Durante las últimas décadas se ha ido redibujando la proyección social del colectivo LGTBIQ, especialmente de los hombres gays, que a finales del pasado siglo alcanzaron sus cotas de visibilidad, reconocimiento, poder económico y social. ¿Y si lo realmente necesario fuera abandonar la obsesión por perseguir el éxito? Hablamos de búsqueda de derechos humanos, y de respeto a modelos de vida diversos en torno a los textos más recientes de profesores de sociología y expertos en diversidad sexual
VALÈNCIA. El profesor Jack Halberstam lleva décadas publicando estudios de género, sobre el peso de los estereotipos y el reconocimiento social de identidades sexuales, indagando sobre el concepto de feminidad y añadiendo capítulos a la teoría queer. A través de una decena de obras ha acumulado reflexiones que ponen en jaque al sistema heteronormativo, tan presente en los pilares educacionales de nuestro tiempo. En uno de sus libros, El arte queer del fracaso, recorre personajes de la literatura, del arte y del cine para ejemplificar la estigmatización del colectivo queer desde su debilidad: la perspectiva del fracaso social, del abismo en el que viven personas no aceptadas en sociedad por su orientación sexual, o por pretender verbalizar sus propios deseos identitarios.
Y es que las denuncias públicas son apabullantes. Los colectivos LGTB denuncian año tras año que desde la primera etapa de educación infantil, el fracaso escolar en muchos casos es producto de la homofobia y marginación que sufren las personas trans, gays y lesbianas en las aulas. Una educación amedrentada e incompleta arrastra a sus víctimas al fracaso social. Esa sería una base de trabajo para entender que desde la diversidad sexual existe una lucha constante contra la sensación de pérdida de oportunidades, un campo que lleva a hablar de cuándo, cómo y por parte de quién se establecen los modelos de éxito. Nos topamos de lleno con la heteronormatividad, el término que engloba a la mayoría de brechas y desigualdades sociales bajo patrones a imitar.
En este sentido, la dualidad con que se valoran los retos no solo afecta al colectivo LGTBIQ, sino que, como estamos viendo estos días, está latente por motivos de raza en nuestra sociedad. James C. Scott las llama “las armas del débil” cuando identifica actividades que denotan indiferencia o falta de resistencia ante el orden dominante en su libro Los dominados y el arte de la resistencia. El concepto que acuña se podría trasladar al colectivo queer en este momento, en el que en muchos países del mundo sufren ataques y desigualdades, mientras la reacción generalizada es pasividad, ausencia de resistencia para afrontar la decisión de los poderosos, de los líderes.
La heteronormatividad ha llevado a aceptar que las etapas de las vidas queer deben ser paralelas a las de la vida de una pareja heterosexual convencional, establecida de forma jurídica en torno al matrimonio, bajo la doctrina más religiosa del término. La búsqueda de una pareja ideal y única en la vida, la persecución de la maternidad o paternidad como un derecho o ideas de posesión implican que el estatus de las vidas queer debe ser muy parecido al de las personas heterosexuales; y la imposibilidad para alcanzarlo lleva a la derrota social, al fracaso y el ostracismo.
"el deseo por las personas del mismo sexo está marcado por una larga historia de asociación con el fracaso, la imposibilidad y la pérdida"
Para vencer los estereotipos que acarrean esas sensaciones de fracaso, según los estudiosos de la teoría queer, el primer paso a dar sería resignificar los insultos. Redefinir las palabras del diccionario es algo habitual. En base a los cambios que han sufrido en los últimos años algunas definiciones, la Confederación Española de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales ha pedido a la Real Academia Española de la Lengua reiteradamente el cambio de la palabra “matrimonio” para hacer del término una muestra de tolerancia a la diversidad: mientras tanto, hoy sigue apareciendo en su primera acepción la unión entre hombre y mujer.
Maricón puede ser una palabra en clave positiva; lesbiana podría resignificarse con neutralidad, como cuando acuñaron el término en la cultura griega; sin embargo, ambas entradas tuvieron significados peyorativos, y se asociaron a afeminamiento y sadismo, respectivamente, durante el siglo XX. Mención aparte, las diferentes connotaciones que ofrecen las variaciones del género de algunos animales: zorro y zorra. Para el investigador David M. Halperin, “es valorable que hoy incluso una persona heterosexual pueda asumirse como queer para romper el cliché”. Hoy veríamos muchos más referentes que ayer de esa ruptura del muro semiótico: el showman Mario Vaquerizo y el humorista El Gran Wyoming hacen ejemplaridad de esa preponderancia positiva para el colectivo cada vez que se reivindican como maricas, sin considerarse en realidad hombres homosexuales.
