigo. ¡Solo quiero sentarme un rato en el sofá y que me entretengan…! Ok, lo respeto. Según este amigo, ve programas como Gran Hermano, Sálvame, Mujeres, Hombres y Viceversa, etc. porque son entretenidos (cosa que me sorprendió: ¿lo son?). Pero luego pensé que “entretenido” para él significaba “que no le coman la cabeza”, que no le hagan pensar. Pensé en Tele5 como el slapstick de nuestra era. Me acordé de esos actores en blanco y negro resbalando con pieles de plátano mientras el público del cine reía a carcajadas y pensé que la diversión facilona ha existido siempre. Lo mismo pasa con ciertos cuadros que venden en mercadillos o grandes almacenes que quedan perfectos en el salón de casa aunque artísticamente no valgan absolutamente nada. Ciertas películas hollywoodienses (en el mal sentido de la palabra) o cierto tipo de música comercial que es tan fácil de escuchar que la primera vez que lo haces ya puedes cantar el estribillo. Porque ese estribillo es similar al de muchas canciones. No aporta nada nuevo y ahí nos sentimos cómodos, en casa. ¿Las letras? Pues que rimen y sepan juntar unos cuantos tópicos sobre amor –o preferiblemente desamor- poco más se le pide. Sobre todo que no problematicen, que no innoven, que no “nos coman la cabeza”.

Manual de uso para novelas decorativas

Lo mismo pasa con ciertas novelas decorativas. No se habla mucho de ello porque la literatura es un arte serio y respetable. Y alguien que escribe una novela no puede ser más que alguien interesante con cosas que decir, pero la verdad es que no es así. Hay novelas que, como la maceta de la entrada, no aportan nada: aún no llevas ni 20 páginas y ya sabes exactamente qué te vas a encontrar. Pertenecen a un tipo de literatura que podemos digerir sin esfuerzo. Papillita de palabras que sigue unos patrones reconocibles. Los bisbales de las letras, las láminas de Ikea para enmarcar y colocar en el salón hechas novela, las películas del domingo a la sobremesa encuadernadas en tapa dura. Suelen venderlas las grandes editoriales (que suelen atender más a cifras que a calidad) y se llevan muchos de los premios importantes. Se venden incluso en ese templo del saber que son los hipermercados. Junto a los productos de limpieza y la comida para gatos.

Es fácil reconocerlas con una hojeada rápida, pues están escritas en un lenguaje muy sencillo –en ocasiones ramplón- para que este no suponga un obstáculo al lector, no sea que le dé un ictus por el esfuerzo. Es lo que se llama “prosa invisible”, que deje ver bien la historia, porque eso lo que cuenta, ¿no? Una novela, según nos han enseñado, debe contar una historia. En realidad, si nos fijamos en la mayoría de lo publicado, debe presentar un conflicto o misterio que resolveremos en las últimas páginas, por lo que la lectura debe ser algo así una carrera hacia la meta. Una carrera donde prima la acción sobre la reflexión. Que “no nos coma mucho la cabeza”. Los personajes deben atender a clichés fáciles de reconocer (el detective con problemas personales, la mujer fuerte, el hombre-aparentemente-normal que con su ingenio e inteligencia sale de cualquier apuro…) y su profunda personalidad será explicada sí o sí según la causalidad freudiana (una infancia dura de maltratos, un desamor, un padre ausente…). Por último, no debe faltar alguna enseñanza moral, pero poco problemática, no sea que nos lleve a tener ideas propias que no encajen en el sistema.

No estoy en contra de estas novelas: consiguen que nos evadamos de nuestro trabajo y de nuestras preocupaciones. El problema es acabar creyendo que no hay nada más, que el poder de la literatura es el entretenimiento y la repetición de esquemas donde, salvo el nombre del detective o de los amantes, cambia más bien poco desde hace dos siglos.

Manuales de uso alternativos

Tenemos claro el manual de lectura de la novela comercial: es la que nos han enseñado a interpretar desde niños, la que nos regalan por nuestro cumpleaños, la que engrosa las listas de ventas, la que adaptan al cine… Pero, ¿qué ocurre con esas novelas que no encajan en esos esquemas prefijados? Pues normalmente ocurre que si caen en nuestras manos no sabemos ni por dónde empezar. ¡Es un rollo! ¡No tiene sentido! ¡Es surrealista! ¡No me engancha! son algunas de las frases que decimos cuando comenzamos a leer uno de estos libros que no se acomodan al patrón. No se nos ocurre pensar que el problema quizás no es del libro, sino de que no sabemos –porque nadie nos ha enseñado- leerlo. De que estamos tan acostumbrados a la repetición de moldes que si nos sacan de ahí nos perdemos en sus páginas. Porque estas novelas (que últimamente los críticos suelen denominar literarias, asumiendo que en el resto de obras la literatura –o al menos el poder revulsivo que debería tener- brilla por su ausencia) se aprenden a leer mientras se leen. Tienen sus propias reglas. Solo hay que confiar en que nos llevarán a algún lugar, aunque no sea un misterio templario. Estas novelas -entre las que hay buenas y malas, claro está- intentan escribir el mundo, no escribir otra novela más. Al precio que sea hablar de su tiempo, aunque para ello deben poner patas arriba al lector si es necesario. ¿No es eso lo que debe hacer el verdadero artista? ¿Crear su propio mundo con su propia lógica? Los escritores de best-seller y de novelas de género (rosa, policiaca…) son quizá los mejores artesanos, capaces de hacer jarroncitos literarios que quedan bien en cualquier mesa. Pero no esperemos que la mayoría de esos libros sean algo más que decoración. Inocua. Superficial. Estamos en el siglo XXI y la mayoría de lo que se lee imita esquemas de la novela del XIX. ¿No va siendo hora de renovarnos? ¿Cómo contar nuestro mundo con patrones de hace 200 años?

Quizás ha llegado el momento de salir de nuestra zona de confort, de nuestras novelas ornamentales que entretienen, sí, pero que jamás podrán matarte o salvarte la vida. Costará un poco más de esfuerzo su lectura, pero la recompensa valdrá la pena. Quizás ha llegado el momento de acercarse al catálogo de algunas editoriales más pequeñas que no escogen los títulos por lo que va a vender -como un tele5 literario- sino por su calidad y su capacidad de interpretar sin tópicos el mundo en el que vivimos. Yo he encontrado la mayoría de las novelas que realmente me gusta leer -novelas diferentes, atrevidas, estimulantes, rompedoras, conectadas a su tiempo y que me hacen pensar…- en editoriales como Aristas Martínez, Candaya, Jekyll & Jill, Salto de página, Orciny Press o Alpha Decay… pero hay muchísimas editoriales pequeñas y medianas, de las que apenas hablan los suplementos literarios, esperando que dejes la autopista y te adentres en alguna carretera secundaria. La conducción es más lenta e incómoda, pero el paisaje suele ser más inspirador.

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