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La nueva era Reiwa arranca en el Imperio del Sol Naciente

28/04/2019 - 

VALÈNCIA. Todo en el universo japonés es delicado, sutil, ordenado, reflexionado, profundo y pivota en un curioso equilibrio entre una muy marcada tradición y la modernidad occidental. Y la determinación de las eras temporales no podía escapar a esta regla. En este sentido, en Japón conviven en la actualidad dos sistemas para contabilizar los años: el calendario gregoriano y el calendario japonés. Este último lleva usándose miles de años y sus origines conceptuales están —como todo en la gran cultura japonesa y a pesar de que a unos pocos excesivamente nacionalistas les cueste reconocerlo— en los clásicos chinos. China en aquellos tiempos estaba significativamente más desarrollada que Japón y su sistema de escritura y literatura era, sin duda, dominante. Una idea que acompaña desde el principio a los cambios de era es el muy terapéutico sentido de empezar de nuevo, de resetear, de acogerse a la frescura purificadora de los nuevos comienzos. Inicios renovados para hacer las cosas mejor, para no estar lastrados por las inercias y la decepciones del pasado, para conseguir una regeneración real y aproximarse a los problemas de forma diferente a como se ha hecho antes. Starting over, como decía John Lennon (que aprendió tanto de Yoko Ono) en una luminosa y energética canción.  

Los primeros nombres para designar una determinada era tienen su origen en la Dinastía china Han (202-220 antes de Cristo). En sus comienzos, no era inusual que el cambio de era se realizase para acabar con una racha de mala suerte frecuentemente propiciada por desastres naturales o por cosechas insuficientes en economías de subsistencia. Solo a partir de Dinastía Ming (1368-1644) se estableció como regla que cada era correspondería a los años en los que estuviese en el poder un emperador. La regla era sencilla: un reino, un nombre. Esta mecánica fue posteriormente adoptada por Japón tras la conclusión de la llamada época Edo (1603-1868) y se inaugura con la transformadora fuerza de la restauración Meiji (que hace referencia a la iluminación). La decisión de la elección de los nombres se encomendaba —y en eso no ha cambiado mucho en los tiempos actuales— a un grupo de expertos que llegaba a un resultado de consenso tras numerosas y bizantinas discusiones y tras descartar una lista de diferentes opciones. Otra regla curiosa consiste en que no se puede denominar a una nueva era con las letras iniciales de las cuatro eras inmediatamente anteriores para evitar confusiones indeseables. 

Así, centrándonos en la época contemporánea, de 1926 a 1989 tuvo lugar la denominada era Showa (paz y armonía, irónicamente por lo que explicaré a continuación), que coincidió con el prolongadísimo periodo en el que el emperador Hirohito estuvo en el trono. Dicha era Showa a su vez se subdivide en un primer periodo que incluye los años iniciales de acceso al trono, la Segunda Guerra Mundial y los años de inmediata posguerra. Durante el segundo periodo, en el que el emperador se mantuvo por los aliados, el país estuvo por primera vez en su historia ocupado por una potencia extranjera, y su formidable recuperación económica (el milagro japonés) hizo que Japón se convirtiera en una las de más importantes economías mundiales. 

 

La era Showa concluye con el ascenso al trono de Akihito, hijo mayor del emperador Hirohito, el 7 de enero de 1989, fecha en la que comenzó la actual era Heisei (que hace alusión al empeño de Japón de buscar la paz en el mundo). Este periodo se ha caracterizado —tras el dinamismo económico de los años anteriores— por cierta estagnación económica, unas relaciones a veces difíciles con sus vecinos (especialmente con una República Popular China, cada vez más asertiva) y con un fenómeno de envejecimiento poblacional preocupante que volveremos a mencionar más tarde. Sin embargo, a pesar de estos signos de cierto agotamiento, Japón ha continuado siendo una potencia económica, financiera y tecnológica global. Otros acontecimientos que han marcado la época Heisei han el hecho que Japón —uno de los países que durante años vivió prácticamente en el aislamiento— se haya convertido en un destino turístico muy atractivo y recurrente para millones de personas. Sin duda, sus gentes, su cultura, su historia, su marcada estética y su gastronomía justifican sobradamente este cambio. Finalmente, se han producido en esta era Heisei dos terremotos catastróficos: el de Kobe (en 1995) y el más poderoso de Tohoku (en 2011), que provocó el gravísimo colapso de la central nuclear de Fukushima. 

Este año 2019 es el último año de la era Heisei, ya que precisamente en dos días, el 30 de abril de 2019, se iniciará la nueva era Reiwa. Con esta denominación se hace alusión a la unidad armónica y al orden necesarios para acometer un proyecto colectivo de país en tiempos inciertos. El nombre ha sido seleccionado, como he dicho antes, por un comité de expertos designado por el Gobierno (en cumplimiento de la más severa tradición) y en la más estricta de las confidencialidades. La denominación elegida no ha estado exenta de polémica. Algunos críticos han mencionado que la combinación de unidad y orden tiene connotaciones militaristas y puede anticipar al rearme de Japón que están defendiendo algunos partidos políticos (en especial por el primer ministro Shinzo Abe) ante los retos que la ascensión de China en la región están propiciando. Sin embargo, el mismo primer ministro se ha apresurado a desmentir este tipo de interpretaciones y ha manifestado que su verdadero significado es otro completamente diferente.

Con esa poesía de la expresión japonesa, Shinzo Abe ha apuntado que debe entenderse como “el nacimiento de una civilización en la que sus integrantes vivan en armonía”, siendo el nombre elegido una referencia a las flores del ciruelo que florecen al concluir un duro invierno, metáfora esta de las nuevas generaciones de japoneses. Asimismo, ha apuntado que la palabra proviene del Manyoshu, que es una bellísima colección de poemas nipones del siglo VII centrados en lo inmutable de las diferentes estaciones y la realidad de la naturaleza. Es universal esa vuelta a la vida buena que representa la primavera al dejar atrás las inclemencias del invierno (nuestros carnavales y las fallas de Valencia conectan precisamente con este concepto, por lo que no es una coincidencia que se celebren en el preciso momento del año en el que se celebran). 

Es cierto que el advenimiento de este nuevo periodo ha estado rodeado de circunstancias extraordinarias. En efecto, para empezar, no se ha producido por la muerte del emperador, sino por su voluntad de abdicar en su hijo mayor Naruhito, por entender que, si bien no estaba aquejado de ninguna dolencia, su situación física era incompatible con el pleno ejercicio de sus obligaciones como monarca. Se trata de una situación sin precedentes que no estaba prevista en las leyes japonesas, lo que ha obligado al Parlamento japonés a aprobar una normativa a la medida. 

Como pronóstico, muchos analistas entienden que esta nueva era de Japón puede constituir un punto de inflexión respecto al estancamiento generalizado que ha caracterizado los últimos tiempos. Los más optimistas —entre los que me encuentro— piensan que el símbolo de un nuevo renacer se materializará en los juegos olímpicos que se van a celebrar en 2020 en Tokio. Japón va tener que gestionar, esperemos que exitosamente, el gran problema demográfico del envejecimiento de su población (que pronto compartirá con el resto de los países desarrollados del mundo), convirtiéndolo en una oportunidad mediante el ejemplo que pueda dar a otras naciones del mundo. En Japón, el futuro es ahora.

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