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LA SEÑORA SIEMPRE TIENE RAZÓN

La nobleza del amor

27/08/2016 - 

VALENCIA. Si uno es lo que escribe, soy una mierda, porque sólo un excremento es capaz de hacer crecer tanta literatura a partir de sobrantes. Y como no existen más que deshechos en lo que en el mes de agosto llamamos “la actualidad”, la actividad es un negocio floreciente. En mi retiro entre montañas, rodeado de mosquitos tigre que no transmiten el zika pero que florecen entre piscinas verdosas, uno sólo puede reflexionar sobre la sociedad al estilo de los enciclopedistas.

Muerte del Duque de Westminster

Por empezar con un ejemplo claro, el pasado martes se puso en conocimiento público la muerte de Gerald Cavendish Grosvenor, que no es un nombre sacado del vocabulario de Chiquito de la Calzada sino el del filántropo que ostentó hasta hace poco el título de Duque de Westminster y que ha hecho resurgir el interés de la opinión pública por esta curiosa familia. 

A sus 64 años, el duque falleció en el Hospital Royal Preston tras encontrarse mal tras un ataque al corazón en su casa de Abbeystead, pese a que bebía por prevención Coca-Cola light y fumaba cigarrillos eléctricos. Padecía del mal del siglo: era insomne, ostentaba unas enormes ojeras, y según cuentan no era raro recibir correos suyos a cualquier hora del día o la noche. Su actividad social infatigable estaba volcada en esas cosas a las que los ingleses conceden tanta importancia como la gestión de la propiedad y las asociaciones de caridad.

Los Grovesnor, en su página oficial, han explicado que “era un hombre muy apasionado por el campo, un soldado comprometido, un tirador excelente, un auténtico emprendedor y, lo más importante, es que puso todo su empeño en ser cortés y divertido con la gente sin importar su rango social y fortuna”.

Concretamente, el hoy hombre más rico del cementerio abandonó el sueño de una carrera como soldado en 1973 al convertirse en al administrador de la fortuna familia a los 27 años de edad. Ayudó económicamente a sus trabajadores para que pudieran pagar los nuevos impuestos introducidos por Margareth Thatcher que calificó de “intolerables” para las clases más desfavorecidas. Usó sus riquezas de forma responsable y dio apoyo financiero a las zonas rurales y urbanas más pobres que tenían relación con sus propiedades.

La Fundación de Westminster, que gestiona las donaciones benéficas de la finca, ayudó a más de 1.500 organizaciones de caridad desde 1974. El Duque también fue presidente del Real Instituto Nacional de Ciegos durante 25 años y presidente de la Orden Hospitalaria de San Juan (en latín Ordo Hospitalarius Sancti Ioannis de Deo) durante 10 años.

Su joven hijo, Hugh Richard Louis Grovesnor, de 25 años y -atención valencianas y valencianos- sin pareja conocida, se convierte ahora en el heredero más afortunado del Reino Unido con una cartera de bienes y propiedades al estilo cinematográfico que se retratan en la casa de campo de Eaton Halla, cerca del condado de Chester (que dio nombre a uno de los sillones más plúmbeos de nuestra televisión el año pasado) aunque la sede del título se encuentra en Cheshire, de donde era el gato menguante de Alicia. 

Recibió la educación primaria en una “public school” que es un término inglés que se refiere al grupo de escuelas independientes, privadas, de pago, más antiguas exclusivas y caras de Reino Unido, antes de asistir a la escuela ya más privada de Mostyn House y ser finalmente alumno del carísimo Ellesmere College. 

También tiene hacienda en Mayfair y Belgravia dos de los barrios más exclusivos de Londres. La fortuna se estima en más de diez mil millones de euros según la revista Forbes que lo clasificaba como la 68ª persona más rica del mundo y la tercera de Inglaterra. Sus tres hermanas (Tamara, casada con uno de los mejores amigos del príncipe William; Edwina, mujer del presentador de televisión Dan Snow, y Viola) se quedarán con una pensión fiduciaria impuesta por su padre para que no les falte de nada. Los ojos de todos están puestos en los avatares personales de Hugh y en qué invierta en el futuro este dineral que le ha tocado en la lotería genética.

Alberto Garzón, el amor en tiempos de Instagram

Con 9.505 “me gusta” en Instagram el coordinador general de Izquierda Unida, Alberto Garzón, ha anunciado hace unos días algo análogo a que se casará con su novia desde hace cuatro años, Anna Ruiz. Bajo la foto de dos pares de pies flotando en el mar se puede leer en su cuenta el siguiente texto: “En el mismo sitio en el que la conocí y en el mismo metro cuadrado. Pero justo cuatro años después. Ocurrió hace un mes, durante una noche iluminada por las intenciones. Y me dijo que sí, que aceptaba casarse conmigo. Como el mundo sigue necesitando de compromiso, nosotros continuamos luchando juntos”. Ella le responde: “¿Sabes cuando miras a alguien y piensas “No, es que no”? Pues a mí con él me ocurre justo lo contrario”. En este país de negativas esta asertividad es enternecedora.