Según el escritor y profesor de Harvard transgénero Heather Love, “el deseo por las personas del mismo sexo está marcado por una larga historia de asociación con el fracaso, la imposibilidad y la pérdida”. Pone la tilde en otra cuestión, “en los cuerpos queer se pone de manifiesto que todo deseo es insostenible en un sentido lacaniano”, algo que propicia una sensación de fracaso vital. Love lleva tiempo ilustrando un mapa para aproximarse a la historia de la sexualidad disidente, y asegura en uno de sus estudios que “los cuerpos queer y las sociedades queer se convierten en evidencia de ese fracaso mientras que la sexualidad hetero está enraizada en la lógica del logro, el cumplimiento, el éxito y la sucesión”.
En El arte queer del fracaso, Halberstam recopila perfiles que dibujan esos estereotipos de vidas aparentemente fracasadas, pero que muchas veces son producto del aislamiento, de amnesias, o de rebelión contra el sistema socioeconómico impuesto por el capitalismo. Señala personajes queer de la historia reciente del cine para empatizar con los perfiles que se reproducen en la sociedad de masas. Dory, por ejemplo, la coprotagonista de Buscando a Nemo, “sería un modelo femenino de un tiempo queer”, apuntilla Halberstam. Atribuye al personaje “una nueva representación de la individualidad, la desconexión de la familia, relaciones improvisadas con la comunidad y la amnesia crónica hacia sus relaciones pasadas”.
El experto en disforias de género y sociología Halberstam señala que la película en sí es un paradigma de esos fracasos percibidos por el colectivo. Empezando porque el propio protagonista, Nemo es un pez payaso “y alberga una narrativa transgénero sobre la transformación, porque los peces payaso son una de las muchas especies que pueden —y a menudo lo hacen— cambiar de sexo”. Además, incluye una sensibilización hacia la discapacidad al hacer valer la aleta pequeñita que le hace diferente.
El ensayo de reciente publicación en nuestro país El arte queer del fracaso le sirve a Halberstam para recopilar otros personajes protagonistas del cine con los que empatizar y capítulos de la literatura contemporánea que le llevan a hablar de esa necesidad inadvertida de asimilar el fracaso en torno al género y al poder. Entre otras, se fija en Hable con ella (Pedro Almodóvar, 2004) para hablar de un reflejo de “la estupidez del varón, que permite aniquilar por completo a dos mujeres con talento”. Una metáfora que muestra como “las mujeres quedan en estado de coma mientras dos hombres poco atractivos flirtean embobados con sus cuerpos” en un paradigma de misoginia que se reproduce en el colectivo queer; ante el que continuamente se manifiesta la vulnerabilidad.
Esa vulgaridad de la masculinidad heteronormativa, que se refleja en muchísimas películas objeto del estudio de Halberstam, como Colega, ¿dónde está mi coche? (Todd Phillips, 2000) es un reflejo de la sociedad heteropatriarcal frente a el colectivo queer, que inevitablemente se fusiona con la posición de denostada de la mujer. Otro teórico de lo queer, el periodista Richard Goldstein, especializado en contracultura, señala otra cinta de ficción basada en una novela imprescindible de Chuck Palahniuk): El Club de la Lucha. “Un mundo idílico donde las mujeres ni siquiera existen, un Edén sin Eva”. En este sentido, la visibilidad del colectivo y normalización de la diversidad sexual tendrá que ir forzosamente asociada a la pérdida de esa percepción de fracaso inculcado, y a la huida de la normalización.
Como último apunte final, una referencia de culto de la que están hablando las madres y padres de la teoría queer: Langosta (Yorgos Lanthimos, 2015). Podría simbolizar esa nueva masculinidad, la de un cishombre heterosexual y queer. Una referencia donde lo masculino no aparece retratado como absurdo, estúpido o vulgar, sino como una persona reflexiva y capaz de diseñar su propia identidad. El protagonista vive en un hotel donde está prohibida la masturbación, pero está obligado a someterse a estimulación sexual sin eyaculación. En definitiva, una ficción prototipo de esta nueva percepción donde el fracaso te convierte en un ser diferenciado de la masa, y una parodia muy inteligente de la realidad que vendrá al paso de la normalización de la diversidad sexual.
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