Las felicitaciones sinceras y los comentarios de buen gusto no se han hecho esperar: “Eso de que el hombre le pida a la mujer que se case con él es rancio y retrógrado y es signo del yugo del heteropatriarcado. Hoy en día le amor hay que vivirlo libre, sin firmar papeles, sin compromisos, que los hijos los críe la tribu y vivamos todos en una orgía perpetua. Lo demás es casta”, escribe el clásico rancio comentarista de derechas que hay siempre por las redes.

Ha trascendido que se conocieron durante una conferencia que el político mejor valorado del país dio en Ronda (Málaga), el pueblo natal de ella, que por ahora y antes de la boda comparten piso en el barrio de La Latina de Madrid con Eduardo, el hermano de Alberto, que comparten afición por la lectura, que ella es médico de familia en el Hospital de La Princesa, que también estudia Antropología, que comparten ideas de ecología, feminismo, sanidad pública, dos gatos llamados como los personajes de Juego de Tronos Winter y Elendil y que a veces practican juntos algún deporte.

Es una pena que toda Europa sea tan conservadora porque pocas veces se ha dado un perfil público tan cristalino de un candidato. Ante los velos y sombras de otros futuribles y hasta pasados presidentes, se nos presenta en toda pureza la relación de un político con su entorno, tan accesible que hasta parece extraordinario. Quizá demasiado adelantado a su época en un país que todavía arrastra el lastre de las falsas crónicas reales de los Borbones, tendremos que esperar a que nuestros nietos hagan de la realidad su forma de vida.

Cycle Chic

Contra los detractores del Ayuntamiento de Valencia, que consideran excesivas las prebendas que se les da a las bicicletas, ha surgido la moda del cycle chic en el resto del Universo. Se trata ni más ni menos que ir en bicicleta pero en una de las caras, de las que cuestan tanto como una moto, vestido a la última pero en plan casual, con todos los complementos que sean precisos para llamar la atención de manera ecológica y crear buen rollo de imagen saludable y sostenible. Movilidad al libre albedrío, cascos de seguridad de los que no se pone Mariló Montero en moto y accesibildad ante la prensa. Famosos como Brad Pitt y Angelina, Beyoncé, Pamela Anderson, Harrison Ford, Clooney, Pippa Middleton ya tienen su foto en las revista. ¿A qué esperan nuestros famosos valencianos?

Terelu de Beauvoir

Pero lo más fascinante de la semana han sido las existencialistas vivencias de la hija de María Teresa Campos durante un concierto de la cantante Malú. Terelu es una mujer llena de coraje que brilla con luz propia en el universo freudiano del reality español más allá de otros mitos femeninos como Alaska o la Esteban, porque ella es ese trozo de cordón umbilical tan nacional de la madre española del que cuesta trabajo desprenderse y de cuyos ejemplos estamos todos rodeados en este país donde pocos destacan si no es con el apoyo de la familia, o más bien de la famiglia, porque lo nuestro son las asociaciones tipo mafia.

A modo de exorcismo interior acudió al Festival Starlite de Marbella para conjurar el abismo de su nuevo crédito hipotecario. Con una copa de vino blanco en una mano y una porción pizza de champis en otra, rompió a llorar de emoción durante la canción “Deshazte de mí” cuya letra trata de la vacuidad de la existencia y los engaños del amor: “Yo tan vacía y tan sola a tu lado enganchada a un amor inventado engañada al principio y ahora cansada bla, bla, bla y bla, bla, bla.

Quizá estaba asombrada de poder prescindir tan fácilmente de su ex pareja, el periodista todoterreno Kike Calleja, acusado de filtrar sus chismes, pero el hecho es que a veces los afectos ya no son amor y hasta pesan poco. La vida nos arroja hacia ciertas metas y luego nos descubre su vacío. Terelu puede preguntarse, como Simone de Beauvoir, por qué la monotonía cotidiana sigue abrumándola, “Oh, triste despertar, vida sin deseo y sin amor, todo agotado ya y tan pronto, el atroz aburrimiento. ¡Esto no puede durar! ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que puedo? Nada y nada. ¿Mi libro? Vanidad. ¿La filosofía? Estoy saturada. ¿El amor? Demasiado cansada. Sin embargo, ¡tengo veinte años, quiero vivir!”

El drama de Terelu, que tiene unos años más, no es el de la necesidad de cambiar la vida, sino el de adaptarse a ella a través del matriarcado. El amor más sincero sigue siendo en nuestro país el de la familia, aunque no es un amor desinteresado sino una cuestión tribal, de supervivencia de la especie. Rodeada por un círculo de tejido adiposo que duele al observar sus anillos encastrados en los dedos, ella es una de las múltiples apuestas de un canal que ha dado lujos comunicativos filiales como Rocío Carrasco hija de La Jurado, Lara Dibildos, hija de La Valenzuela o Alejandra Prat, hija de Matías. Y eso sin contar los vástagos de La Pantoja, y otras artistas con hijo en exclusiva. En ella no cabe ni más lujo, ni más marcas, ni más gafas de óptica cara, ni más zapatos diseñados para El Corte Inglés en Elda-Petrel. Lo extraordinario en ella, como en muchos de nuestros personajes estrella, no es el lujo: lo realmente extraordinario sería que cualquier Duque de Westminster se fijara en ellas como objeto de búsqueda para refugiar su vida dentro de un palacio.

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